Segunda parte de la trilogía de Southern Reach. John Rodríguez -Control- es envíado como nuevo director al área X, con el objetivo de poner orden y averiguar qué está pasando con ese misterioso fragmento de otra realidad que ha aterrizado en nuestro planeta. Poco a poco irá descubriendo que los tentáculos de la misteriosa área también se encuentran en nuestra realidad.
En esta novela, a través de los ojos de este Control de nombre irónico, porque no va a ser capaz de controlar casi nada, vamos obteniendo información relevante acerca del origen de la misteriosa área, quienes en el gobierno están interesados en averiguar lo que ocurre, las luchas de poder, y algún que otro viaje clandestino que se ha realizado.
Aunque abundan las explicaciones no se llega a explicar nada del todo -por suerte- porque las pistas que se dan no son cerradas (ni se cerrarán en el tercer volumen). En esto el autor tiene un talento exquisito, revelar sin revelar ni caer en explicaciones facilonas es todo un arte que pocos dominan.
El final te deja un gancho que prácticamente te obliga a leer el último volumen de la serie que, por suerte, yo tenía a mano.
Muy bueno.
—Solo entrevistaste a la bióloga. Aún no sé por qué.
Eso antes de que él tuviera siquiera la oportunidad de mover su primera ficha…, así que su determinación de mostrarse diplomático, de convertirse en su compañero de trabajo en lugar de en su enemigo —aunque fuera mediante subterfugios o un codazo metafórico—, se disipó en el aire húmedo.
Control le explicó sus ideas y creyó que Grace parecía impresionada, pero aún no sabía interpretar bien sus reacciones.
—¿Alguna vez os dio la sensación de que estuviese ocultando alguna cosa durante el entrenamiento? —preguntó él.
—Desviación. Eres tú el que piensa que está escondiendo algo.
—De hecho, todavía no lo sé. Podría estar equivocado.
—Tenemos interrogadores con más experiencia que tú.
—No me cabe duda.
—Deberíamos enviarla a la Central.
La mera idea le daba escalofríos.
—No —dijo él rotundamente.
De inmediato le preocupó que la subdirectora se imaginase que el futuro de la bióloga le importaba.
—Ya he ordenado que se lleven a la antropóloga y a la topógrafa.
De pronto, Control percibió el olor putrefacto de toda la vegetación que se deterioraba poco a poco bajo la superficie del pantano, sintió en las torpes tortugas y a los peces raquíticos abrirse paso entre las capas enmarañadas. No se atrevía a volverse hacia ella; no se atrevía a decir nada, y se quedó inmóvil, suspendido por la sorpresa.
La subdirectora continuó, alegre:
—Dijiste que no las necesitabas, así que las envié a la Central.
—¿Con qué autoridad?
—La tuya. Me indicaste con total claridad que eso era lo que querías. Si te referías a otra cosa, acepta mis disculpas.
Se produjo en Control una pequeñísima onda sísmica, un temblor imperceptible.
Se las habían llevado. No podía recuperarlas. Tenía que olvidarlo y tragarse la mentira: que Grace le había hecho un favor, que le había simplificado el trabajo. En cualquier caso, ¿cuánta influencia podía tener ella en la Central?
—Si cambio de opinión, siempre puedo leer las transcripciones —dijo, intentando responder con tono agradable.
Allí las interrogarían igualmente, y él le había dado pie al decir que no quería entrevistarlas.
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