La factoría de ideas, 2004. 340 páginas.
Tit. Or. Bug Jack Barron. Trad. Gádor Soriano.
Audiencia
Antes de escribir esta reseña he buscado por la red para ver si gustaba o no. Aquí gusta mucho: Incordie a Jack Barron, aquí también Incordie a Jack Barron, aquí no gustó pero pareció interesante: Incordie a Jack Barron y aquí pareció una lectura agradable: Incordie a Jack Barron. En todas encontrarán resúmenes del argumento mejores que lo que ponga yo aquí.
El caso es que es una novela con muchos defectos, el mayor para mí es lo increíble de la trama. Pero me encanta. Todo es excesivo, casi paródico, como si fuera un cómic. De este mismo autor es Pequeños héroes, otra novela llena de fallos, que sin embargo he leído como cuatro veces. De esta también haré relectura.
Si en la ciencia ficción lo importante es la idea, no lo es menos ser original por el punto de vista, por el estilo o por la desmesura. Una novela como esta tendrá tantos detractores como admiradores, pero no dejará indiferentes.
Calificación: Muy buena (sobre gustos…)
Un día, un libro (161/365)
Extacto:
—¿Qué es lo que le incordia a usted esta noche?—pregunta Jack Barron con una voz que está de vuelta de todo: conoce Harlem, Alabama, Berkeley, North Side, Strip City, conoce las paredes de cemento muy bien pintadas de un millar de Proyectos de Siglo de Oro orina dentro de una celda carcelaria conoce el cheque dos veces al mes lo suficiente para mantenerse moribundo (Seguridad Social, Ayuda Social, Desempleo, Salario Anual Garantizado cheque azul-cianuro-claro del Gobierno), lo conoce todo y está de vuelta de todo pero no puede dejar de preocuparse, el forastero que está en el secreto.
—Lo que le incordia a usted incordia a Jack Barron —Barron hace una pausa, sonríe con una sonrisa de basilisco, sus ojos oscuros parecen recoger las sombras cinetascópicas sobre fondo negro, Dylan-JFK-Bobby-equívoco-Buda—. Y todos sabemos lo que ocurre cuando alguien incordia a Jack Barron. Espero sus llamadas. El número es el 212.969-6969 (seis meses de lucha con la Bell-F.C.C. para obtener un número especial mnemotécnico), y vamos a recibir la primera llamada… ¡ahora mismo!
Jack Barron extiende la mano y pulsa la tecla de sonido del videófono (la cámara del videófono y el rostro de la pantalla se alejan de la cámara del estudio). Cien millones de pantallas de televisión se desdoblan. La cuarta parte inferior, a la izquierda, muestra la imagen en blanco y negro de un hombre de cabellos blancos y camisa blanca, negro contra el fondo gris desvaído del videófono; las otras tres cuartas partes de la pantalla están ocupadas en color por Jack Barron.
—Este es el programa Incordie a Jack Barron, y está usted en antena, amigo. Es todo suyo hasta que yo diga basta. Nos contemplan cien millones de norteamericanos, y todos ellos esperan oír quién es usted, de dónde es, y qué es lo que le incordia, amigo. Esta es su ocasión para incordiar a quien quiera que le incordie a usted. Está usted conectado conmigo, y yo estoy conectado con todo el país. De modo que adelante, amigo, suelte los torpedos… Incordie a Jack Barron —dice Jack Barron, con una ancha sonrisa vamos-a-dejarles-a-todos-boquiabiertos.
—Me llamo Rufus W. Johnson, Jack —dice el viejo negro—y, como usted y el resto del país pueden ver a través de la televisión, soy negro. No tengo por qué ocultarlo, Jack. Soy negro. ¿Comprende? No soy un hombre de color, ni de tez morena, ni mulato, ni cuarterón, ni ochavón, ni babuino. Rufus W. Johnson es un negro neg…
—Tranquilo, amigo—interrumpe la voz de Jack Barron, autoritaria como un cuchillo; pero un leve encogimiento de sus hombros, una leve sonrisa, tranquilizan realmente a Rufus W. Johnson, que sonríe y se encoge de hombros.
—Sí —dice Rufus W. Johnson—, no debemos utilizar esa palabra, amigo. Llamémosles Afro-Americanos, gente de color, negros americanos, lo que ustedes quieran. Pero nosotros sabemos cómo les llaman… No, usted no, Jack (Rufus W. Johnson deja oír una leve risa). Usted es un pálido, pero un pálido negro.
—Bueno, podríamos dejarlo en sepia—dice Jack Barron—. No querrá que me rescindan el contrato… Pero, ¿qué es lo que pasa, señor Johnson? Espero que no me habrá llamado usted simplemente para comparar colores de tez.
—Pero el problema es ese, ¿no es cierto? —dice Rufus W. Johnson, muy serio ahora—. Al menos, lo es para mí. Y para todos nosotros, los Afro-Americanos. Lo es incluso aquí en Mississippi, supuestamente el país del hombre negro. El problema es exactamente lo que usted ha dicho: una comparación de colores de tez. Me gustaría que el videófono pudiera transmitir en color, entonces podría poner en marcha mi aparato de televisión, manipular los mandos del color y verme a mí mismo rojo, verde o púrpura: gente de color, ¿sabe?
—Vayamos al grano, señor Johnson—dice Jack Barron con una sombra de impaciencia en su voz—. ¿Qué es lo que le incordia a usted exactamente?
—Estamos en el grano—responde Rufus W. Johnson, imagen gris-sobre-gris de rostro negro, arrugado, ofendido, enfurruñado, ensanchándose hasta llenar tres cuartas partes de la pantalla, con Jack Barron en la esquina superior a la derecha—. Cuando uno es negro sólo le incordia una cosa, y le incordia las veinticuatro horas del día, siete días a la semana, desde que nace hasta que muere. Pero hubo una época en que ser negro era algo que terminaba cuando uno moría. Ahora no. Ahora tenemos esa ciencia médica. Tenemos esa Fundación para la Inmortalidad Humana. Congelan cuerpos muertos como platos precocinados hasta que los científicos médicos sean lo bastante listos como para descongelarlos, arreglarlos y hacerlos vivir hasta el Día del Juicio Final. Es lo que ellos dicen, ese galápago de Howards y sus lacayos: «¡Algún día todos los hombres vivirán para siempre a través de la Fundación para la Inmortalidad Humana! «
Un comentario
Agradable, pero predecible (añado). Gran parte de las buenas sensaciones me las transmitió toda la tecnología retrofuturista, es algo que no puedo evitar y que enlaza directamente con mi infancia en los 1970s.