Penguin Random House, 2014. 493 páginas.
Tit.or. קיצור תולדות האנושות,.
A través de unos momentos claves se nos narra la historia de la humanidad, y de cómo hemos conseguido dejar de ser unos simios para convertirnos en la especie de más éxito de la historia de la tierra. Hasta el punto de que podemos morir de él.
Para sorpresa de muchos ha sido un libro muy vendido -también muy criticado. Además del contenido hay muchas cosas que me han gustado: que cuando sobre algo (por ejemplo prehistoria) no se tiene conocimiento se dice y tan tranquilos. No te lanzas a aventurar hipótesis que suenen bien pero sin apoyo científico. Otra: se habla con desapasionamiento de cosas que normalmente provocan el efecto contrario, como el dinero y el capitalismo.
De las muchas lecturas que tiene el libro me quedo con la más terrible. Nuestro avance como especie se hace a costa de nuestro sacrificio como individuos. Se explica muy bien en el capítulo sobre la agricultura. Se tiende a pensar que fue un invento revolucionario que eliminó el hambre para nuestros ancestros, pero todas las evidencias apuntan a que la calidad de vida antes de la agricultura era mejor que después. ¿Cual era la ventaja, entonces? Que se podía alimentar a más gente. Peor, porque la dieta se hizo menos variada, pero a partir de ahí surgieron las ciudades y un empujoncito a nuestra conquista del mundo.
Lo mismo se puede decir del dinero, de los imperios, de las religiones o del capitalismo. Relatos que nos han vertebrado y nos han hecho conquistar el planeta, pero que no nos han hecho más felices. Sin embargo, tanto nosotros como las especies que nos acompañan somos los más numerosos en cantidad y espacios ocupados. Hay seres humanos en todas partes (y lo que vendrá). Pero la mayoría de la humanidad vive peor que los cazadores recolectores actuales. Y tenemos el peligro de destruir el planeta.
Hay una especie de inevitabilidad en todos estos hitos, como la psicohistoria que inventó Asimov fuera cierta en grandes números, o como si existieran estructuras emergentes que toda civilización tiene que recorrer. Puede existir una civilización sin dinero, pero otra que lo tenga se organizará mejor y acabará conquistándola.
¿Cuál será el siguiente hito? Puede ser la inteligencia artificial, o la edición genética, o quien sabe. Algún divulgador del futuro lo escribirá y entonces parecerá tan inevitable (y puede que tan dramático) como la invención de la agricultura. El tiempo lo dirá.
Muy bueno.
La revolución industrial dio a conocer nuevas maneras de convertir la energía y de producir mercancías, liberando en gran medida a la humanidad de su dependencia del ecosistema circundante. Los humanos talaron bosques, drenaron marismas, represaron ríos, inundaron llanuras, tendieron decenas de miles de kilómetros de vías férreas, y construyeron metrópolis de rascacielos. A medida que el mundo se moldeaba para que se ajustara a las necesidades de Homo sapiens, se destruyeron hábitats y se extinguieron especies. Nuestro planeta, antaño verde y azul, se está convirtiendo en un centro comercial de hormigón y plástico.
En la actualidad, los continentes de la Tierra son el hogar de más de 7.000 millones de sapiens. Si se pusiera a toda esta gente en una gran balanza, su masa combinada sería de unos 300 millones de toneladas. Si a continuación se cogieran a todos nuestros animales domésticos (vacas, cerdos, ovejas y gallinas) y se pusieran en una balanza todavía mayor, su masa supondría del orden de 700 millones de toneladas. En contraste, la masa combinada de todos los grandes animales salvajes que sobreviven (desde puercoespines y pájaros bobos a elefantes y ballenas) no llega a los 100 millones de toneladas. Los libros de nuestros hijos, nuestra iconografía y nuestras pantallas de televisión están todavía llenos de jirafas, lobos y chimpancés, pero en el mundo real quedan muy pocos. En el mundo hay unas 80.000 jirafas, frente a los 1.500 millones de cabezas de ganado vacuno; solo 200.000 lobos, frente a los 400 millones de perros domésticos; solo 250.000 chimpancés, frente a los miles de millones de humanos. Realmente, la humanidad se ha apoderado del mundo.[1]
Degradación ecológica no es lo mismo que escasez de recursos. Tal como hemos visto en el capítulo anterior, los recursos de que la humanidad dispone aumentan constantemente, y es probable que continúen haciéndolo. Esta es la razón por la que las profecías catastrofistas de escasez de recursos están probablemente fuera de lugar. En cambio, el temor a la degradación ecológica está demasiado bien fundamentado. El futuro puede ver a los sapiens consiguiendo el control de una cornucopia de nuevos materiales y fuentes energéticas, mientras simultáneamente destruyen lo que queda del hábitat natural y llevan a la extinción a la mayoría de las demás especies.
De hecho, el desorden ecológico puede poner en peligro la propia vida de Homo sapiens. El calentamiento global, la elevación del nivel de los océanos y la contaminación generalizada pueden hacer que la Tierra sea menos acogedora para nuestra especie, y en consecuencia el futuro puede asistir a una carrera acelerada entre el poder humano y los desastres naturales inducidos por los humanos. Al utilizar los humanos su poder para contrarrestar las fuerzas de la naturaleza y subyugar al ecosistema a sus necesidades y caprichos, pueden causar cada vez más efectos colaterales no previstos y peligrosos. Es probable que estos solo sean controlables por manipulaciones del ecosistema cada vez más drásticas, lo que produciría un caos todavía peor.
Muchos denominan a este proceso «la destrucción de la naturaleza». Pero no es realmente destrucción, es cambio. La naturaleza no puede ser destruida. Hace 65 millones de años, un asteroide aniquiló a los dinosaurios, pero al hacerlo abrió el camino para el progreso de los mamíferos. Hoy en día, la humanidad está llevando a muchas especies a la extinción y puede incluso llegar a aniquilarse a sí misma. Pero hay otros organismos a los que les va muy bien. Las ratas y las cucarachas, por ejemplo, están en su apogeo. Probablemente estos tenaces animales saldrían de entre las ruinas humeantes de un Armagedón nuclear, dispuestos a difundir su ADN y capaces de hacerlo. Quizá dentro de 65 millones de años, unas ratas inteligentes contemplarán agradecidas la destrucción que la humanidad provocó, igual que nosotros podemos dar las gracias a aquel asteroide que acabó con los dinosaurios.
Aun así, los rumores de nuestra propia extinción son prematuros. Desde la revolución industrial, la población humana del mundo ha crecido como nunca lo había hecho antes. En 1700, el mundo era el hogar de unos 700 millones de humanos. En 1800 había 950 millones. En 1900 casi duplicamos este número: 1.600 millones. Y en 2000 lo cuadruplicamos hasta llegar a los 6.000 millones. En la actualidad hemos sobrepasado los 7.000 millones de sapiens.
Un comentario
Curiosamente a mí el capítulo de la agricultura me pareció el peor. Más comida implica pasar menos hambre (y muerte por hambre) pero por sobre todo tiempo. Tiempo que se iba persiguiendo gacelas, conejos, cascarudos, cangrejos, peces, recolectando frutos. ¡Feliz año 2022!