Berenice, 2008. 420 páginas.
Tit. or. The priest. Trad. Raúlo Cáceres.
Un sacerdote es chantajeado para que se haga un tatuaje con unas grabaciones comprometedoras. Al realizarse el tatuaje el dolor le transporta a otra época, en la que también es un alto rango de la iglesia y en la que tendrá problemas con la inquisición.
La novela juega en todo momento con la posibilidad de que los viajes temporales que sufre el protagonista sean producto de su mente, como las de otro iluminado que también afirma haber sufrido lo mismo. El libro en sí me ha parecido farragoso y con momentos bastante aburridos, a pesar de que tiene algunos ingredientes muy atractivos: sectas ultra estrictas dentro de la iglesia, homosexualidad y abuso de niños en la curia, viajes temporales…
Ni se deja arrastrar por la crítica ni por la ciencia ficción, se queda a medio camino de todo y es un poco decepcionante. Otras reseñas: El cura y El cura.
Se deja leer.
Siempre lo hacía. Incluso parecía un poquito cruel leer en voz alta el libro sobre la Sábana Santa, ya que la parte que Hedwig había elegido era sobre lo mucho que Cristo había sufrido en la cruz, algo en lo que nadie quería pararse demasiado dada la situación de Raven, con las muñecas y tobillos anudados con cinturones de cuero y la boca cerrada con cinta. Hedwig era una persona muy religiosa, pero la gente religiosa no siempre es sensible con lo que sienten las personas menos religiosas, aparte de que el estilo religioso de Hedwig siempre se inclinaba hacia lo más oscuro, por no decir morboso. Era una experta en la manera en la que Cristo había sufrido y en la manera en que varios mártires habían sido asesinados. El aborto era también uno de los temas favoritos, como se podría esperar, ya que la razón por la que ella se encontraba allí, en el santuario de Beato Konrad de Paderborn, el nombre que el lugar había tenido al construirse, era la de prevenir abortos. Hedwig parecía no estar muy interesada en la parte luminosa de la religión, la parte que tiene que ver con el amor.
Eso era lo peor. La soledad. Alison no estaba acostumbrada a pasar mucho tiempo consigo misma, sin hablar con nadie, sin teléfono, sin ni siquiera la compañía del Señor Botas, el gato del vecino que aparecía en la puerta de atrás maullando en busca de restos. Alison hubiese dado cualquier cosa por estar sentada junto a su madre en el gastado sofá en frente de la televisión, viendo Roseanne y compartiendo comida china. Lo que más echaba de menos era a Greg. Cuando rompieron ella pensó: «Muy bien, se acabó. Una pena. Ahora sigue adelante con el resto de tu vida». Pero ahora que no había forma de que él pudiese ponerse en contacto con ella, sintió como si su vida se hubiese acabado. Sin Greg nada importaba, ni siquiera el bebé, aunque era suyo. Quería tocarlo y sentir sus caricias, y no podía. Deseaba estar muerta, y que Greg también lo estuviera, y estar en el cielo haciendo el amor de nuevo.
Janet, al ver que la fiesta casi había acabado, le preguntó a Hedwig, en su tono quejoso más revelador:
-¿Cree que podría tomar otro trozo de tarta? ¿Un trocito? Está tan buena.
-Bueno -dijo Hedwig, quien se vanagloriaba, con razón, de su manera de cocinar. El pastel de chocolate era riquísimo-. ¿Por qué no? Ya que vosotras dos habéis sido tan buenas.
Cortó dos trozos más de tarta. Entonces, al poner el segundo trozo de lado en el plato de papel de Alison, sonó su beeper.
-Ay queridas, perdonadme -y salió a la puerta de la celda, como si allí tuviera más privacidad, sacó el beeper del bolsillo de la bata gris y dijo:
-¿Sí? -y entonces en un tono de voz indiferente-. No, no puedo.
Alison supo de inmediato que debía estar hablando con su hermano Gerhardt, quien había llevado a Alison al santuario en su enorme Cadillac. Siempre que hablaba con su hermano, en persona o al teléfono, Hedwig se transformaba en una persona diferente, era como en las películas del ejército, cuando el sargento que normalmente es un abusón saluda a su comandante y se transforma en un cocker spaniel. Hedwig apretó el beeper y movió la cabeza de nuevo diciendo:
-No, ahora no, lo siento. ¿No puede esperar?
Por lo que se veía, no, ya que Hedwig al final tuvo que meter el beeper en el bolsillo.
-Lo siento, chicas. Voy a tener que dejaros aquí con Raven un ratito. Poneros más tarta si queréis. No me llevará mucho.
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