Acantilado, 2008. 1174 páginas. Trad. Miguel Temprano García. Enorme recopilación de todos los cuentos del padre Brown, un cura que resolvía crímenes mediante paradojas, análisis del carácter y, según los envidiosos, porque se lo chivaba dios al oído. Huyendo de pistas mundanas como cenizas, pasteles con olor a almendras o perros que no ladran, el padre Brown siempre se pregunta por las cosas que no se preguntan los demás porque él -como los detectives más famosos de la historia- también sabe desde el principio donde hay que mirar. He echado un poco de menos algún prólogo o un mínimo aparato crítico, porque estas ediciones de Acantilado suelen venir muy bien arropadas, pero no hay nada. No me quejo, porque aunque Chesterton ha sido muy editado en nuestro país no siempre ha estado bien traducido y tener todos los cuentos, más algunos inéditos, recopilados en un solo volumen es algo de agradecer. Sobre los cuentos en sí los amantes como yo de Chesterton disfrutarán de volver a encontrarse con tan peculiar personaje. Baste decir que yo quería haberlo leído poco a poco, intercalando otras lecturas entre los diferentes libros y prácticamente lo he devorado de un par de sentadas. Una cosilla…
Acantilado, 2011. 256 páginas. Trad. Miguel Temprano García. Aprovechando que se celebra la BCNegra en la biblioteca tenían una selección del género, incluído éste, y yo no me puedo resitir a nada de Chesterton. El título es ligeramente engañoso, ya que en realidad es una recopilación de artículos sobre él género, entonces incipiente. El tema hace que sus reflexiones no tengan la universalidad habitual, pero aún así he seleccionado una gran cantidad de fragmentos que creo merecen ser difundidos aquí. Sobre la juventud de este tipo de novelas: Ningún libro es tan fácil de releer, a excepción de los grandes clásicos. Resulta muy misterioso, pero si leemos seis veces un libro de Dickens es porque ya lo conocemos; en cambio, si podemos leer seis veces una novela popular de detectives es sólo porque podemos olvidarla otras seis veces. Una novela tonta de seis peniques (y no me refiero a una tontería a medias o dudosa, sino a una plena, fuerte, rica y humana) tiene por lo tanto la naturaleza de una posesión inmortal e inagotable. Su conclusión es tan fatua y absurda que, por muchas veces que la oigamos, siempre nos cogerá por sorpresa, como una explosión o un fusil…