Acantilado. 1800 páginas. Todo bien: la edición, impecable; la traducción, magnífica; el contenido, un clásico. Si hoy en día llamamos ensayos a los ensayos es por este libro. Y tienen ese nombre porque no son un tratado, sino una simple prueba, reflexiones de un esritor que no tiene ninguna intención de sentar cátedra. Parten de la humildad y llegan a la cumbre. Montaigne no es un pensador, no crea un sistema como Descartes o intenta acotar el pensamiento como Kant. Pero es muy inteligente, divertido, erudito y cercano. Pensaba que me aburriría con tantas páginas de hace tanto tiempo, pero no. SIempre hay anécdotas divertidas, reflexiones interesantes, comentarios acertados. Lo he sentido muy cercano. Casi como un amigo con el que conversar. Un amigo con cosas que decir, lo que en estos tiempos de tanta tontería y pensamientos imbéciles disfrazados de profundidad es refrescante. ¡Tenemos que ir a leer cosas nuevas en textos de hace 500 años! Los clásicos no son clásicos porque una junta de sabios así lo ha decidido, sino porque lectores de cualquier época sacan provecho de lo que contiene. La edición no puede ser mejor: abundantes notas a pie de página, un prefijo (a,b,c) para indicar…