Ediciones B, 2009. 560 páginas.
Tit. Or. Tuf voyaging. Trad. Alberto Soler.
A falta de encontrar la serie Nova de saldo en los mercadillos, bien está que aparezcan ediciones de bolsillo. George R. R. Martin es conocido por la serie Canción de hielo y fuego, que no he leído y tardaré en hacerlo porque la fantasía épica no me va demasiado (corrección: ya estoy infectado).
El libro es una recopilación de relatos escritos con una diferencia de bastantes años, pero cuyo protagonista es siempre el mismo: Tuf, un comerciante espacial con un carácter peculiar. Vegetariano, rechoncho y amante de los gatos esconde bastantes sutilezas bajo una apariencia más bien simple. Es el dueño de El Arca, la única nave superviviente del antiguo Cuerpo de Ingeniería de la Vieja Tierra. Una enorme astronave llena de tecnología.
Un libro amable y entretenido, de los que se leen con placer precisamente por no ser pretenciosos. Pueden encontran una buena reseña aquí: Los viajes de Tuf. Para destacar la única historia que se cuenta en varias partes acerca del mundo de S’uthlam, un pueblo amante de la vida y con una expansión demográfica explosiva. Un alegato a favor del control de natalidad couyo interés reside en que los que pratican la superpoblación sin control no son fanáticos religiosos, sino uno de los pueblos más avanzados, precisamente para poder alimentar a tanta gente.
Calificación: Bueno.
Un día, un libro (338/365)
Extracto:[-]
[…]usted es bastante… quiero decir, bastante grande, y en S’uthlam no entra dentro de lo socialmente aceptable el… bueno, el exceso de peso.
—Caballero, el peso no es sino una función de la gravedad y, por lo tanto, resulta extremadamente dúctil. Lo que es más, no me siento dispuesto a concederle la más mínima autoridad para que emita juicios sobre mi peso, tanto si es para calificarlo de excesivo como de adecuado a la media o inferior a ella, dado que siempre estamos tratando con criterios subjetivos. La estética varía de un mundo a otro, al igual que los genotipos y la predisposición hereditaria. Caballero, me encuentro perfectamente satisfecho con mi masa actual y para volver al asunto que nos ocupa, deseo terminar mi estancia aquí mismo.
—Muy bien —dijo el encargado—. Le reservaré un pasaje en el primer tubotrén de mañana por la mañana.
—No me parece satisfactorio. Desearía marcharme de inmediato. He examinado los horarios y he descubierto que dentro de tres horas sale un tren.
—Está completo —le replicó con cierta sequedad el encargado—. En ése sólo quedan plazas de segunda y tercera clase.
—Lo soportaré tan bien como pueda —dijo Haviland Tuf—. No tengo la menor duda de que un contacto tan apretado, con tales cantidades de prójimo, me dejará altamente tonificado y revigorizado cuando abandone mi tren.
—Llevaba bigote —dijo Haviland Tuf—, en tanto que yo no.
—Pensaron que eso le daba un aire más gallardo y aventurero. Si tanto le preocupa, piense en lo que hicieron conmigo. No me importa que le quitaran cincuenta años a mi edad y tampoco que realzaran mi aspecto hasta hacerme parecer una princesa de Vandeen. Pero, ¡esos condenados pechos!
—Sin duda deseaban resaltar al máximo la certeza de que pertenecía usted al reino de los mamíferos —dijo Tuf—. Todo ello podría considerarse como alteraciones menores dirigidas a presentar un espectáculo de mayor interés estético, pero me molestan mucho las salvajes libertades que fueron tomadas en cuanto a mis opiniones y a mi filosofía de la vida, lo cual considero asunto mucho más serio. En particular me molesta y debo discrepar en cuanto a mi discurso final, en el cual opino que el genio de la humanidad, en continua evolución, será capaz de resolver todos los problemas y que eso será efectivamente lo que pase en el futuro, de la misma forma en que la ingeniería ecológica ha liberado a los s’uthlameses, para que, al fin, puedan multiplicarse sin temor ni límite alguno evolucionando hasta lograr la grandeza final de la divinidad. Ello se encuentra en absoluta contradicción con las opiniones de las cuales le hice partícipe por aquel entonces, Maestre de Puerto Muñe. Si es capaz de recordar nuestras conversaciones le dije muy claramente que cualquier solución a su problema alimenticio, ya fuera de naturaleza ecológica o tecnológica, debía acabar ineludiblemente no siendo más que un parche momentáneo
—Si la procreación es la señal distintiva de la divinidad —dijo Tuf—, entonces creo que puedo argumentar que los gatos también son dioses, ya que también ellos se reproducen. Permítame indicarle que, en muy corto espacio de tiempo, hemos llegado a una situación en la cual tiene usted más gatos que yo, pese a haber empezado con sólo una pareja.
Ella frunció el ceño.
—¿Qué está diciendo? —quitó el sonido, para que las palabras de Tuf no fueran transmitidas.
Wald Ober gesticuló nerviosamente en un repentino silencio.
Haviland Tuf formó un puente con sus dedos sobre la mesa.
—Estoy meramente indicando que, pese a mi gran aprecio hacia las propiedades de los felinos, tomo medidas para controlar su reproducción. Llegué a tal decisión tras haber meditado cuidadosamente en ello y sopesando todas las alternativas. En último extremo, tal y como usted misma descubrirá, sólo hay dos opciones fundamentales. Debe reconciliarse con la idea de inhibir de alguna forma la fertilidad de sus felinos, y podría añadir que, por supuesto, sin ningún consentimiento por parte de ellos o, si no lo hace, le aseguro que algún día se encontrará echando por su escotilla una bolsa repleta de garitos recién nacidos al frío espacio. Caso de que no elija ya habrá elegido. El fracaso a la hora de tomar una decisión, basándose en que no tiene derecho a ello, es por sí mismo una decisión, Primera Consejera. Si se abstiene ya ha votado.
—Tuf—dijo ella con la voz llena de dolor— ¡No! ¡No quiero este maldito poder!
4 comentarios
Gracias por la pista, me gusta la descripción que haces del personaje. Me la apunto sin falta.
Para descansar de tanto juego de tronos está bien.
¿Tú también estás enganchado a Juego de Tronos? Desde luego es el hype de la temporada. Yo seguramente me animaré dentro de 4 ó 5 años…
De momento sólo he leído el primero, pero está muy bien. Yo en dos o tres meses me pondré con el resto.