Anagrama, 2014. 304 páginas.
Tit. or. The zone of interest. Trad. Jesús Zulaika.
Historia ambientada en un campo de concentración y contada a tres bandas. Golo es el sobrino de un alto jerarca nazi, seductor y enamorado de la mujer de Paul Doll, comandante del campo. La tercera voz es la de Szmul, judío que colabora con los verdugos porque cree que así puede salvar algunas vidas.
Como siempre las fajas exageran demasiado al decir que es de las mejores o la mejor novela de Amis. En mi opinión es muy inferior a aquella Flecha del tiempo, que era más original tratando el mismo tema. Los personajes están muy bien, y por supuesto la escritura no tiene pegas. Estamos hablando de un escritor con mucho oficio. Pero no es su mejor novela ni de lejos.
Lo mejor es lo que se lee de trasfondo, el decorado. Si Harendt hablaba de la banalidad del mal aquí asistimos a las tribulaciones de dos personajes que sufren por amor, por los celos o por mil tonterías más, mientras de fondo se acumulan los muertos y los problemas que trae la masacre a gran escala. Ese es el gran acierto de la novela y donde se ve el genio de Amis.
Recomendable.
Fumando cigarrillos y bebiendo kir en copas cónicas, contemplábamos Kalifornia, que se asemejaba, a un tiempo y a escala gi gantesca, a unos grandes almacenes (que ocuparan toda una man zana) vacíos, a un rastrillo benéfico tremendamente heterogéneo, a una sala de subastas, a una aduana, a una feria de negocios, aun ágora, a un emporio, a un mercado, a un mercadillo al aire libre, a un planetario, a una oficina terminal de objetos perdidos.
Altos montones de mochilas, morrales, bolsas, maletas y baúles (éstos con tentadoras etiquetas de viajes, evocadoras de puestos fronterizos, de brumosas ciudades…), como una vasta pila para quemar a la espera de la tea ardiendo. Un montón de mantas tan alto como un edificio de tres pisos: ninguna princesa, por delicada que fuera, notaría un guisante bajo un grosor de veinte, treinta mil mantas. Y aquí y allá, a su alrededor, gigantescos montones de cazuelas y utensilios de cocina, de cepillos de pelo, camisas, abrigos, vestidos, pañuelos, y relojes, gafas y todo tipo de prótesis, pelucas, dentaduras, artilugios para la sordera, botas ortopédicas, protectores de la columna vertebral. La mirada se detuvo al fin en el montículo de zapatos infantiles, y luego en el hacinamiento caótico de cochecitos de niño, algunos de los cuales eran meras artesas sobre ruedas; otros, con curvas, bien torneados, pequeñas carrozas para duquecitos y duquesitas… Dije:
-¿Qué está haciendo allí tu Esther? Es muy poco alemán, ¿no? ¿Para qué sirve una jarra llena de pasta de dientes?
-Busca piedras preciosas… ¿Sabes cómo se ganó mi corazón, Golo? La hicieron bailar para mí. Era como un líquido. Casi me eché a llorar. Era mi cumpleaños y bailó para mí.
-Oh, sí. Feliz cumpleaños, Boris.
—Gracias. Más vale tarde que nunca.
-¿Cómo se siente uno con treinta y dos años?
Bien, supongo. Hasta el momento. Lo sabrás tú mismo den-no de nada. —Se pasó la lengua por los labios—. ¿Sabes que se pagan el billete? Se pagan sus billetes, Golo. No sé cómo ha sido con esos parisinos, pero la norma es… -Se inclinó para apartarse una voluta de humo del ojo—. La norma es que hagan el viaje en tercera clase. Sólo «ida». Mitad de precio para los niños menores de doce años. Sólo ida. -Se enderezó-. Está bien, ¿no?
-Podría decirse que sí,
-Los judíos tenían que bajarse del pedestal en el que se habían puesto, lo cual sucedió ya en 1934. Pero esto…, joder, esto es ridículo.
2 comentarios
Soy muy fan de Martin Amis pero lo tengo muy abandonado. ‘La viuda embarazada’ me lleva esperando años entre las estanterías de casa, a ver si este año la leo porque bien dices, Amis sabe mucho del oficio de escribir
Yo también lo tengo abandonado. En parte porque sus últimas novelas, aún estando muy bien, no me emocionan como las primeras. Eso sí, nunca defrauda.