Luis de Caralt, 1981. 224 páginas.
Incluye los siguientes relatos:
Philip José Farmer, La sombra del espacio
Una situación anómala en una nave espacial provoca que se salgan de los límites del espacio tiempo orbitando alrededor de un cuerpo muerto y con escasas posibilidades de volver a la normalidad.
Robert A. Heinlein, Todos vosotros zombies
Una historia sobre viajes en el tiempo en el que las cosas se retuercen de una manera asombrosa. Hace poco hicieron una película que no estaba del todo mal.
Jack Finney, Estoy asustado
Dislocaciones en el tiempo, pequeñas anécdotas que parecen demostrar que el tiempo está dejando de funcionar correctamente.
William Tenn, Juego de niños
Alguien recibe un paquete que parece venir del futuro con un juguete que sirve para construir diferentes cosas, incluyendo seres humanos.
James H. Schmitz, El abuelito
En un planeta con una biología desconocida una tripulación se ve en problemas al usar una especie de ser vivo como embarcación.
Henry Kuttner, Ojo privado
En un mundo donde si se comete un crimen se puede ir hacia atrás en el tiempo para examinar el pasado de los involucrados es muy difícil cometer el crimen perfecto.
Robert Silverberg, Danza solar
Se dedican a exterminar lo que él cree que son animales, pero que parecen ser inteligentes…¿o no es así y todo es parte de un plan?
John Varley, En la concavidad
Un buscador de gemas en el planeta Venus conoce a una chiquilla que le sacará de más de un apuro aunque le causará otro tipo de problemas.
Ray Bradbury, Calidoscopio
Un viaje interplanetario que sale mal y los astronautas, cayendo más allá de cualquier salvación, intercambian sus últimos mensajes.
Kurt Vonnegut, jr., Los anfibios
Están dejando el mar de los cuerpos y avanzando hasta la tierra de la inmaterialidad.
En conjunto es una buena selección, se nota que es traducción de una americana, aunque hay algunos relatos que solo se dejan leer. Como curiosidad este libro, que es de segunda mano, pertenece a José Sans, tal y como indica el exlibris, y por el número que está apuntado debió ser el 1002 que compró (lo imagino porque tengo otros dos, números 508 y 700). Acumulamos una biblioteca con mucho cariño pero luego nuestros herederos la venden al peso y se dispersa por ahí. Pero otros letraheridos recogemos los restos y continuamos con la saga. Allá donde estés, José, que sepas que tus libros han encontrado lectura y refugio. Espero que los míos, cuando llegue el momento, también lo encuentren.
Bueno.
Un bicho aterciopelado de alas verdes y del tamaño de una gallina revoloteó sobre la ladera de la colina hasta quedar situado sobre la cabeza de Cord, alrededor de la cual empezó a dar vueltas a una altura de seis o siete metros. Cord, un joven ser humano de quince años, se recostó contra el deslizador posado en la zona ecuatorial de un mundo que sólo había conocido la presencia del hombre durante los últimos cuatro años terrestres y contempló al bicho con aire inquisitivo. Se trataba, en la terminología liberal y sencilla del Equipo Colonizador de Sutang, de un pájaro de los pantanos. Oculto por la piel aterciopelada de la cabeza del animal, había un segundo bicho de menor tamaño, un semiparásito catalogado como un cabalgapájaros.
El pájaro de los pantanos parecía pertenecer a una especie que Cord no conocía. El parásito podía resultar o no desconocido, eso ya se vería. Cord era un investigador por instinto; la primera mirada que había dirigido a la extraña pareja voladora había disparado en su interior una insaciable curiosidad llena de excitación. ¿Cómo se producía aquel curioso fenómeno, y por qué? ¿Qué hazañas fascinantes podría enseñarle a hacer, una vez domado adecuadamente?
Por regla general, las circunstancias le impedían desarrollar investigaciones de aquel tipo. Los estudiantes jóvenes de la colonia, como Cord, debían limitar su curiosidad al modelo de investigación decidido por la estación a la que estaban asignados. La marcada inclinación de Cord por los experimentos independientes le había ocasionado más de una reprimenda de sus superiores inmediatos.
Dirigió una despreocupada mirada en dirección a la Estación Colonial Yoger Bay, situada a sus espaldas. No había rastro de actividad humana junto al edificio bajo, semejante a una fortaleza y emplazado en la colina. La puerta central seguía cerrada. Quince minutos después, estaba previsto que se abriera para dejar salir a la Regente Planetaria, que aquel día inspeccionaría la Estación y sus principales actividades.
Cord decidió que quince minutos era tiempo suficiente para investigar algo sobre aquella nueva especie de pájaro.
Aunque primero debía capturarlo.
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