Varios autores. Postales desde la Habana y otros relatos.

diciembre 23, 2011

AJEC, 2005. 226 páginas.
Postales desde la Habana y otros relatos
III antología el melocotón mecánico

Me gusta leer cosas de gente que está empezando. Muchas veces la calidad deja bastante que desear, pero también pasa con gente consagrada, y como contrapartida sueles tener una frescura difícil de encontrar. Los relatos participaron en el concurso El melocotón mecánico y son los siguientes:

Da la luz, Miguel Rodrigo Gonzalo
El otro gólem, Gonzalo Geller
El punto canalla, Mª Concepción Regueiro
El diván de tela roja, Silvia Vacilo
Final, Ezequiel Deilutri
Estación de paso, Eríc Brown
Besos de sangre, Alicia Sánchez Martínez
Lurun: totum mens, Gonzalo Guijarro Puebla
¿Te acuerdas?, Carlos Martínez Córdoba
Tiempo de dioses, Francisco Ontanaya
Postales desde La Habana, Ignacio Sanz Vallas

En general están bastante bien. Mis preferidos El punto canalla, sobre un producto destinado a cumplir los sueños que no funciona como promete, ¿Te acuerdas?, una historia asfixiante sobre el retorno al pueblo, Tiempo de dioses, por la capacidad sugerente de ingeniería a nivel de galaxia y la ganadora Postales desde La Habana, posiblemente la más correcta desde el punto de vista estilístico que explora una historia alternativa donde Nixon no perdió las elecciones y en Cuba el Che todavía pelea contra la dictadura.

Como punto negativo el tamaño de letra, minúsculo, que dificulta la lectura.

Más reseñas: Postales desde La Habana y Otros Relatos y Postales desde La Habana y Otros Relatos

Calificación: Con altibajos pero en general bueno.

Un día, un libro (114/364)

Extracto: Estaban sentados el uno frente al otro alrededor de una mesa de fórmica. Una bombilla de sesenta vatios colgaba de un cable desnudo que nacía en el techo de la vieja cocina. Una cafetera llena de agua hervía sobre la espiral de un infiernillo eléctrico mientras la bella Manuelita molía el café al ritmo de los primeros compases de Guantanamera. El cuerpo del soldado yanqui descansaba en el interior de un hielera de 1950 que había en el sótano del burdel. Era una hielera muy grande, la más grande que Evaristo había visto nunca. Se preguntó si alguna vez la habrían usado para guardar bebidas.
— ¿Leche y azúcar? —preguntó Manuelita en tono meloso. Nadie diría que acaba de matar a un hombre…
— No, gracias —contestó, casi en un stisurro.
Ella asintió en silencio mientras le dirigía una de esas miradas que parecen decir: «¿Qué voy a hacer contigo?» Echó un chorrito de leche en su taza y tres terrones de azúcar.
— Lo que has hecho hoy ~ comenzó — ha sido muy valiente. —Fallé —dijo Evaristo sin atreverse a mirarle a los ojos — . No le di.
— Aún así, se necesita valor para intentar algo así, aunque no lo consiguieras. Conozco a muchos hombres hechos y derechos que no habrían tenido pelotas para matar a un sargento yanqui.
—¿Era sargento? —preguntó Evaristo, súbitamente aterrorizado. En la Cuba actual cargarse a un soldado americano ya era grave, pero a un sargento… Le fusilarían, seguro. —¿Te importa? No te preocupes —le confió —. Tú no le mataste.
— Estaba allí. Es lo único que les hace falta para colgarte un asesinato. Manuelita sonrió.
— Eres un chico muy listo. ¿Cuántos años tienes?
— Catorce —contestó Evaristo, tras un momento de duda. -¿Seguro?
Olvidaba que estaba tratando con una bruja.
— Doce —admitió, avergonzado.
—¿Por qué querías cargarte al americano?
—Mató a mi hermana.
Manuelita tomó un sorbo de café mientras asentía en silencio.
— Entiendo.
—Un amigo mío le vio hacerlo. Él me dijo dónde podía encontrarle.
—Y por eso estás aquí.
-Sí.
Durante un largo minuto ninguno de los dos dijo nada, hasta que al final la madame preguntó:
—¿Te gustaría ser soldado, niño? ¿Combatir al lado del comandante Guevara?
—¿Podría matar yanquis?
Manuelita Montalbán soltó una gran carcajada.
—No, no. Eres aún muy chico para eso. Pero podrías sernos útil de otra forma. Como espía, por ejemplo, o llevando mensajes. Podrías informarnos sobre lo que se cuece en las cantinas donde beben los soldados americanos. Cosas así… ¿Te interesaría?
¿Qué si le interesaba?
Evaristo pensó en su padre, en su hermana, que ahora descansaba en una sencilla tumba del cementerio de San José, pensó en el sargento muerto puesto a enfriar en el sótano y en la venganza que no pudo llevar a cabo. Y ahora la gorda Manuelita le proponía ser un soldado de la guerrilla que había luchado contra los imperialistas yanquis desde el principio de la guerra, incluso podría conocer al Gran Hombre en persona: Ernesto «Che» Guevara. Manuelita había puesto un cartel de propaganda del «Che» bajo una imagen del Corazón de Jesús, como si quisiera establecer una jerarquía para sus ídolos. La fotografía que mostraba al barbudo líder revolucionario con su sempiterna boina ladeada aparecía enmarcada por la leyenda: «¡HASTA LA VICTORIA, SIEMPRE!», con la bandera cubana de fondo.
Ninguno de los dos sabía que el cartel había sido diseñado por una agencia de publicidad de la avenida Madison, Nueva York.
—Sí— contestó —. Me interesa.

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