Premio Café Bretón no está mal escrito, pero el retrato del escritor canalla ha envejecido pésimamente y las viñetas, aforismos, reflexiones que componen este cuaderno me han olido a naftalina. Naftalina sangrienta y empapada en whisky y sudor y vómitos. Pero naftalina. El autor se propuso:
Un cuaderno de viaje para una vida. Un cuaderno de bitácora (perdón por la cursilada) que me acompañará durante esta travesía incierta, durante este viaje incomprensible y amañado, carente de piedad, de retorno y de esperanza, al que los hombres, por algo hacer, hemos convenido en llamar vida. ¿Un diario? Mi intención era huir del diario al uso porque pienso que utilizando una escritura cotidiana y sistemática se corre el riesgo de amortiguar la ráfaga, el puñetazo, el grito, el gemido, la blasfemia, el adiós, la carcajada, que son, en definitiva, lo que más le interesa a uno fijar aquí, entre los arañazos negros de la prosa.
Tampoco son estos Tránsitos, pese a la disposición tipográfica y pese a que de vez en cuando incurro en la tentación del aforismo, un libro de máximas, sentencias o adagios. Uno piensa que el aforismo tiene algo de trampa, de refrán posmoderno, de fuego de artificio intelectual. Algo de aceituna sin hueso, como dice Andrés Trapiello.
Y repito, no está mal, pero a estas alturas es algo que hemos leído tantas veces que reconocemos todos los lugares comunes. Y nos cansan.
Se deja leer.
[…]Pasan las horas sobre mi lápida y no acabo de coger la postura buena para morir, deshago mi tumba mientras espero que suceda algo, tomo aire y me recuerdo \ivo, lejano, tirado en el suelo de mi habitación, presenciando como los días pasaban sobre mí, extensos e imperturbables, en un lento funeral de cuerpo presente.
Compro un estilo. Un estilo como un raudal, un disparo, un grito, un beso o un paso.
Adolescentes borrachas “buscan sensaciones” en algún infecto cuchitril del arrabal. Cuarentones recién salidos del taller -de oro ful la cadena, el anillo y el pendiente; enfundado en cuero rojo el ultimísimo teléfono móvil; eterno y pugnaz el cúmulo de grasa bajo las uñas- saben lo que tienen que hacer y se aplican a sonreír mucho, a pagar gustosos las cervezas y a fingir un profundo, un insólito, un casi infinito interés.
-Te veo tan distinta a las chicas de tu edad.
-Es que en mi casa a mí no me entienden.
El asiento trasero de un Copa Turbo rojo que luce una discreta pegatina, yo amo Benidorm, en el parabrisas. El tipo (Toni, Richi, Francis, algo así) ya no habla, ni escacha, ni engaña, es una alimaña en celo, un depredador rompiendo con violencia un cuerpo blanco y tonto que sólo tiene quince años.
Geografía humana del dolor. La mañana siguiente, en ciase de Latín, una muchacha intenta olvidar, entre nauta y nautae, el olor a sudor y Barón Dandy que le sube desde su sexo bobo de niña. Había un cálido dulzor entre sus piernas que la vida se ha encargado de transformar para siempre en cicatriz.
Alguien nos debería bendecir a todos.
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