Lidia García García. ¡Ay, campaneras!

febrero 16, 2023

Lidia García García, Ay campaneras
Penguin Random House, 2022. 272 páginas.

Este libro nace del podcast homónimo ‘Ay, campaneras’ que les recomiendo escuchar encarecidamente, ya que ahí están las canciones que se analizan y la voz de Lidia tiene una calidad especial, habla con un cariño contagioso de las canciones y de quienes las cantan. Por contra en el libro se tiene la información más ordenada y se pueden repasar cosas.

El cuplé, la copla y la zarzuela son géneros musicales despreciados por frívolos, sentimentales y casposos. Y sin embargo esconden, además de joyas musicales verdaderamente notables, una serie de valores, de filosofía de la vida, de amores en los márgenes, de espejos donde verse reflejados, de apertura -domesticada y castigada- de mente hacia otras maneras de ver el mundo.

Yo conocía bastante bien el mundo de la zarzuela, me encantaba el cuplé y he aprendido a ver los valores de la copla, gracias al buen trabajo de Lidia García que sabe iluminar las canciones y explicarnos la trastienda. Pero aunque no hubiera nada de esto, siempre tendría el valor de haber acompañado a nuestras madres y abuelas en la dura vida de la posguerra, porque como se apunta al final:

No encendieron desde luego la llama de ninguna revolución, pero a veces sobrevivir es un acto de rebeldía en sí mismo. Y con estas canciones, que encierran toda una sentimentalidad y un modo de vida, nuestras abuelas y nuestros abuelos quitaron el polvo, cosieron, labraron, acunaron niños y siguieron adelante. No solo les aliviaron la faena, sino la vida misma. Escucharlas, disfrutarlas, buscarles las costuras y pensarlas del derecho y del revés es interrogar una memoria que también es nuestra.

Un libro disfrutón y sabroso.

Buenísimo.


La Molina fue una de las grandes cupletistas de su generación, especialmente dotada para la canción andaluza y pionera en aquello de triunfar en Nueva York. Los Álvarez Quintero se inspiraron en su vida para la obra Mariquilla Terremoto, a la que en su versión cinematográfica daría vida Estrellita Castro. Amalia era en general bastante fuerte. Sirva como muestra de su carácter la que le lio a un periodista que se atrevió a preguntarle cómo lograba mantenerse tan joven por la época en que grabó este tema, cuando sus días de gloria ya quedaban algo atrás. Le espetó: «¿Es que tú no sabes que he hecho un pacto con el diablo?». Y no se quedó precisamente parca en detalles:

Hace tiempo, actuando en Nueva York, tuve una de las noches más brillantes de mi carrera artística. El público me había aplaudido a rabia, y al retirarme a mi camerino, me contemplé en el espejo orgullosa de mi cara, de mi tipo y de mi arte y me puse a pensar unas cosas mu rarísimas. […] Yo me desía: «¡Qué lástima que argún día se tenga que acaba to esto. Dejaré de ser joven, de ser guapa […]». En aquel momento estalló en el camerino un fogonaso como si me estuvieran retratando ar marnesio. […] El mismísimo diablo que va y me dise: «Yo te voy a da la reseta pa que tengas bellesa y juventú hasta los noventa años, a cambio de que me enseñes a canta fandanguillos». […] Le enseñé al diablo una colesión de fandanguillos y él me dio la reseta. «No llevarme disgustos, no tené envidia de nadie, haser to el bien que pueda, buena alimentasión, un poco de gimnasia y otro poco de colorete pa salí a la calle». Y esta es la reseta del diablo. ¿Qué te ha paresío}il

Con perdón de Goethe, este es el Fausto que merecemos. Pues con este mismo poderío y dominio del arte de la guasa interpretaba Amalia Molina «La diputada». La canción no podía empezar con más ímpetu. «¡Llegó la hora del feminismo!», exclamaba Molina en el primer verso para pasar al instante al registro cómico: «y como siempre fui avispada y en todas partes me llevo algo, me llevé el acta de diputada».


. En su semblanza sobre Retana dice Javier Barreiro: «parece que ante la acusación del fiscal de que le gustaba beber semen de adolescentes en un copón sagrado, el aplomo y cínico sentido del humor de Retana le llevó a contestar: “Señor, prefiero siempre tomarlo directamente”».Lo cierto es que la dictadura no le perdonó a Retana, como comenta Maite Zubiaurre a propósito de esos procesos, «su pasado de rojo y de autor pornográfico».114 Él tampoco los perdonó nunca; de hecho fue muy claro al respecto en su testamento:

Hago constar que muero sin perdonar a cuantos elementos del régimen de francisco franco bahamonde se han complacido en perseguirme, difamarme y desdeñarme, con ese implacable rencor que distingue a tantos titulados católicos, apostólicos romanos, compostelanos y hasta del puente de Vallecas, partidarios de restaurar la siniestra España de Felipe II. Si de verdad existe el infierno, como allí nos encontraremos todos, procuraré hacerles imposible la vida eterna […]. No terminaré este testamento sin proclamar que fallezco sin acusarme de otros pecados que los exclusivamente de al-
coba; perpetrados siempre sin perjuicio de tercero y de acuerdo con la parte beligerante, que invariablemente solicitaba una repetición.

Retana, a cuya vida dio cumplido repaso Luis Antonio ile Villena en El ángel de la frivolidad y su máscara oscura, fue escritor, figurinista, periodista y libertino profesional. En sus novelas, siempre deliciosamente tituladas (valgan Lolita buscadora de emociones, Mi novia y mi novio, Las locas de postín o la excelsa A Sodoma en tren botijo, como ejemplo), retrataba desde la ambigüedad y la ironía el amplísimo abanico de esos pecados de alcoba. «El novelista más guapo del mundo», como gustaba denominarse Retana, era también le-trista. Escribió algunos cuplés tan famosos como nuestro ya conocido «Batallón de modistillas», y también colaboró activamente en el revival del género ya en los años cincuenta.
Por supuesto, el mundo del cuplé no había sido ni mucho menos ajeno a la diversidad sexual. Ya la Fornarina cantaba a principios de siglo «Peluquero de señoras»j3, de Cadenas y Heintz, que después versionó tan estupendamente Olga Ramos. En ella, un peluquero que peina a la moda de París es asediado por las dientas, enloquecidas por la suavidad con que trata sus bucles. Pero «el rey de la ondulación» no les corresponde en absoluto:
Y si al peluquero alguna vez suele declararse una mujer, al oírla hablar loco de terror se le oye gritar: «¡Ay, no!».


Así se lo contaba a un amigo en una carta:

He oído dos veces La Gran Vía, algo que no es en absoluto susceptible de importación. Para ello hay que ser un granuja y un terrible individuo de instinto, y además solemne. Un terceto de tres solemnes gigantescos canallas es lo más fuerte que he oído y visto, incluso como música, genial, imposible de clasificar. He tomado para compararla La Cenerentola de Rossini, pero es mil veces demasiado bondadosa en relación con esos españoles.

Lo más fuerte que había oído y visto, decía Nietzsche… En su estudio sobre la obra, Víctor Sánchez destaca su trasfondo social y cómo Chueca juega con los códigos sonoros para caracterizar a los personajes y su condición. Que sea precisamente de jota el aire de la canción de los rateros remi te a la idea de un baile ágil y de saltos que, nos dice Sánchez, «acompaña bien las hábiles maniobras de los rateros en sus hurtos»191 e incluso parece parodiar el carácter épico y so lemne con el que la jota se había usado en otras zarzuelas Los simpáticos ladrones, que al final acababan tras una cómica persecución metiendo presos a la policía entre el al borozo del público, se convirtieron en ídolos para los pro pios carteristas de la ciudad. Tanto es así que cuando se co rrió la voz en los periódicos de que le habían robado la cartera en el tranvía al maestro Chueca, unos días después le fue di vuelta junto a una carta que se conserva en la Biblioteca Na cional y que decía así:
Al saber por los periódicos que la cartera sustraída hace unos días en el tranvía del Este a las seis y media de la noche pertenecía al Sr. Chueca, el gremio acordó en junta general devolverle dicha cartera con los tres billetes de banco que contenía y cinco duros más de gratificación por parte nuestra como prueba de respeto y admiración al guripa de más pupila y más salero de España. Como verá V. no nos quedamos con nada de lo que contenía la cartera más que con su retrato como recuerdo para esta Academia. Dios guarde a V. muchos años y le conserve la salud para que se ocupe pronto de nosotros en el escenario.192
La misiva la firmaban, en referencia a la ya célebre jota, el Rata l.°, el Rata 2.° y el Rata 3.°, con el visto bueno de unas tal la Chata y la Pelos. En el texto sobre el archivo personal de Chueca que acompaña a la carta en la web de la Biblioteca Nacional, José María Soto de Lanuza comenta que «los hechos reales, quizá, corresponden a una broma de sus amigos más allegados». Sin embargo, «la anécdota es interesante no solo por lo que tiene de curiosa, sino porque revela hasta qué punto llegó a calar en la sociedad madrileña la gracia del compositor». No por nada era tan querido Chueca, hijo de un conserje que retrató como nadie al pueblo de Madrid y se choteó de los ricos y poderosos tanto como las circunstancias se lo permitieron.

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