Me puse a leer el libro sin ningún tipo de contexto previo, tan solo interesado en el tema. Ya la primer parte me estaba resultando confusa, con una serie de conceptos que no sabía muy bien a dónde querían llevar pero que no me estaban resultando de mucho interés.
Pero ¡ay! enseguida se aclararon mis dudas. Porque Chalmers es uno más de los dualistas que defienden que la conciencia no tiene por qué aparecer del cerebro, que puede haber algo más. Aunque es uno de los pocos que afirma que ese algo más pueda aparecer también en un ordenador. Chalmers tiene una lucha dialéctica con Dennet y siendo yo del equipo de este último no es de extrañar que no esté de acuerdo con sus ideas.
En este libro se plantea la idea de los zombies filosóficos, un concepto que yo imaginaba inventado para criticar el dualismo. Lo que el autor viene a decir es ‘imaginemos un zombie que se comporta exactamente igual que yo en todas las situaciones pero no tiene conciencia’. Esto es posible por un concepto sobre el que no me voy a extender. Entonces como un mago dice ‘Como este concepto es posible la conciencia no tiene por qué venir del cerebro y si afirmas lo contrario demuéstralo tú’.
No seré yo, un gañán indocumentado, quien le enmiende la plana a Chalmers, pero todo este tipo de argumentos siguen el mismo patrón: la conciencia es algo fascinante. El cerebro es poco más que un computador biológico. Algo tiene que haber más allá. Veamos un fragmento:
Sigue siendo plausible, sin embargo, que la conciencia surja de una base física, aún cuando no esté implicada por esa base. La posición en la que nos encontramos es que la conciencia surge a partir de un sustrato físico en virtud de ciertas leyes contingentes de la naturaleza que no están ellas mismas implicadas por leyes físicas. Muchas personas que se consideran a sí mismas materialistas sostienen implícitamente esta posición. Es común escuchar, «Por supuesto soy materialista; la mente seguramente surge del cerebro». La propia presencia de la palabra «surge» debería resultarnos una advertencia. No tendemos a decir «el aprendizaje surge del cerebro», por ejemplo, y si lo hiciésemos, sería en un sentido temporal de «surge». En su lugar, diríamos más naturalmente que el aprendizaje es un proceso en el cerebro. El hecho de que la mente necesita surgir del cerebro indica que ocurre algo ulterior, más allá de los hechos físicos
Aquí el autor se delata porque si cambiamos la palabra surge por ‘emerge’ el panorama es completamente diferente. El concepto de posición en ajedrez emerge de su reglamento. Las fascinantes figuras del juego de la vida de Conway emergen de cuatro simples reglas. La conciencia también emerge de una configuración informativa y no hace falta echar mano de fantasmas en la máquina.
Para acabar tiene un capítulo sobre mecánica cuántica que no sé muy bien a qué viene. Para resumir, estoy totalmente en contra de todo lo que dice el autor.
Argumento 1: La posibilidad lógica de los zombis
El modo más obvio (aunque no el único) de investigar la superveniencia lógica de la conciencia es considerar la posibilidad lógica de un zombi: alguien o algo físicamente idéntico a mí (o a cualquier otro ser consciente), pero que carece por completo de experiencias conscientes[1]. En el nivel global, podemos considerar la posibilidad lógica de un mundo zombi: un mundo físicamente idéntico al nuestro, pero en el cual no existen las experiencias conscientes. En un mundo de este tipo, todos son zombis.
Consideremos entonces a mi gemelo zombi. Esta criatura es idéntica a mí molécula por molécula e idéntica en todas las propiedades de bajo nivel postuladas por una física terminada, pero carece por completo de experiencia consciente. (Algunos podrían preferir llamar a un zombi «eso», pero utilizaré el pronombre personal; me he encariñado bastante con mi gemelo zombi). Para fijar ideas, podemos imaginar que en este momento estoy mirando a través de la ventana, y experimento algunas agradables sensaciones de verde de los árboles que veo afuera, tengo experiencias gustativas placenteras por estar masticando una barra de chocolate y siento una sensación de dolor apagado en mi hombro derecho.
¿Qué ocurre con mi gemelo zombi? Es físicamente idéntico a mí y podemos también suponer que está inmerso en un ambiente idéntico. Con seguridad será idéntico a mí funcionalmente: procesará la misma información, reaccionará de un modo similar a las entradas, sus configuraciones internas se modificarán en forma apropiada y como resultado su conducta será indistinguible de la mía. Será psicológicamente idéntico a mí, en el sentido desarrollado en el capítulo 1. Percibirá los árboles afuera, en el sentido funcional, y degustará el chocolate, en el sentido psicológico. Todo esto se deduce lógicamente del hecho de que es físicamente idéntico a mí, en virtud de los análisis funcionales de las nociones psicológicas. Incluso será «consciente» en los sentidos funcionales descriptos antes: estará despierto, será capaz de informar del contenido de sus estados internos, capaz de concentrar su atención en diversos lugares, etc. Sólo que nada de este funcionamiento estará acompañado por alguna experiencia consciente real. No habrá ninguna experiencia fenoménica. No existe una experiencia de ser como un zombi.
Este tipo de zombi es bastante diferente de los zombis que se pueden ver en las películas de Hollywood, que suelen poseer significativas discapacidades funcionales (fig. 3.1). El tipo de conciencia que los zombis de Hollywood muy obviamente no tienen es una versión psicológica de la misma: típicamente tienen poca capacidad de introspección y carecen de una capacidad refinada de controlar voluntariamente la conducta. Puede o no haber ausencia de la conciencia fenoménica; como Block (1995) señala, es razonable suponer que hay algo que es una degustación cuando comen a sus víctimas. Los podemos llamar zombis psicológicos; yo estoy interesado más bien en los zombis fenoménicos, que son física y funcionalmente idénticos a nosotros, pero carecen de la capacidad de experimentar. (Quizá no sea sorprendente que los zombis fenoménicos no hayan sido populares en Hollywood, ya que habría problemas obvios con su descripción).
La idea de zombis tal como los describí es extraña. Para empezar, es improbable que los zombis sean naturalmente posibles. En el mundo real, es probable que cualquier réplica mía sea consciente. Por esta razón, es muy natural imaginarse a las criaturas inconscientes como físicamente diferentes de las conscientes; por ejemplo, exhiben una conducta deteriorada. Pero la verdadera cuestión no es la plausibilidad de que los zombis puedan existir en nuestro mundo, ni tampoco la naturalidad de la idea de una réplica zombi; el problema es si la noción de zombi es conceptualmente coherente. La mera inteligibilidad de la noción es suficiente para establecer la conclusión.
Una argumentación en favor de una posibilidad lógica no es del todo directa. ¿Cómo, por ejemplo, podríamos argumentar que un uniciclo de dos kilómetros de altura es lógicamente posible? Tan sólo parece obvio. Aunque no existe algo así en el mundo real, la descripción parece coherente. Si alguien objeta que no es lógicamente posible —tan sólo lo parece— hay poco que podamos hacer, excepto repetir la descripción y afirmar su obvia coherencia. Parece bastante evidente que no hay ninguna contradicción oculta en la descripción.
Confieso que la posibilidad lógica de los zombis me parece igualmente obvia. Un zombi es solamente alguien físicamente idéntico a mí, pero que no tiene experiencia consciente, todo está oscuro adentro. Aunque es probable que esto sea empíricamente imposible, pareciera que estamos describiendo una situación coherente; no puedo discernir ninguna contradicción en la descripción. En cierta forma una aserción de esta posibilidad lógica se reduce a una intuición primitiva, pero no más que en el caso del uniciclo. Casi todos, me parece, son capaces de concebir esta posibilidad. Algunos podrían sentirse impulsados a negar la posibilidad para lograr que alguna teoría resulte bien, pero la justificación de tales teorías debería ser contingente a la cuestión de posibilidad, y no al revés.
En general, la carga de la prueba recae sobre aquellos que afirman que una determinada descripción es lógicamente imposible. Si alguien cree de verdad que un uniciclo de dos kilómetros es lógicamente imposible, debe darnos alguna idea de dónde se encuentra la contradicción, explícita o implícita. Si no puede señalar algo en las intensiones de los conceptos «dos kilómetros de alto» o «uniciclo» que pudiese llevar a una contradicción, entonces su postura no será muy convincente. Por otro lado, no resulta más convincente tampoco realizar un análisis obviamente falso de las nociones en cuestión; afirmar, por ejemplo, que para que algo califique de uniciclo debe ser más bajo que la Estatua de la Libertad. Si ningún análisis razonable de los términos en cuestión señala una contradicción o hace, por lo menos, que la existencia de una contradicción sea plausible, entonces existe un suposición natural en favor de la posibilidad lógica.
Dicho esto, hay algunas cosas positivas que los defensores de la posibilidad lógica pueden hacer para fundamentar su tesis. Pueden formular diversos argumentos indirectos, que recurren a lo que sabemos acerca de los fenómenos en cuestión y al modo como pensamos acerca de casos hipotéticos que involucran esos fenómenos, para establecer que la posibilidad lógica obvia es realmente una posibilidad lógica y es verdaderamente obvia. Podríamos crear una fantasía acerca de una persona ordinaria que está andando en un uniciclo, cuando repentinamente todo el sistema se expande mil veces. O podríamos describir una serie de uniciclos, cada uno más grande que el anterior. En cierto sentido, estos son todos recursos a la intuición, y un opositor que desee negar la posibilidad puede en cada caso afirmar que nuestras intuiciones nos llevaron a un error, pero la propia obviedad de lo que estamos describiendo trabaja a nuestro favor y ayuda a desplazar la carga de la prueba más hacia el otro lado.
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