Paidos, 2003. 706 páginas.
Tit. or. The blank slate. Trad.Roc Filella Escolà.
Por el título del libro siempre pensé que el autor defendía la idea de la tabla rasa. Esto es, que nacemos como una hoja en blanco en la que se puede escribir lo que sea. Que somos potencialmente capaces de todo y que el ambiente es lo que define lo que llegaremos a ser. Es una idea que está en contra de todo lo que científicamente sabemos e incluso del sentido común; basta tener un hijo para darse cuenta de que de tabla rasa nada.
En realidad es lo contrario, es un libro dedicado a exponer, de manera sucinta, lo siguiente:
1.- No nacemos en blanco
2.- Tenemos unos comportamientos como especie y una herencia genética ineludibles.
3.- Esto no implica tener que abandonar las ideas progresistas y de izquierdas, sino todo lo contrario.
Cada vez que algún científico viene a decir que estamos determinados por los genes la gente se lleva las manos a la cabeza porque ¿Qué progreso social podemos tener si estamos determinados? Lo cierto es que también se puede leer en otro sentido, cuando surgieron los test de inteligencia los conservadores se llevaban las manos a la cabeza porque bien pudiera ser que un labrador fuera más inteligente que un Lord. Y, si no hay nada escrito en los genes y no consigues unos estudios o un buen puesto de trabajo la culpa será tuya.
Estoy en general de acuerdo con el planteamiento. Sobre todo en el aspecto de que la ideología no tiene que guiar los datos ni su interpretación. Creo que no somos una tabla rasa, que los datos lo confirman, y que si queremos una sociedad más justa no debemos negar esos hechos.
Pero también hay un problema, y es que tanto la sociología como el descubrimiento de la interacción entre herencia y entorno son ciencias que están muy lejos de ser definitivas. Podría ser que se tomen decisiones equivocadas en base a supuestos erróneos. Que ya se están tomando, pero con el paraguas de la ciencia para validarlas podría ser peor.
Sobre cada uno de los aspectos de los que se habla en este libro se podrían discutir horas. Lectura muy estimulante.
Como los prejuicios ideológicos sirven para linchar sin conocer:
La abolición de la segregación ra cial en las escuelas se había producido hacía sólo una generación, las leyes sobre los derechos civiles sólo tenían diez años, de modo que las diferencias que se hubieran documentado en los test de Coeficiente Intelectual entre negros y blancos se podían explicar fácilmente por la diferencia de oportunidades. En efecto, concluir que el silogismo de Herrnstein implicaba que las personas negras acabarían en la parte inferior de una sociedad estratificada genéticamente significaba añadir el supuesto gratuito de que los negros tenían una inteligencia media genéticamente inferior, algo que Herrnstein evitó a toda costa.
No obstante, el influyente psiquiatra Alvin Poussaint dijo que Herrnstein «se ha convertido en el enemigo de los negros, y sus declaraciones son una amenaza para la supervivencia de toda persona negra en Estados Unidos». Preguntaba retóricamente: «¿Habrá que llevar pancartas para proclamar el derecho a la libertad de expresión de Herrnstein?». Se repartieron panfletos por las universidades de la zona de Boston, en los que se urgía a los estudiantes a «luchar contra las mentiras del profesor fascista de Harvard», y Harvard Square se llenó de carteles con su fotografía sobre la leyenda «Se busca por racismo» y cinco citas engañosas supuestamente de su artículo. Herrnstein recibió amenazas de muerte y se dio cuenta de que no podía seguir hablando de la que era la especialidad de sus estudios, el aprendizaje de las palomas, porque, dondequiera que fuera, las salas de conferencia se llenaban de muchedumbres que no dejaban de increparle. Por ejemplo, en Princeton los estudiantes declararon que atrancarían las puertas del auditorio para obligarle a responder preguntas sobre la polémica del Coeficiente Intelectual. Cuando varias universidades dijeron que no podían garantizar su seguridad, se cancelaron algunas conferencias.5
El tema de las diferencias innatas entre las personas tiene unas implicaciones políticas evidentes, que analizaré en capítulos posteriores. Pero a algunos eruditos les indignaba la idea artificialmente tranquilizadora de que algunas personas tienen unas comunalidades innatas. A finales de los años sesenta, el psicólogo Paul Ekman descubrió que la sonrisa, el ceño fruncido, la expresión desdeñosa, las muecas y otras expresiones faciales se mostraban y se entendían en todo el mundo, incluso entre los pueblos cazadores-recolectores que no habían tenido contacto con la cultura occidental. Estos descubrimientos, decía, corroboraban dos ideas que Dar-
win había expuesto en 1872 en su libro ha expresión de las emociones en los animales y en el hombre. Una era que el proceso de la evolución había dotado a los seres humanos de las expresiones emocionales; la otra, radical en los tiempos de Darwin, era que todas las razas se habían separado recientemente de un ancestro común.6 Pese a estos reconfortantes mensajes, Margaret Mead dijo que los estudios de Ekman eran «escandalosos», «espantosos» y «una vergüenza», y éstas eran algunas de las reacciones más comedidas.7 En la reunión anual de la Asociación Antropológica Americana, Alan Lomax Jr. se levantó de entre el público gritando que no se debía permitir hablar a Ekman porque sus ideas eran fascistas. En otra ocasión, un activista afroamericano le acusó de racismo por manifestar que las expresiones faciales de los negros no se diferencian de las de los blancos. (A veces no hay forma de entenderse.) Y no sólo eran las declaraciones sobre las facultades innatas de la especie humana las que suscitaban la ira de los radicales, sino también las ideas sobre las facultades innatas de cualquier especie. Cuando el neurocientífico Torsten Wie-sel publicó su obra histórica con David Hubel, en la que se demostraba que el sistema visual de los gatos está en gran medida completo en el momento de nacer, otro neurocientífico airado le llamó «fascista» y juró que demostraría que estaba equivocado.
Que podría pasar si realmente fuéramos una tabla rasa:
Una tabla que no sea rasa, un papel que no esté en blanco, significa que todos los sistemas políticos llevan consigo un equilibrio entre la libertad y la igualdad material. Las principales filosofías políticas se pueden definir por cómo tratan este equilibrio. La derecha del darwinismo social no valora la igualdad; la izquierda totalitaria no valora la libertad. La izquierda rawlsiana sacrifica cierta libertad en aras de la igualdad; la derecha libertaria sacrifica cierta igualdad en aras de la libertad. Es posible que las personas razonables no se pongan de acuerdo sobre cuál sea el mejor equilibrio, pero no es razonable pretender que no existe. Y esto significa a su vez que cualquier descubrimiento de diferencias innatas entre los individuos no es un conocimiento prohibido que haya que eliminar, sino una información que nos puede ayudar a decidir sobre esos equilibrios de forma inteligente y humana.
Algo que afecta a la educación:
La educación efectiva puede requerir también la intervención de viejas facultades para que se ocupen de exigencias nuevas. Se pueden forzar fragmentos de lenguaje para que ayuden a calcular, como cuando recordamos el estribillo: «Dos por dos, cuatro».17 La lógica de la gramática se puede utilizar para captar cifras grandes: la expresión cuatro mil trescientos cincuenta y siete tiene la estructura gramatical de un grupo nominal como sombrero, abrigo y mitones. Cuando el alumno analiza gramaticalmente la frase numérica, puede llevar a la mente la operación mental de agregar, que está relacionada con la operación matemática de sumar.18 Se recurre a la cognición espacial para comprender las relaciones matemáticas a través del uso de gráficos, que convierten los datos o las ecuaciones en figuras.19 La ingeniería intuitiva apoya el aprendizaje de la anatomía y la fisiología (los órganos se entienden como dispositivos con unas funciones), y la física intuitiva apoya el aprendizaje de la química y la biología (la materia, incluida la materia viva, se compone de objetos diminutos, pegajosos y elásticos).
Geary señala una última implicación. Dado que gran parte del contenido de la educación no es cognitivamente natural, puede ser que el proceso de dominarlo no siempre sea fácil y agradable, pese al mantra que asegura que aprender es divertido. Los niños pueden estar motivados innatamente para hacer amigos, alcanzar un estatus, afinar las destrezas motrices y explorar el mundo físico, pero no están necesariamente motivados para adaptar sus facultades cognitivas a tareas nada naturales como las matemáticas formales. Para dar motivos al niño para perseverar en la dura proeza del aprendizaje, cuyos beneficios sólo se aprecian a largo plazo, tal vez se necesite una familia, un grupo de iguales y un cultura que reconozcan un elevado estatus al éxito escolar.
La inteligencia como nueva teoría de clases:
Los efectos de una huelga de la policía:
Hacia las 11.20 se produjo el primer robo en un banco. A mediodía, la mayoría de las tiendas del centro de las ciudades habían cerrado a causa del pillaje. En unas horas más, los taxistas quemaron el garaje de un servicio de limusinas que les había estado haciendo la competencia con los clientes del aeropuerto, un francotirador apostado en un tejado había matado a un policía provincial, los alborotadores asaltaron varios hoteles y restaurantes, y un médico dio muerte a un ladrón que había entrado en su casa de un barrio residencial. Al final del día, se habían cometido seis robos en bancos, se habían saqueado cien tiendas, se habían producido doce incendios, se había roto una cantidad ingente de cristales y los daños a la propiedad ascendían a tres millones de dólares, antes de que las autoridades de la ciudad tuvieran que recurrir al ejército y, naturalmente, a la Policía Montada para restaurar el orden.» Esta prueba empírica decisiva dejó mi política hecha jirones (y fue el anticipo de mi vida como científico).
La generalización de que la anarquía, en el sentido de ausencia de gobierno, conduce a la anarquía, en el sentido de caos violento, puede parecer banal, pero a menudo se olvida en el clima aún romántico de hoy. A muchos conservadores les repugna la idea de gobierno en general, y a muchos liberales les repugnan la policía y el sistema penitenciario. Muchas personas de izquierdas, alegando la incertidumbre sobre el valor disuaso-rio de la pena de muerte comparada con la cadena perpetua, sostienen que la disuasión en general no es efectiva. Y muchos se oponen a una vigilancia más efectiva en los barrios urbanos más conflictivos, aunque pudiera ser la forma más eficaz de que sus habitantes decentes abjuraran del código de las calles. Es claro que debemos combatir las desigualdades raciales que llevan a la cárcel a demasiados afroamericanos, pero, como dice el experto en derecho Randall Kennedy, también debemos combatir las desigualdades raciales que exponen a demasiados afroamericanos a la actuación de los delincuentes.100 Muchas personas de derechas se oponen a la despenalización de las drogas, la prostitución y el juego, sin tener en cuenta los costes de las zonas de anarquía que, por su propia lógica de libre mercado, la política de prohibición genera inevitablemente. Cuando la demanda de un producto es elevada, aparecen los proveedores, y si no pueden proteger su derecho a la propiedad recurriendo a la policía, lo harán con una violenta cultura del honor. (Esto es distinto del argumento
mord según el cual nuestra actual política sobre las drogas lleva a la cárcel a muchas personas no violentas.) Hoy, en las escuelas se les cuenta a los niños la falsa historia de que los indígenas norteamericanos y otros pueblos de las sociedades preestatales eran inherentemente pacíficos, y que desconocían, o desdeñaban, uno de los grandes inventos de nuestra especie, el gobierno democrático y el imperio de la ley.
(aquí, aunque estoy de acuerdo con que somos en general una especie violenta, creo que este apartado está bastante exagerado y es muy matizable)
Las recetas para criar hijos mejores no funcionan:
Los problemas de la idea de la interacción entre padre e hijo son así evidentes. No es verosímil que cualquier proceso parental fuera a tener en los diferentes hijos unos efectos tan radicalmente distintos que la suma de los efectos (el medio compartido) fuera cero. Si los abrazos no hacen que unos hijos sean más seguros de sí mismos y no tienen ningún efecto en otros, entonces, aun así, los padres pródigos en abrazos deberían tener hijos más seguros de sí mismos como promedio (unos adquirirían mayor confianza, y otros no mostrarían cambio alguno) que los padres fríos y secos. Pero, siendo los genes constantes, no ocurre así. (Para expresarlo en términos familiares para los psicólogos: es raro encontrar una interacción cruzada, es decir, una interacción sin unos efectos principales.) Ésta es también, por cierto, una de las razones de que la propia hereda-bilidad casi con toda seguridad no se puede reducir a la paternidad específica del hijo. A menos que la conducta de los padres esté completamente determinada por los rasgos innatos de su hijo, algunos padres se comportarán de algún modo de distinta forma que otros, y esto se traduciría en unos efectos del medio compartido, unos efectos que de hecho son insignificantes.
Pero digamos que realmente existen estas interacciones (en el sentido técnico) entre padres e hijos y realmente configuran al hijo. La moraleja sería que los consejos parentales uniformes son inútiles. Todo lo que los padres hagan para que unos hijos sean mejores hará que un número igual de hijos sean peores.
(También matizable, aunque las recetas no funcionen para todos los niños igual eso no quiere decir que haya comportamientos mejores que otros)
Segunda, el padre o la madre y el hijo tienen una relación humana. Nadie pregunta nunca: «Entonces, ¿dice usted que no importa cómo trate a mi marido o a mi esposa?», aunque nadie que no sea un recién casado cree que puede cambiar la personalidad de su cónyuge. Maridos y esposas son amables entre sí (o deberían serlo) no para dar a la personalidad del otro una determinada forma, sino para establecer una relación sólida y satisfactoria. Imaginemos que nos dicen que no podemos cambiar la personalidad del marido o la esposa y contestamos: «La idea de que todo el amor que pongo en él (o ella) no sirva para nada es demasiado terrible». Lo mismo ocurre con los padres y los hijos: la forma de comportarse de una persona con la otra tiene unas consecuencias para la calidad de la relación que existe entre ellas. A lo largo de toda una vida, el equilibrio de poder cambia, y los hijos, provistos de los recuerdos de cómo se les trató, deciden cada vez más el trato que dan a sus padres. Como dice Harris: «Si creemos que el imperativo moral no es razón suficiente para ser buenos con nuestros hijos, probemos con esta otra: seamos buenos con nuestros hijos cuando son pequeños, para que ellos lo sean con nosotros cuando seamos mayores».73 Hay adultos perfectamente sanos que todavía se enfurecen al recordar la crueldad con que sus padres les trataron cuando eran pequeños. Hay otros a quienes les asoman las lágrimas al recordar atenciones o sacrificios que sus padres hicieron por su felicidad, tal vez algo que el padre o la madre hace tiempo que olvidaron. Si no por otra razón, los padres deben tratar bien a sus hijos para hacer posible que crezcan con estos recuerdos.
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