Bellaterra, 2000. 230 páginas.
Tit. Or. Africa works. Trad. Rolando Sánchez y Rogelio Saunders.
Tras décadas de ayuda económica, del fin del colonialismo y de la introducción de la democracia en muchos de sus países, la economía de África no acaba de arrancar. En este libro los autores analizan este fracaso atendiendo a una tesis muy simple: los baremos de desarrollo occidental no acaban de adaptarse a un entorno con una cultura muy diferente.
Por ejemplo es difícil la implantación de la democracia cuando los políticos tienen que atender a unas redes clientelares muy amplias que dificultan una legislación efectiva. La corrupción no puede desaparecer cuando no está mal vista. No es malo robar, lo malo es no repartir lo robado.
Pese a eso África camina, aunque a otro ritmo y con otro paso que el europeo. En algunas cosas me he dado cuenta de que como dice el tópico España se parece más a África que a Europa.
He echado de menos más información concreta y me ha sobrado algo de retórica, pero el enfoque del libro y la información que presenta me han resultado muy interesantes.
De un modo más general: ¿pueden los condicionamientos económicos y políticos lograr cambios estructurales en las actuales sociedades africanas? No iniciaremos aquí un debate acerca los méritos estrictamente económicos del ajuste estructural -tópico controversial que requeriría una análisis completamente distinto-,12 sino que centraremos nuestra atención en las maneras en que los gobernantes africanos han logrado impedir que el ajuste estructural socavara los cimientos patrimoniales y prebendísticos del estado.
Aunque en las etapas iniciales de las reformas de ajuste estructural los gobiernos en África fueron a menudo debilitados y desestabilizados, al menos en la superficie, la mayoría de los gobernantes africanos se las han arreglado para adaptarse al ajuste. Es cierto que los efectos combinados del ajuste estructural y las elecciones multipartidistas han llevado a la renuncia a un cierto número de políticos, pero algunos han vuelto a emerger ahora y la mayoría siguen activos (como explicamos en el capítulo 3). No han alterado en lo fundamental el modo en que funciona la política en el África negra contemporánea. Esto se debe ante todo a que los gobernantes africanos, lejos de estar interesados en usar el ajuste estructural para inducir el desarrollo sostenido, están de hecho dedicados a emplear la ayuda extranjera que pone a su disposición para los mismos propósitos patrimoniales.
El ajuste estructural ha sido, creemos, instrumentalizado políticamente con un éxito total al menos en dos aspectos. Ha provisto a las élites africanas de una nueva causa, o chivo expiatorio, para las crisis económica que sufren sus países. Mientras que los anteriores fracasos eran atribuidos sucesivamente al legado del gobierno colonial, al neocolonialismo, al imperialismo y al neoimperialismo, ahora las exigencias y las obligaciones impuestas por el Banco Mundial y el FMI son presentadas como las principales causas del duro entorno económico en el que la mayoría de los africanos tienen que vivir. Los gobernantes africanos argumentan, y lo hacen con verosimilitud, que la austeridad es el precio que el país se ve obligado a pagar a Occidente para poder obtener la ayuda económica que necesitan. Olvidan decir que las reformas impuestas por el ajuste estructural, muchas de las cuales eran en todo caso necesarias, ahora se podrían llevar a cabo sin sufrir totalmente las consecuencias de la austeridad que exigen.
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