Laia, 1985. 170 páginas. Tan desconocida es la obra de Manuel Quinto que no encuentro ningún comentario de este obra en internet, pero yo disfruto como un enano con cada entrega de este detective salido de madre, que por haber sido editor en una editorial de tercera tiene la cabeza llena de libros como un Don Quijote al revés. Aquí una entrevista al autor: Manuel Quinto: «Me divierte parodiar la novela negra». Muy recomendable. Esta vez el taxista era una enorme cabeza llena de granos purulentos. El cabello le caía a tiras y se le abrían en el cráneo unas cavidades sebosas, que despedían humo amarillento como sulfataras. El hombre iba pinchando granos con la uña y lamía el contenido que le dejaba la erupción en la yema de los dedos. Por lo demás, conducía muy bien y era una persona amable y considerada. En la puerta de «El Tribunal de Osiris» —este era el nombre completo del local que se abría en Princesa, pasados los bulevares— una momia dentro del correspondiente sarcófago nos exigía el importe de la entrada. Glenda regateó con la momia, aduciendo que, por la hora, el espectáculo que nos ofrecieran sería parcial en todo caso….
Laia, 1987. 204 páginas. Una entrega más de Buenaventura Pals, que tras heredar una editorial de medio pelo tiene que ejercer de nuevo la profesión de detective aficionado, en este caso para encontrar a un científico judío que vivía en Cadaqués y que ha desaparecido misteriosamente. Con sus métodos poco ortodoxos y un poquito de suerte intentará salir airoso del encargo. Siento debilidad por este detective inteligente pero peculiar, pariente lejano del protagonista del misterio de la cripta embrujada, menos loco y más tierno, al que el autor le tiene cariño, porque suelen pasarle cosas muy buenas. Hay momentos que te arrancan una carcajada y la galería de personajes es tan extravagante como el protagonista. Muy bueno pero por desgracia muy inencontrable. En la explanada del aparcamiento, delante de la Rambla, unos mozalbetes abrían un Citroen CX mediante el ingenioso truco de la ganzúa. Dejaron la tarea por unos instantes y, cuando se dieron cuenta de que yo no iba a molestarles, siguieron laborando. Pusieron en marcha el coche y se alejaron por la Plaga de Catalunya hacia Maragall. Yo me interné en Nova del Teatre, dejando a la izquierda el Ayuntamiento, cuyos bares permitían a sus televisores aullar los…