DeBols!llo, 2010. 602 páginas.
Humo de paja
Llevo echando pestes de esta trilogía desde el comienzo, pero me la he acabado. Como un campeón. De los masoquistas.
¿Qué pasa en esta tercera parte? Poca cosa. Nos enteramos de qué le pide Pérez-Nuix al prota, Tupra le pone unos vídeos muy truculentos, cuando viaja a Madrid hace el gallito con uno que va con su mujer, Francisco Rico hace un cameo y poco más. Algunos datos sobre Jane Mainsfield y la guerra civil, datos que en otros libros parece un intento de relleno de mal autor, pero que entre tanta inanidad se leen con mucho gusto.
Se lee rápido, porque los arabescos estilísticos del autor son puro humo. En la contraportada Pamuk postula al autor al Nobel. Madre mía. En el prólogo se afirma que esta novela hace ver su producción anterior con otros ojos, y es cierto. Ahora me parece peor. Acaba con una serie de retratos del personal de Tupra de figuras públicas. Imposible más prepotencia. A todo esto el protagonista me parece un imbécil.
No soy tan prepotente como el autor y puedo estar equivocado. Si tanta gente lo pone por las nubes, seguro que me equivoco yo. Pero me ha parecido malísimo. Lo peor que he leído en mucho tiempo. Si se quitara toda la paja de la trilogía y hubiera sido un libro de 400 páginas no digo que hubiera sido bueno, pero a menos hubiera quedado apañao. Tanta vuelta y revuelta lo vuelve insufrible.
Calificación: Muy malo.
Un día, un libro (170/365)
Extracto:
Pero lo que más me ha enfurecido, a veces, ha sido sentirme en deuda (absurdamente, en estos tiempos) por haberme acostado con ellas. Sin duda un vestigio de mi época de infancia, cuando aún se consideraba que el interés y la insistencia venían del varón siempre y que la mujer cedía, o aún es más, concedía u otorgaba, y era ella la que hacía un regalo valioso o un favor grande. No siempre, pero con demasiada frecuencia, me he juzgado artífice o responsable último de lo habido entre ellas y yo, aunque yo no lo hubiera buscado ni anticipado —si es que no lo he visto venir en la mayoría de las ocasiones, no me lo he maliciado—, y he supuesto que lo lamentarían nada más concluirlo y yo retirarme o hacerme a un lado, o mientras se volvían a vestir o se alisaban la ropa y se la enderezaban (hubo una casada que me solicitó una plancha: hecha un acordeón su ceñida falda, marchaba directamente a una cena de matrimonios muy finos sin poder pasar antes por casa; le presté mi buena plancha y salió muy ufana, su i prenda silenciosa y sin huella de sus avatares), o si no más adelante, cuando se quedaran a solas y meditabundas, o rememorativas, mirando la misma luna a la que yo no haría caso, desde sus ventanas sentidas como nupciales de pronto, en la duermevela de la madrugada.
Y así he tenido a menudo el impulso de compensarlas en el instante, mostrándome delicado, paciente o propenso a escucharlas; atendiendo suavemente a sus cuitas o sosteniéndoles su chachara; velando su desconocido sueño o haciéndoles caricias que no venían a cuento y que a mí no me salían, pero que me sacaba; fraguando enrevesadas excusas para irme de sus casas antes del amanecer, como un vampiro, o para salir de la mía en plena noche y darles así a entender que no podían pernoctar en ella y que debían vestirse y acompañarme abajo y conducir sus coches o coger un taxi (y he pagado de antemano al chófer), en lugar de confesarles que ahora ya no quería seguir viéndolas más, ni oyéndolas, ni respirar adormecido a su lado. Y alguna vez el impulso ha sido de recompensarlas, simbólica y ridiculamente, y entonces les he improvisado un regalo o les he preparado un buen desayuno si la hora llegaba y nos encontraba aún juntos, o he accedido a un deseo que estuviera a mi alcance cumplirles y que hubieran expresado no a mí sino al aire, o a una petición sí a mí, pero implícita o no formulada, o lo bastante distanciada en el tiempo para no resultar asociable, o sólo si uno se empeñaba en vincular verbo con carne. No, en cambio, si la petición era explícita y cercana, porque en esos casos no he logrado sustraerme a una desagradable sensación de transacción o de cambalache, que falsificaba el conjunto y lo tornaba sórdido, o de hecho lo suprimía, como si no hubiera sucedido.
3 comentarios
Palim, Palim, ¡hay que quererse más, hombre!
XD
Creo que no te había visto nunca despotricar tanto.
Ahora no me siento tan mal por haber abandonado el primero de ellos.
Saludos
Cities, me quiero mucho, pero hay que sufrir de vez en cuando 😛
panta, es un caso especial, ya que te venden el libro como lo mejor que se ha escrito, y es un bluff. Eso es lo que más me ha molestado.