No es este un libro de divulgación al uso. En estos normalmente se explica de manera amena alguna rama de la ciencia pero aquí lo que se explica es la propia ciencia. El autor intenta (y creo que lo consigue) que un estudiante de secundaria se interese por qué es la ciencia y cómo funciona.
Escrita con ese Nicolás en mente se explica el alma de la ciencia, el método hipotético deductivo y por qué funciona. Se enumeran las unidades fundamentales y su significado para que cuando nos las encontremos en algún problema sepamos qué significan.
También se dan herramientas para abordar esos típicos problemas que aparecen en los exámenes y que nos traen de cabeza. Pensando un poco podemos simplificar mucho los enunciados y tendremos más herramientas para enfrentarnos a ellos.
También se explica el por qué la cultura científica es importante, sobre todo en donde se suele carecer de ella, como en los medios de comunicación y se nos pone en guardia sobre las pseudociencias, que en muchos casos aparentar tener principios científicos pero no es así.
Un libro excelente para estudiantes de secundaria y también para cualquier persona curiosa, yo lo he disfrutado mucho.
Recomendable.
Segunda fase: proposición de hipótesis
“José Arcadio Buendía pasó los largos meses de lluvia encerrado en un cuarto que construyó en el fondo de la casa para que nadie perturbara sus experimentos. Habiendo abandonado por completo las obligaciones domésticas, permaneció noches enteras en el patio vigilando el curso de los astros, y estuvo a punto de contraer una insolación por tratar de establecer un método exacto para encontrar el mediodía. […] De pronto, sin ningún anuncio, su actividad febril se interrumpió y fue sustituida por una especie de fascinación. Estuvo varios días como hechizado, repitiéndose a sí mismo en voz baja un sartal de asombrosas conjeturas, sin dar crédito a su propio entendimiento. Por fin, un martes de diciembre, a la hora del almuerzo, soltó de golpe toda la carga de su tormento. Los niños habían de recordar por el resto de su vida la augusta solemnidad con que su padre se sentó a la cabecera de la mesa, temblando de fiebre, devastado por la prolongada vigilia y por el encono de la imaginación, y les reveló su descubrimiento.
— La tierra es redonda como una naranja”.
He seleccionado este fragmento de la genial Cien años de soledad de Gabriel García Márquez porque me parece que nos ilustra muy bien sobre lo que no es un científico, aunque podría parecerlo a los ojos de un profano. El comportamiento excéntrico, la mente perdida, la obsesión con un asunto concreto y la indiferencia ante el resto de la realidad son los tópicos con que pintan a los científicos en no pocas películas y series de televisión, lo que no es en absoluto cierto. Los científicos son gente de lo más normal, interesados por su trabajo, por supuesto, pero generalmente implicados además en sus familias y en la sociedad y con aficiones de lo más variadas. Como todo el mundo, vamos. Pero no es a esto a lo que me refiero. La época en la que se desarrolla el argumento de Cien años de soledad es muy posterior a la certeza de que nuestro planeta es esférico (circula la idea equivocada de que dicha certeza se adquirió a partir de las hazañas de Colón, cuando lo cierto es que en la Grecia clásica no sólo se conocía la forma de la Tierra, sino que se determinó con mucha exactitud su tamaño), por lo que el esfuerzo del bueno de José Arcadio se revela inútil. Un científico no propone una hipótesis ante un problema sin antes asegurarse de que dicho problema no ha sido previamente resuelto. En la actualidad la ciencia es una actividad muy fragmentada en numerosas disciplinas, y habitualmente los científicos se dedican en exclusiva a una de ellas, e incluso a un aspecto muy particular de ella. Y como parte de su trabajo consultan frecuentemente todo lo que sus colegas publican como resultado de sus investigaciones en las revistas especializadas en el área en cuestión. De hecho, estas revistas son tan especializadas que solo las leen quienes trabajan en esas áreas (son casi los únicos que entienden lo que en ellas se dice), no se venden al público en los quioscos, sino que se reciben por correo en las universidades y en los centros de investigación, y la mayoría de ellas y desde luego las más prestigiosas se publican sólo en inglés.
Aunque parezca mentira, la cantidad de artículos que se publican de cada disciplina es tan inmensa que estos comienzan con un párrafo en el que se resume el contenido de todo el artículo y casi siempre eso es lo único que se lee (y a veces ni siquiera eso, sino sólo el título, por lo que éste se redacta de manera que sea un resumen todavía más breve del artículo). De no ser así, a los investigadores no les quedaría tiempo para investigar.
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