Adriana Hidalgo, 2016, 2018. 186 páginas.
La autora viaja a diferentes comunidades indígenas de varios países y escribe acerca de sus pueblos, costumbres, como en algunos casos se está produciendo un proceso de empoderamiento. Desde la Patagonia al Ecuador habla con la gente del pueblo y con personajes relevantes, mostrando un fresco alejado de paternalismos.
Lejos de mostrar etnias en decadencia lo que aquí se lee son pueblos orgullosos de serlo, que en algunos casos -como en Otovalo- gracias a su mentalidad industriosa están levantando negocios importantes. Citando a la autora:
se puede ver a una señora con traje regional sentadita en un rincón manejando un celular o una computadora de bolsillo
Es mi primer acercamiento a la autora, pensaba que serían cuentos, y he disfrutado de las historias que cuenta.
Está bien.
Alicia
Ni Luján ni María Celia hablaron de su vida íntima. María Celia es sumamente prudente debido a su rol de cacica. Por la ventana entreabierta se cuela una cabeza rotunda, luego, su dueña entra. Y dice: “Yo soy Alicia, cédula de identidad 3 425 678, tengo más garrotazos en mi cuerpo que palabras en mi mente. Yo soy hija de la ñata Cuello, y Los Andariegos hicieron un chamamé con
la Ñata Cuello. Yo tuve quince hijos, Griselda, Esmeralda, Dolores, Amilcar, Paola, tengo hijas maestras. Mi mamá le puso a un hijo Juan Domingo y a otra María Eva y yo le puse a uno Alfonsino porque gracias a Alfonsín tenemos democracia. Yo me separé de mi marido José Dolores Díaz porque me hizo una gran ofensa, yo venía a Buenos Aires al Gutiérrez para curar a un hijo discapacitado (va a su casa y trae el retrato del hijo que es a color) y él me dijo que me iba a vaguear a Buenos Aires. Me ofendió y lo dejé, eso que era muy buen marido. Yo quise a mi primer novio, el Hugo Gutegal y lo voy a seguir queriendo, donde hubo fuego, cenizas quedan. ¿Qué cómo vivíamos? El pueblo me crio a mí. Vivíamos en rancho de techo de palma, después de techo de paja, estábamos en comunidad, nos cuidábamos unos a otros. Los vecinos también. Teníamos leña para vender, mi mamá me quería mandar a la escuela porque ella no sabía escribir y me mandaba casi desnuda y en patas pero a la escuela».
Y añade: “Ahora voy a la iglesia católica y a la evangélica, yo no creo en el lobisón ni en la luz mala, sí creo en Cristo porque dio la vida por nuestra salú, nosotros somos sólo allegados, a mí dios se me representa sentado, con dos varillas, una para arriba y otra para abajo».
Sentados con nosotras había dos nenes mirando unos libros con dibujos de conejos, cerdos y otros bichos. Alicia los miró y dijo:
-¡Ay! ¿Por qué se les ocurre pintar animales que los van a matar? A todos estos los van a comer, hay que pintar humanos.
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