Nivola, 2000. 280 páginas.
Tit. or. Euler, The Master of us all. Trad. Jesús Fernández.
Andaba a la busca de una biografía de Euler, uno de los más importantes matemáticos de la historia y también de los más prolíficos. Encontré este libro en mi biblioteca, dentro de la colección la matemática en sus personajes, colección de probada solvencia y buen hacer. Pero me he quedado un poco decepcionado.
Me explico. Normalmente los libros de esta colección mezclan la biografía del personaje, sus logros más característicos, se nombran personajes o conceptos relevantes (normalmente en apartes) y se desarrollan con ecuaciones algunas de sus demostraciones. Dependiendo del escritor la cosa oscila más para un lado o para otro. Pero en este caso el 80% del texto son demostraciones de teoremas de Euler. Que sí, que son muy interesantes, pero el resultado es más un libro de texto que una biografía.
Aún así es un recorrido por la apasionante carrera de Euler, que tocó todos los palos, abrió caminos nuevos, e hizo contribuciones en tantas ramas de las matemáticas que parece mentira que una sola persona tuviera tanto talento. Pero este libro no le hace justicia.
Regulero como biografía, bueno como libro de texto.
Las Cartas a una princesa alemana se convirtieron en un éxito internacional. El libro fue traducido a multitud de idiomas a lo largo de Europa y finalmente publicado (en 1833) en los Estados Unidos. En el prefacio a la edición americana el editor se deshizo en alabanzas sobre la habilidad como expositor de Euler, garantizando que
“la satisfacción del lector es, en cada paso, proporcional a su progreso y cada adquisición sucesiva de conocimiento se convierte en una fuente de mayor satisfacción.”15
Éste ha sido finalmente el libro de Euler más ampliamente leído. No suele darse el caso de que un académico que trabaje en la investigación más avanzada pueda escribir un tratado accesible al profano, pero Euler lo consiguió. Cartas a una princesa alemana permanece hasta hoy en la historia como uno de los mejores ejemplos de ciencia popular.16
A pesar de que Euler había abandonado a sus colegas en Rusia, éstos no le guardaron rencor. Desde Alemania, continuó editando la Revista de San Petersburgo, publicando artículo tras artículo en sus páginas y recibiendo un estipendio regularmente. Tal cordialidad se mantuvo incluso durante la guerra de los Siete Años, en la que las tropas rusas invadieron Berlín. Una relación amistosa con San Petersburgo demostraría luego su importancia en los años siguientes.
Euler estaba profundamente involucrado con las labores administrativas de la Academia de Berlín, además de sus investigaciones matemáticas. Aunque oficialmente no era el director de la Academia, desempeñaba tal puesto de una manera informal, asumiendo responsabilidades que iban desde administrar los presupuestos hasta vigilar los invernaderos. Pero no todo le iba bien en Berlín, ya que Federico el Grande había desarrollado un inexplicable desprecio hacia el académico más famoso de su corte. La animosidad parecía provenir más de un conflicto de personalidades que de otra cosa, ya que Federico se consideraba a sí mismo como un erudito y un intelectual irónico. Le gustaba la filosofía, la poesía y cualquier cosa que fuera francesa. De hecho, los asuntos de la Academia se trataban en francés, no en alemán. Para el rey, Euler era una especie de paleto, ciertamente brillante, pero paleto al fin y al cabo. Euler era convencional en sus gustos, un hombre hogareño muy trabajador y un protestante muy devoto:
“Hasta que perdió la vista, reunía todas las noches a su familia para leerles un capítulo de la Biblia acompañado de una exhortación. La teología era uno de sus estudios favoritos y las doctrinas en las que creía eran las más rígidas dentro del calvinismo.”
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