Seix Barral, 2019. 352 páginas.
Tit. or. Tales from the underground. Trad. Javier Calvo.
Ensayo que nos descubre las maravillas del subsuelo, un lugar donde en un pellizco de tierra hay mil millones de microorganismos de diez mil especies diferentes. Que no sabemos exactamente dónde acaba porque se ha encontrado vida en profundidades inauditas. Lo malo es que esta es la introducción del libro y parece que todo lo que se va a contar va a ser tremendo y luego no es para tanto.
Porque dejando de lado los microorganismos encontrados en arcillas profundas de los que se cree que pueden tener algo que ver con el origen de la vida, y que inauguraron un nuevo orden (las arqueas) se habla de temas muy interesantes, sin duda, pero no tan espectaculares.
Entenderemos que la mayor parte de la fijación de nitrógeno viene de una extraña simbiosis entre una especie de hongos y las plantas. Que debemos a las lombrices la posibilidad de cultivar la tierra y son un gran indicador de la salud de un suelo. Que en la tierra hay muchísimos gérmenes, pero que también tiene mecanismos para protegernos de los mismos.
Cada capítulo nos habla en profundidad de un tema y nos dibuja una parte de un mapa que es extraordinariamente rico y complejo. Imposible volver a ver el suelo de la misma manera.
Bueno.
De modo que Woese adoptó su estrategia molecular. Uno a uno, fue aislando el ARNr de las cepas individuales bacterianas y comparando fragmentos en busca de diferencias en la organización de los nucleótidos. Durante sus primeros diez años de investigación en la Universidad de Illinois, Woese recogió los suficientes datos de ARNr de unos sesenta tipos de bacterias como para empezar a publicar sus propias genealogías de la rama de los procariotas. De vez en cuando realizaba algunos cambios en las otras cuatro ramas del árbol de los cinco reinos, las de los eucariotas. Lo que se hizo evidente cuando empezó a establecer comparaciones fue que dentro de la rama de las bacterias había sub-ramas que diferían tanto entre sí como lo hacen las plantas de los animales. En otras palabras, si la diferencia en la secuencia de nucleótidos del ARNr entre plantas y animales se usaba como criterio para definir reinos separados, él tenía pruebas de que ya sólo dentro de la rama bacteriana había varios «reinos» distintos de procariotas.
Esto ya era abrumador de por sí, pero a Woese le esperaba una sorpresa todavía mayor. Todo empezó un día de 1976 cuando un colega que trabajaba en su mismo departamento, Ralph Wolfe (nada que ver con el escritor) le suministró unas colonias de metanógenos.7 Por entonces no se sabía mucho de los metanógenos, más que el hecho de que parecían ser bacterias, que a menudo habitaban la tierra y las aguas subterráneas y que generaban metano como producto secundario de su metabolismo. Wolfe era uno de los pocos microbiólogos reconocidos que creían en los métodos de Woese, y tenía curiosidad por saber dónde podían encajar los metanógenos en la genealogía bacteriana que Woese estaba construyendo.
Woese puso la muestra de metanógenos en su maquinaria de secuenciado de ARNr. Tal como se ha contado antes, cuando examinó las transparencias resultantes, las secuencias de los metanógenos no encajaban con nada que él hubiera visto en las bacterias. Y también eran distintas de las de todos los eucariotas: los protozoos, hongos, plantas y animales. Para Woese, una de las pocas personas capaces de interpretar y apreciar plenamente los datos de las secuencias de ARNr, aquello era tan sorprendente como salir al jardín y ver una criatura nueva y extraña que obviamente no era ni una planta ni un animal.
Cualquier científico estaría emocionado por haber descubierto una especie nueva que añadir a nuestra comprensión de la biodiversidad de la Tierra, pero Woese había sacado a la luz un continente entero de nuevas formas de vida, un nuevo superreino. Durante los meses siguientes, Woese dedicó todavía más horas de laboratorio a confirmar sus resultados. Examinó otros metanógenos, que, basándose en los datos del ARNr, también resultaron estar en el grupo individual que acabaría llamando Archaea.
Las pruebas se acumulaban día tras día, y pronto a Woese le quedó perfectamente claro que toda la vida en la Tierra se podía dividir en tres superreinos primarios, o «dominios», como se denominan ahora: Bacteria, Archaea y Eukarya. (El dominio Eukarya abarca los antiguos reinos de las plantas, los animales, los hongos y los protozoos.)
Un comentario
Sin duda, una temática interesante, pero no creo que sea algo que me leería en mis tiempos libres.