José María Carandell. Nueva guía secreta de Barcelona.

noviembre 8, 2022

José María Carandell, Nueva guía secreta de Barcelona
Martínez Roca, 1982. 300 páginas.

Guía de las calles de Barcelona, sus locales, anécdotas, sitios curiosos, un poco lo que está haciendo ahora Xavier Theros. Da un poco de ternura ver cómo era esta ciudad hace 40 años, porque las cosas han cambiado tanto que a Barcelona no hay quien la conozca.

Como buena parte del libro se dedica a nombrar los establecimientos que se podían encontrar en su época esas páginas me resultaron, en general, aburridas. Pero quedan compensadas por las anécdotas y por descubrir que había en las calles que ahora recorro con frecuencia.

Interesante.


Los canapés de piedra fueron sustituidos por bancos de madera y por terrazas con mesas y toldos; la terraza más cercana al puerto, servida desde el popular quiosco de bebidas; la más próxima a la plaza del Teatro, con sillones de mimbre de alto respaldo, que recuerdan todavía sus tiempos elegantes. A principios de este siglo, Santa Mónica experimentó la influencia del pujante barrio Chino: se instalaron bares de condición dudosa y, en los pisos, numerosos prostíbulos, como «La Rita», que desaparecieron en 1956.
Pero con la fuerte crisis de los últimos años y la permisividad, la prostitución ha aumentado de una manera fantástica y tristísima en la parte alta de esta rambla, llena de bares a uno y otro lado, con chicas a veces jovencísimas y con prostitutos. Uno de estos bares, el «Loch Ness», tiene un escudo junto a la puerta, que lleva la inscripción «Nemo me impune lacessit» (Nadie me ofende en vano), que es la divisa de las cavas del terrible Fortunato en el cuento de Poe La barrica de amontillado. El Frontón Colón es el límite de este tramo prostibulario. En este mismo edificio, donde a fines de siglo puso su estudio el fotógrafo Antonio Napoleón Fernández, conocido como el «Napoleón», se instaló el primer cine de Barcelona, el Cinematógrafo Napoleón-Lumiére, en 1897, aprovechando el éxito de las primeras proyecciones informales en la calle Fernando. En este sitio está ahora el «Jazz Colón».
Esta sala fue en la posguerra un baile bastante «tirado», como suele decirse; pero desde la invasión de la música moderna «rock», a mediados de los sesenta, se convirtió en uno de los centros más adelantados por sus discos de última hora y por su ambiente abierto. Desde el 68 al 70 fue lugar preferido de universitarios e intelectuales, a i|uienes podía verse bailar al lado de rollizas muchachas de La Verneda y de portentosos negros norteamericanos. Posteriormente volvió a ser lo que había sido antes de los .felices sesenta», aunque los sábados de madrugada —ya domingo—, no deja de haber entendidos que van a informales sesiones de jazz, en una atmósfera fuerte y descarnada.


Destacan en esta vía algunas casas antiguas, un par de bares y librerías, como «Documenta». Pero lo más interesante es ahora el Albergue de San Juan de Dios, que ocupa los antiguos Almacenes La Saldadora.
Este albergue fue inaugurado en 1979; la institución religiosa hizo las obras de adaptación y funciona gracias a la financiación conjunta de aquélla y del Ayuntamiento. Trece personas (de ellas, cinco hermanos de la orden) llevan este albergue tan útil para los necesitados como interesante para conocer la marginación. Unas 800 personas pasan anualmente por este centro dependiente de los Servicios Sociales del Ayuntamiento (véase calle Valldoncella, barrio de Tallers). Muy limpio y bien equipado, el albergue comprende habitaciones individuales y alguna de varias camas para familias o grupos, así como comedores, sala de juegos, servicio de lavandería, oficinas y otras instalaciones. El total de camas es de 80 y la duración media de la estancia es de 15 días a un mes. Tres tipos de personas acuden a este centro. En primer lugar, quienes de pronto se encuentran sin dinero ni otros medios y no saben adonde acudir. De ellos, el 80%, aproximadamente, son españoles, con mayoría del gremio de hostelería, seguidos por los trabajadores de la construcción, las profesiones liberales (periodistas, profesores, etc.), las amas de casa, los que carecen de profesión, algún guardia civil. Del 20% de extranjeros, casi la mitad son latinoamericanos, seguidos por los africanos y los europeos. Recientemente fueron acogidos allí 22 vietnamitas. Muchos de ellos padecen trastornos mentales. El segundo grupo está formado por quienes ya cuentan en su vida con este tipo de albergues, y sus profesiones suelen ser temporeras: chatarreros, artesanos de todo tipo de chapuzas, trabajadores del hampa, etc. El último grupo es el de los mendigos y marginados reales (llamados aquí «trágicos»), que carecen de todos los medios y no tienen dónde caerse muertos. Se calcula que en Barcelona hay (en cifras más orientativas que seguras) unos 2.000 mendigos reales y unos 7.000 profesionales. De todos ellos pasan por aquí unos 500 al año. El número total de los extranjeros es, anualmente, de unos 125. La edad media de los asistidos es de 30-32 años. Casi el 40% del total obtiene solución total o parcial al problema por el que ingresó. Las principales tensiones en el albergue se crean por la proyección de los propios problemas sobre los demás, por racismo, a causa de los desequilibrios mentales y, en ocasiones, por la violencia.
La calle d’En Roca combina lo tremendo de sus fachadas y estructura con la falsa alegría de sus peluquerías y de la capillita dedicada a Sant Roe.
Petritxol, que va de Portaferrissa a la plaza del Pino, es una de las calles más pintorescas de Barcelona, gracias al cuidado que sus vecinos han puesto en realzar su historia por medio de mosaicos, ocultando, no obstante, los aspectos siniestros de la misma. Por ejemplo, nada se dice de la máscara de piedra que en una de sus fachadas anunciaba la presencia de un burdel; ni de que en ella vivió el poeta madrileño Moratín, que su pensión era infecta, como él mismo escribía en una carta del 18 de julio de 1814: «Vivo en uña mala posada, en una callejuela llamada “carrer de Petritxol”; la cual posada, con asistencia, cama, luz, almuerzo, comida y cena, me cuesta tres pesetas, y de aquí podrá usted inferir que como demonios fritos; pero es tiempo de economías». En Petritxol —nombre que le viene de un banco de piedra o por el pilar que la cerraba— se recuerda que aquí vivieron el dramaturgo Angel Guimerá, el ensayista y personaje po-pularísimo «Peius» Gener y el científico Sala i Campillo; y aquí están la primera sala de exposiciones barcelonesa, «Sala Parés» (1884), que pasó de los Parés a los Serrahima y luego a los hijos del poeta Mara-gall; una de las primeras pastelerías y dos chocolaterías de lo más típico de la ciudad, la Librería Quera de cultura catalana excursionista. Estas instituciones dan a la calle su ambiente artístico combinado con el comercial y el laminero.
La iglesia del Pi, de los siglos XIV y xv —quemada en 1936 y restaurada en 1968—, está rodeada por tres plazas: la del Pi, la de San José Oriol y la placita del Pi. En la plaza del Pi, número 1, estuvo la Congregación de la Purísima Sangre, que consta todavía como Archi-cofradía de la Sangre.
Esta congregación procuraba consuelo y los últimos auxilios espirituales a los condenados a muerte. Sólo la Cofradía estaba autorizada a acompañar al reo y a su escolta hasta el patíbulo. Los cofrades se reunían en esta casa de madrugada, vistiendo la veste y el negro capuchón, y se encaminaban con el Santo Cristo a recoger al reo. Una noticia del Diario de Barcelona, de 1841, dice: «La Archicofradía de la Purísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo participa a sus hermanos congregantes que los que acompañarán al reo al suplicio, recibiendo los Santos Sacramentos, ganarán la indulgencia plenaria y remisión de sus pecados». Era costumbre que la Cofradía y el clero del Pino trasladaran los restos al cementerio situado junto a esta iglesia. Los bajos de esta casa pertenecen a la antiquísima Estampería d’Art, de 1789.
La casa número 5 de esta plaza, de fines del siglo xvm, fue la sede del importante gremio de Revendedores; delante de ella está el pino, bastante joven, que prosigue la larga tradición de sus hermanos vegetales que dan nombre a la iglesia. En el otro ángulo, una lápida recuerda que en aquella farmacia comenzó la carrera literaria de Ángel Guimerá, el autor de la siempre repuesta Terra baixa.

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