Gustavo Martín Garzo. La puerta de los pájaros.

marzo 25, 2021

Gustavo Martín Garzo, La puerta de los pájaros
Impedimenta, 2014. 190 páginas.

Historia fantástica que bebe de diferentes fuentes y nos cuenta las desventuras de una princesa enamorada de los unicornios que sufrirá una maldición parecida a la de la Bella durmiente.

Las ilustraciones de Auladell me han encantado, no así la historia que no me ha tocado ninguna fibra, incluso en ocasiones pensaba que el autor dejaba escapar ocasiones perfectas para subvertir los esquemas en los que se basa.

Personalmente, no me ha gustado.


Su padre, el rey, tenía una gran biblioteca, y Constanza se pasaba las horas leyendo. Le gustaban las novelas de caballeros andantes, de jóvenes doncellas que se disfrazaban de varones para recorrer el mundo en busca de aventuras, de marinos que se enfrentaban a feroces ballenas y otros monstruos de las profundidades. Pero acababa de cumplir trece años y sus preferidas eran las historias de amor. Conoció así la triste historia de Berta, que fabricó unas alas para volar y en las noches de luna se reunía con el pastor al que amaba, hasta que un arquero la confundió con un ave y la mató con sus flechasj o la historia del mercader que amaestraba palomas. Una joven noble se prendó de él, pero el padre, que lo consideraba de clase inferior, se opuso a su relación y empezaron a verse a escondidas. El padre la recluyó en uno de sus palacios, y el joven no tardó en liberarla. Amaestraba palomas y las había enseñado a seguir el rastro de un cordón azul que su novia siempre llevaba consigo, así que solo tuvo que soltar a sus palomas para reunirse con ella.
También leyó en uno de aquellos libros la historia de Simbad, el marino. Un maligno brujo había encantado a su prometida el día mismo de la boda,
haciendo que su cuerpo disminuyera hasta tener el tamaño de un pulgar, y Simbad tuvo que recorrer mares e islas extrañas, y enfrentarse a todo tipo de peligros, hasta encontrar la flor azul con cuyos pétalos se fabricaba un bebedizo que permitiría devolverle su antiguo cuerpo. El libro tenía hermosas ilustraciones, que Constanza no se cansaba de mirar. Sobre todo aquellas en que la princesa aparecía pequeñita junto a Simbad. Estaba muy graciosa con sus bombachos de seda y su corpiño azul jugando entre los dedos de las grandes manos de Simbad mientras él no dejaba de mirarla.
Y Constanza se preguntaba lo que tenía que ser que alguien tan poderoso se olvidara de todo para ocuparse de ti. Tener que cuidar de lo más pequeño, ¿era eso el amor?
En una de las salas adyacentes a la biblioteca, había cinco hermosos tapices. Eran de su madre. Había muerto cuando Constanza tenía cinco años y apenas se acordaba de ella. Solo de aquellas visitas a la sala de los tapices. Su madre la tomaba en sus brazos y le contaba su historia. Se representaba en ellos a una doncella que esperaba la llegada de un unicornio en una tienda que había levantado en el bosque.
Y allí se contaba todo lo que ella hacía para llamar su atención y, finalmente, cómo el unicornio acudía a su encuentro y ponía las patas sobre su falda.

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