Roca editorial, 2007. 192 páginas.
La idea es buena: analizar cómo el humor es un remedio que ayuda a sobrellevar las dictaduras erosionando al poder y creando espacios de libertad individual y comunitaria. El resultado, sin embargo, tampoco es para tirar cohetes. Centrándose en las figuras de unos cuantos dictadores y poniendo un poco de contexto se dedica a recopilar chistes en muchas ocasiones (así lo afirma el propio libro) obtenidos de internet.
El conjunto es agradable de leer e incluso gracioso por momentos, pero personalmente cada página me gritaba lo que podría haber sido y no era. Algo de análisis sociológico, diferentes tipos de humor dependiendo de pueblos y situaciones, como los mismos chistes se van reciclando en diferentes situaciones con distintos protagonistas y alguna referencia a las dictaduras asiáticas de las que no se dice nada. También que los chistes escogidos fueran más graciosos.
Curioso me ha parecido que apareciera el chiste de los judíos y el cenicero que le costó el puesto a Zapata, aunque el autor se cubre diciendo que eran los propios judíos los que hacían circular esos chistes.
Se deja leer.
El régimen aspiraba a sucederse a sí mismo, y para ello era necesario que el pueblo fuera adicto a los principios fundacionales. De ahí la importancia de la educación de las nuevas generaciones:
Una maestra se declara falangista y pide a las niñas que levanten la mano las que se consideren seguidoras del partido único. Sólo una no levanta el brazo a la manera falangista de sus compañeras.
La maestra está sorprendida.
—¿Por qué no has levantado la mano, Manolita?
—Porque no soy falangista, señorita.
—Caramba, y si no eres falangista, ¿con quién simpatizas?
—Con el Partido Comunista.
Lo ha dicho con orgullo. La maestra no puede dar crédito a lo que oye.
—Manolita, hija, ¿qué pecado has cometido para ser comunista?
—Mi madre es comunista, mi padre también y mi hermano acaba de ingresar en el Partido. Por eso yo soy también comunista.
El orgullo de la pequeña aumentaba por momentos. La maestra estaba irritada.
—Bueno, Manolita, pero eso no es motivo para ser comunista. Tú no tienes que ser como tus padres. Por ejemplo, si tu madre fuera prostituta y drogadicta, tu padre alcohólico, vago y traficante, y tu hermano ladrón, ¿tu qué serías?
—Seguramente falangista, señorita.
Los cronistas deportivos tenían que hacer malabarismos para que pareciera que los atletas habían quedado mejor de lo que podía mostrar una aséptica tabla de resultados. El humor popular hablaba de una carrera de 5.000 metros en el estadio Lenin entre Nixon y Brezhnev. Ganó el norteamericano. Así informaba Izvestia del evento: «Nuestro camarada Brezhnev ha quedado en un brillante segundo puesto. Nixon, penúltimo».
Solzenitsin, Sajarov y muchas víctimas del KGB y del paso por el gulag han dejado el testimonio de la crueldad represiva y de sus criterios arbitrarios.
Tres condenados al gulag se cuentan los motivos del destierro.
—A mí me cogieron por llegar cinco minutos tarde. Condenado por sabotaje en la empresa.
—A mí por llegar cinco minutos antes de tiempo. A Siberia, por espionaje.
—A mí me cogieron por llegar a la hora. Me acusaron de haber comprado un reloj en un país del Oeste.
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