Gedisa, 2004. 125 páginas.
Tit. or. Non-lieux. Trad. Margarita Mizraji.
Hablando con mi grupo de escritura sobre los no lugares para un ejercicio mi amigo Toni decidió sabiamente ir a las fuentes y me trajo este libro donde tiene origen el tema. El concepto de no-lugar ya existía pero fue este texto el que lo terminó de afianzar. Les pongo al final el fragmento donde se habla específicamente del concepto.
El resto habla un poco de cómo nuestra sociedad sufre de sobreabundancia y de cómo cada vez más nos desligamos de los lugares. Nacemos en un hospital y morimos en otro. Buena parte de nuestra vida transcurre en sitios de tránsito, y no digamos ahora que la compra de un piso es algo cada vez más difícil y estamos condenados a un seminomadismo permanente.
Mi pega es ese lenguaje que roza lo críptico en muchas ocasiones, que vamos a ver, yo entiendo que cada campo tiene su jerga y un lector ingenuo como yo asume que ciertas cosas las tendrá que investigar, pero eso no quita para intentar tener una claridad en el lenguaje. He leído libros de temas complicados que se entendían a la perfección, y este solo a medias.
Bueno.
Si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un no lugar. La hipótesis aquí defendida es que la sobremodernidad es productora de no lugares, es decir, de espacios que no son en sí lugares antropológicos y que, contrariamente a la modernidad baudeleriana, no integran los lugares antiguos: éstos, catalogados, clasificados y promovidos a la categoría de lugares «de memoria», ocupan allí un lugar circunscripto y específico. Un mundo donde se nace en la clínica y donde se muere en el hospital, donde se multiplican, en modalidades lujosas o inhumanas, los puntos de tránsito y las ocupaciones provisionales (las cadenas de hoteles y las habitaciones ocupadas ilegalmente, los clubes de vacaciones, los campos de refugiados, las barracas miserables destinadas a desaparecer o a degradarse progresivamente), donde se desarrolla una apretada red de medios de transporte que son también espacios habitados, donde el habitué de los supermercados, de los distribuidores automáticos y de las tarjetas de crédito renueva con los gestos del comercio «de oficio mudo», un mundo así prometido a la individualidad solitaria, a lo provisional y a lo efímero, al pasaje, propone al antropólogo y también a los demás un objeto nuevo cuyas dimensiones inéditas conviene medir antes de preguntarse desde qué punto de vista se lo puede juzgar. Agreguemos que evidentemente un no lugar existe igual que un lugar: no existe nunca bajo una forma pura; allí los lugares se recomponen, las relaciones se reconstituyen; las «astucias milenarias» de la invención de lo cotidiano y de las «artes del hacer» de las que Michel de Certeau ha propuesto análisis tan sutiles, pueden abrirse allí un camino y desplegar sus estrategias. El lugar y el no lugar son más bien polaridades falsas: el primero no queda nunca completamente borrado y el segundo no se cumple nunca totalmente: son palimpsestos donde se reinscribe sin cesar el juego intrincado de la identidad y de la relación. Pero los no lugares son la medida de la época, medida cuantificable y que se podría tomar adicionando, después de hacer algunas conversiones entre superficie, volumen y distancia, las vías aéreas, ferroviarias, las autopistas y los habitáculos móviles llamados «medios de transporte» (aviones, trenes, automóviles), los aeropuertos y las estaciones ferroviarias, las estaciones aeroespaciales, las grandes cadenas hoteleras, los parques de recreo, los supermercados, la madeja compleja, en fin, de las redes de cables o sin hilos que movilizan el espacio extraterrestre a los fines de una comunicación tan extraña que a menudo no pone en contacto al individuo más que con otra imagen de sí mismo.
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