Marc Fumaroli. París – Nueva York – París.

abril 30, 2020

Marc Fumaroli, París - Nueva York - París
Acantilado, 2010. 926 páginas.
Tit. Or. Paris – New York et retour. Trad. José Ramón Monreal.

Mira que tiene páginas este ensayo acerca del mundo del arte y del coleccionismo, y mira que tiene prestigio el autor, pero no encontré ninguna idea, ninguna anécdota, ningún comentario que llegara no ya a emocionarme, sino a despertar mi interés. Malo no es, pero si me lo hubiera evitado leer, mejor.

Sitios donde hablan bien del autor: Fumaroli en Nueva York y Entrevista a Fumaroli

No me gustó.

El Grassou de Balzac es un contemporáneo inconsciente de «la era de la reproducción mecánica», que acababa de empezar. Su galerista es un redomado tunante. Saca partido de un epígono, pintor a partir de otros pintores. Le explota para embaucar a su vez a una clientela borreguil. Es una excrecencia del arte. Pero el arte, incluso parásito, sigue allí. En plena época en que la fotografía se ha convertido en reina, Richard Prince es listo de otra manera. Terminé por comprender su título con retranca. América Espiritual es una figura de negra ironía, que resume la pretensión del «artista» de ofrecer a un público urbano, college educated, una enciclopedia de los lugares comunes fotográficos de la América «profunda», analfabeta y desinhibida sin complejos. No es Flaubert quien quiere. El autor de Bouvardy Pé-cuchet (1881) estaba lleno de compasión por sus patéticos personajes, víctimas una época de hierro. No dudaba en identificarse con esos desgraciados. En la «sociología cultural» de Prince y de sus clones rechina a la vez un altanero desprecio mezclado con una atracción morbosa por la teratología de un imaginario de masas, que pone de relieve y a la venta «en segundo grado», verdadera gallina de los huevos de oro. «Humbug, hoax!», me sopla al oído mi excelente guía Barnum. Nueva York no ha hecho nunca ascos a los mistificadores que logran éxito en lo que se refiere a entretener al cliente y hacerle aflojar la bolsa.


Los franceses exageran—me dice—. Se diría que son incapaces de percibir la diferencia de escala y de óptica entre ellos y nosotros. Lo que es matter offact para nosotros no debería serlo para ustedes. Tengo cada vez más la impresión de que se representa aquí la fábula de la rana y del buey. Esto les vuelve a ustedes ridículos, caricaturescos, enormemente equivocados. Nosotros apostamos fuerte. Ustedes han destacado siempre y deberían seguir destacando en el detalle, aunque el detalle no aparezca en las estadísticas y las preguntas sobre sí o sobre no. ¿Acaso se creen que nosotros nos dejamos engañar? Sí, nos prevalecemos de nuestra enorme superioridad en todo aquello que se compra y se vende, pues nuestro pragmatismo así lo quiere, pero al mismo tiempo nos asombramos ín petto de que eso les deslumbre e intimide a ustedes, y que busquen desesperadamente en Forbes, en dTimeMagazine, en las listas del Nobel, o en las evaluaciones de Shanghai, qué rango tienen sus universidades, sus grandes escuelas, su ciencia, su literatura, sus artes, e incluso su cociente intelectual nacional, con arreglo a los grandes criterios de los especialistas en estadística. En el fondo, aunque pretendamos lo contrario para desestabilizarlos, sabemos mejor que ustedes lo que separa lo high de lo low, lo cualitativo de lo cuantitativo, el verdadero lujo del lujo en serie. Nosotros lo sabemos mejor que ustedes simplemente porque no es algo que esté en nuestras fibras nacionales. Nosotros hemos soñado siempre con comprar lo que el dinero no puede comprar, y ahora sucede que lo conseguimos. Nuestras universidades privadas y nuestras bibliotecas son excelentes, nuestros institutos de investigación, nuestros grandes museos también lo son. Nuestras revistas de calidad son mucho mejores que las de ustedes. ¿Por qué? Porque ustedes desdeñan su propio fuerte, que es justamente la calidad. Se echan ustedes a perder imitándonos en lo que tenemos de tosco, y dejan morir lo que siempre ha constituido su superioridad: el refinamiento. Ustedes nos impresionaron y acicatearon, mientras jugaron a su escala, en los espacios en los que eran ustedes insustituibles e im-batibles. Desde que pusieron en el mercado a Johnny Hallyday, a falta de un Elvis Presley, un Luc Besson, a falta de un Stanley Kubrick, tomaron ustedes un mal camino.


masoquismo y al desenfreno habituales de un «Arte contemporáneo» que se ofrece como testigo de la época. Por lo demás, quiero compartir la preferencia, aún frecuente hoy en día, por el arte románico, severo, imponente, visionario. No puedo a pesar de todo aceptar sacrificarle otros estilos menos restrictivos del arte católico. Incluso no puedo dejar de creer, con el cardenal Newman, en un «desarrollo del dogma» que volvió más católico aún el arte gótico, y aún más católico el arte del Renacimiento y el de la Contrarreforma. Como Bau-delaire, no pongo nada por encima de Rubens y de Velázquez y me maravilla que después de estos genios llegaran todavía Watteau, Chardin y Tiépolo, y también Delacroix y Manet. Hay algo parecido al progreso en el arte, igual que en religión y en educación, aunque este progreso no sea acumulativo, como en las ciencias y las técnicas, ni evolutivo e ininterrumpido, como en el darwinismo y el marxismo. Unos claros que se ensanchan, momentos de gracia que se suceden, dones que se multiplican. Su fuente invisible no se agota jamás. Hace creer en el eterno retorno de la belleza.

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