Santillana, 2003. 224 páginas.
Anécdotas, historias y fragmentos de espectáculos de estos dos artistas que revolucionaron el humor y que todavía siguen andando los caminos.
Si el libro tuviera 2000 páginas me lo hubiera leído igual.
Muy recomendable.
Autocrítica
Cada jueves se reunían en el pub Avapiés (lo que hoy llamaríamos un bar de copas). Repasaban hasta el último detalle la actuación del domingo anterior y preparaban con mimo la del siguiente. Eran variaciones cuasi minimalistas. Retoques de algunos conceptos. Incorporación al espectáculo de elementos exógenos y ciertas repentizaciones. Ingesta de gin-to-nic. Repasaban textos de Lacan o de Kierkegaard, buscando nuevas vías para su humor. En definitiva, era una fiesta. Y lo repetían cada jueves. Una tarde, al salir del local, un niño que caminaba junto a su padre los reconoció. «Mira, papá, los payasetes del Retiro». Ese niñato acabó con las jornadas de autocrítica y con Lacan. Conservarían la cita de los jueves, pero sólo para la cuestión del gin-tonic.
El cine
«El Moribundo de las películas nunca dice nada, sabe dónde están las llaves y jamás se lo cuenta al Bueno, prefiere morirse antes». Esto, en realidad, era una simple observación. «Vale, démosle la vuelta. El Moribundo quiere hablar y el Bueno se lo impide». ¡Cojonudo! Éste fue el embrión de una serie de sketches que parodiaban el cine. Y de ver-
dad constituyó su primer éxito en el Retiro. Se desarrollaba en la Segunda Guerra Mundial. Comenzaba con Faemino herido, que caminaba ayudado por Cansado. «Sargento, no puedo más. Siga sin mí». Cansado se marchaba y Faemino le recriminaba: «Eh, che, che, vuelva… que era una broma». Y después de diferentes vicisitudes se acababa con el diálogo del Moribundo, y si no hicieron cincuenta finales diferentes no hicieron ninguno.
E: —Bueno, yo a usted lo conozco mucho. Siempre lo veo aquí y me digo: «¡Caramba, cuánto trabaja!». Un día le dije así, adiós con la mano.
C: —Ah, fue usted… sí, me acuerdo. Yo también le dije adiós, ¿verdad?
E: —Sí…
C: —Es que el trato que damos aquí es único.
E: —Sí, en eso no me puedo quejar, son todos muy amables, sobre todo el cajero. ¡Somos muy amigos!
C: —Sí, es que aquí damos servicios que en otro banco ni soñaría.
E: —A eso vengo… Yo aquí tengo una hipoteca.
O: —Fenomenal, y ¿qué?, ¿viene a cancelarla?
E: —No, la verdad es que venía a hacer un atraco.
C: —Pero usted es cliente, ¿verdad?
E: —Sí.
C: —¿Y ha elegido usted este banco para el atraco?
E: —Es que yo soy muy fiel, yo no soy de esos que andan de un lado a otro… Ustedes son mi banco y aquí hago el atraco. ¡Yo no soy un desagradecido, ustedes siempre me han tratado muy bien!
C: —Un momento, voy a consultar con caja.
Descuelga un teléfono y habla con una tercera persona.
C: —¿Caja?… sí… Jacinto… soy yo, el director… mira, tengo aquí un cliente que quiere cometer un atraco… (A Faemino): Que cómo se llama.
E: —Ramsés… el cliente Ramsés.
C: —Ramsés… sí, un momento. (A Faemino): Que se ponga.
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