Alfaguara, 2002. 542 páginas.
Selección, traducción y prólogo: Juan Fernando Merino.
Antología del cuento joven norteamericano
Con una rebajilla en una librería de viejo me hicieron un buen regalo de reyes mis suegros. Los lectores somos muy fáciles de contentar. Una antología que reúne los siguientes cuentos:
La punta, Charles D’Ambrosio
El amor no es pera en dulce, Amy Bloom
Incursión nocturna, Brady Udall
Brownsville, Tom Piazza
Una cuestión temporal, Jhumpa Lahiri
Frenillo, John Fulton
El bar de nuestra desdicha reciente, Elizabeth McCracken
Terapia, Elissa Wald
Nada, Judith Ortiz Cofer
Entre la piscina y las gardeni, Edwidge Danticat
En la costa de los arándanos, Michael Byers
Turbulencia, Joshua Henkin
El ancho mar, Tony Earley
El circo, Maggie Estep
Frente unificado, Antonya Nelson
Pejerrojo, Rick Bass
El enemigo, Josip Novakovich
Una banca en el parque, Judy Budnitz
Aserrín, Chris Offutt
Navidad, Jamaica Plain
Melante, Rae Thon
En un día como éste, Gish Jen
Lenguaje corporal, Diane Schoemperlen
El aparador Sutton, Pinckney Benedict
Algunos dicen que el mundo, Susan Perabo
Mejorando mi promedio, Kate Wheeler
En esta reseña: Habrá una vez se habla en profundidad del libro, y estoy bastante de acuerdo con lo que dice.
La calidad técnica de los relatos es muy alta, debido, parece ser, a los diferentes talleres de escritura que allí se imparten. Hay una calidad mínima que se cumple en todos los casos.
Pero no todos los relatos son igual de buenos. Destaca, con mucho, Una cuestión temporal, de Jhumpa Lahiri, posiblemente porque junto a la buena prosa también se cuenta una historia conmovedora.
Por otro lado no sé si es cosa del seleccionador o de las tendencias, pero todos los relatos son bastante realistas. Aquí no vemos morirse a ninguna nevera. Me cuesta creer que no haya algún autor que despegue los pies de la tierra.
Calificación: Bueno, y algunos muy buenos.
Un día, un libro (146/365)
Extracto:
El aviso les informaba de que era una cuestión temporal: durante cinco días habría un corte de energía a partir de las ocho de la noche. Una línea se había estropeado con la última tormenta de nieve y los técnicos de la compañía eléctrica iban a aprovechar el clima más benigno de principios de la noche para repararla. El trabajo afectaría solamente a las casas en la apacible y arborizada calle —a muy corta distancia de una hilera de tiendas con fachada de ladrillo y un paradero del tranvía— en la cual Shoba y Shukumar vivían desde hacía tres años.
—Al menos tienen la gentileza de avisarnos —reconoció Shoba después de leer el aviso en voz alta, dirigiéndose más a sí misma que a su marido. Permitió que la correa de su bolso de cuero, rebosante de carpetas, se deslizara desde sus hombros, y dejó el bolso en el vestíbulo mientras caminaba hacia la cocina. Vestía un impermeable azul marino de popelina, pantalones de sudadera de color gris y unas zapatillas blancas de tenis, y a sus treinta y tres años presentaba un aspecto muy cercano al tipo de mujer al que, según había asegurado alguna vez, no se parecería jamás.
Acababa de llegar del gimnasio. El lápiz labial sabor de arándano resultaba visible sólo en las comisuras y el delineador le había dejado manchones de carboncillo debajo de las pestañas.
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