Alfaguara, 2006. 168 páginas.
Tit. or. Die Stunde der Wahren Emfindung. Trad. Genoveva Dieterich.
El protagonista tiene un sueño en el que es un asesino, y la sombra de las sensaciones que ha tenido trastocarán la visión que tiene del mundo. Lo que sería un día de rutina más es observado como una sucesión de cosas sin mucho sentido.
No es tan experimental como El miedo del portero al penalti y por ese lado es más asequible, se lee con mucha más facilidad, aunque se sigue manteniendo la sensación de extrañamiento del individuo ante una realidad que es así pero no sabemos por qué. Intuimos su falta de significado pero la costumbre nos mantiene en nuestro sitio. Salvo que suceda algo que nos agriete la existencia.
Los dos libros que he leído me han gustado, pero viendo que este libro es un poco más de lo mismo que el anterior no sé si seguiré leyendo más del autor. Por lo demás, tampoco me han emocionado.
Interesante.
No dejó que se le notara nada. En un primer momento le había desconcertado que Beatrice, en efecto, le reconociera inmediatamente. De pronto tuvo miedo de no reconocerla la próxima vez e intentó grabar en su mente los detalles de su rostro o alguna característica especial. Beatrice trabajaba media jornada como traductora de la Unesco, en el distrito XV. Su marido había caído con la moto bajo un remolque y ahora ella vivía sola con sus dos hijos, que en estos momentos no estaban en casa. Keuschnig la había visto por primera vez en una recepción de la embajada. Ella se había acercado y le había preguntado: «¿Y qué hacemos ahora?». Keuschnig la visitaba a menudo. Le gustaba observarla durante sus tareas domésticas. Ella charlaba mucho y él sentía, al escucharla, un placer sereno y fuerte. «No tengo miedo a hacer algo equivocado delante de ti»,
decía ella. No se planteaba preguntas sobre su relación. «A lo mejor es un buen presagio que uno no se plantee nada», decía Beatrice. Convertía en presagio todo lo que le sucedía; pero también donde otros veían presagiado algo malo, ella creía descubrir una confirmación de que pronto todo iría a mejor. Le repelía lo desagradable, pero lo interpretaba como una buena señal de otra cosa. Por eso vivía con optimismo, y cuando Keuschnig estaba con ella, pensaba, al menos de vez en cuando, que quedaba muy lejos el momento a partir del cual ya nada tendría importancia.
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