Con lo que me gustan los libros de este colectivo y lo poco que hay en la biblioteca. Si en el anterior que leí (pero posterior en el tiempo) teníamos una historia de viajes en el tiempo atípica, aquí tenemos una colección de historias reales de locos del primer manicomio, un hospital de Fez del siglo XIII dedicado a curar mediante música, danza o espectáculos. Las biografías de los pacientes se mezclan con la historia personal del autor en su descubrimiento de los textos y su traducción.
En todos los sitios donde lo escuché recomendado se hace hincapié en el tema de la locura y el tratamiento psiquiátrico medieval y avanzado y eso demuestra que no se han leído el libro. Las supuestas biografías son más cuentos con elementos mágicos, historias que podrían ser narradas y entran dentro de lo maravilloso y lo mitológico y poco dentro de la insanía mental -con excepción de un breve pasaje.
Se incluye el juego de espejos y ocultaciones porque además del pseudónimo tenemos un académico de Girona y un traductor marroquí cuyos nombres seguro que esconden alguna clave pero que yo he sido incapaz de averiguar. Tampoco hace falta para disfrutar de estos relatos entrelazados con una búsqueda entre Barcelona y Fez.
Muy bueno.
“En realidad queremos perdernos”, respondió Ruth, en castellano. El niño replicó perfectamente: “También ahí puedo guiaros”. Se arremolinaron otros tres chiquillos alrededor de la pareja; uno de ellos reconoció a Juan, sobretodo por el rastro de henna en su mano derecha impropio de los hombres-, y avisó al resto que los dos jóvenes eran de allí, no turistas.
Ammán obedecía sin remedio, y no paraba de orinar, hasta que no le quedaba agua en las venas; entonces bebía con compulsión, para obedecer al Demonio, cpie insistía con constancia: aún debes orinar más, y más, más. El joven se abrazaba al río, ingería su agua con rabia, tragando por la nariz y la boca, vomitando peces; las gentes, que ya lo conocían, lo intentaban mantener alejado de las fuentes y de los pozos; pero aquello, (pie lo hacían por ayudarle, a él le suponía un tormento. Las mismas ansias acababan impidiendo a Ammán la facultad de orinar; las amenazas del Demonio, maldito siempre, aumentaban entonces: te arrancaré los ojos y te liaré arder si no cumples mi orden. Ammán se hundía el vientre con las manos, para exprimirse la orina, se retorcía con sus largas uñas los testículos, hasta hacerlos sangrar, se apretaba el falo, que restaba encogido de miedo dentro de sí mismo. Finalmente debía ser atado a las argollas de la pared de sus aposentos, para impedir que se arrancara el escroto con las uñas. Esa mañana lo habían soltado, por fin, de una amenaza que había durado tres días; tal vez por ello Ammán sonreía feliz; tal vez, también, porque, de alguna manera, adivinaba que ese día sería uno de los más felices de su vida.
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