Nivola, 2002. 316 páginas.
Tit. Or. Adventures of a matematician. Trad. Ricardo García-Pelayo Novo.
Este libro es una recomendación de Wraitlito y tengo que agredecérselo. Stanislaw Ulam no es muy conocido en nuestro país (la prueba está en la escueta entrada en la wikipedia en comparación con la inglesa: Stanislaw Ulam), pero es un personaje que ha tenido mucha relevancia en la configuración del mundo moderno.
¿Cómo puede un matemático cambiar el rumbo de la historia? Participando en el proyecto Manhattan y siendo una pieza clave para el desarrollo de las bombas de hidrógeno. Entre sus logros está el conocido método de Montecarlo, clave para la aplicación de los ordenadores a la resolución de problemas que por su complejidad no se pueden abordar directamente.
La biografía es un poco descarnada, y cuenta más de la vida de los que le rodeaban que de la suya propia. No hay cotilleos ni anécdotas jugosas de la trastienda de la creación de las bombas, pero algo se cuenta. Tampoco entra en arduos detalles de su investigación científica, pero nombra puntualmente sus múltiples proyectos.
Lejos del tratamiento actual de muchos descubrimientos científicos que parecen películas de acción con final feliz, el libro es una humilde historia de una persona modesta, teniendo en cuenta la repercusión de sus trabajos. Con elementos muy destacables, como el ambiente universitario de la Europa anterior a la segunda guerra mundial y, por supuesto, el desarrollo de la bomba de hidrógeno.
Pese a su sequedad, muy recomendable.
Extracto:[-]
Había otros matemáticos a quienes se podía ver con frecuencia por esas oficinas. Stozek, alegre, rechoncho, bajo y completamente calvo, era el presidente del departamento de estudios generales. La palabra stozek significa cono en polaco, pero él se parecía más a una esfera. Estaba siempre de buen humor y haciendo chistes, y le encantaban las salchichas bañadas con generosidad en salsa de rábano picante, un plato que, según él, curaba la melancolía (Stozek fue uno de los profesores asesinados por los alemanes en 1941).
Antoni Lomnicki, un matemático de rasgos aristocráticos especializado en la teoría de la probabilidad y en sus aplicaciones a la cartografía, tenía allí sus horas de despacho (también él fue asesinado por los alemanes en Lviv en 1941). Su sobrino, Zbigniew Lomnicki, fue más tarde buen amigo mío y colaborador en matemáticas.
Kaczmarz, alto y delgado (muerto en servicio militar en 1940), y Nikliborc, bajo y robusto,
Alguien me señaló a un anciano de baja estatura. Era Hilbert. Me encontré con el anciano matemático polaco Dickstein, que pasaba de los noventa y andaba buscando a sus coetáneos. El profesor de Dickstein había sido alumno de Cauchy a principios del siglo XIX, y todavía consideraba a Poincaré, fallecido en 1912, un joven brillante. Para mí esto era como entrar en la prehistoria de las matemáticas y me infundía una cierta reverencia filosófica. Conocí por primera vez a un matemático estadounidense, Norbert Wiener. Von Neumann no acudió, lo cual fue una desilusión. Había oído hablar tanto de su visita a Lviv en 1929.
Uno puede preguntarse si realmente tiene sentido enseñar matemáticas. Si hay que repetir las explicaciones a alguien y asistirle constantemente, lo probable es que no tenga madera para las matemáticas. Por otra parte, si un estudiante es bueno, no necesita un profesor salvo para tomarlo como modelo y quizá para influenciar sus gustos. A priori, tiendo a ser pesimista sobre mis alumnos, incluso sobre los más brillantes (aunque recuerdo que en Harvard había algunos buenos con los que podía hablar y sentir que la enseñanza no era un ejercicio vacío).
En biología se descubren hechos fascinantes casi mensualmente. Hay un amplio consenso en que los descubrimientos de Crick y Watson han abierto una nueva era también en las actitudes psicológicas de los biólogos. Hace años, en Harvard, al dar una charla a los biólogos y preguntar por, o proponer, una afirmación de carácter lejanamente general, siempre se oía la réplica: «No es así, porque en tal y tal insecto hay una excepción», o «tal y tal pez es distinto». Había una desconfianza general, o cuando menos una vacilación, a la hora de dar cualquier formulación siquiera vagamente general. Esta actitud ha cambiado drásticamente tras el descubrimiento del papel del ADN y el mecanismo de replicación de la célula y de su código, que parecen tan universales.
Cuando Scribner’s apremió a Stan para que escribiera sus memorias, acordó intentarlo, y en 1972 tomó un permiso sabático en la Universidad de Colorado para dedicarse a esa tarea. Durante un año, mientras viajábamos al Este y a París, me dictaba recuerdos que yo grababa en una cinta y transcribía. De vuelta en Boulder, Stan volvió a sus deberes universitarios y yo pulí y compuse el gigantesco rompecabezas en el que se habían convertido las transcripciones, hasta que hubo un borrador que él pudiese mirar y al que añadir unas pocas frases de conexión aquí y allá. El libro apareció en 1976 con el título Aventuras de un matemático (Stan quiso cambiar el título a Desventuras, pero en eso tuvo que ceder).
Aventuras es Stan, Stan puro, completamente Stan -a pesar de que apenas escribió unas líneas del mismo-, ya que evité escrupulosamente dejar mi huella en él. Es acerca de su vida profesional y sobre la época científica en la que vivió. Su tono es personal pero no íntimo, más factual que analítico. En línea con el espíritu del libro, quiero complementar su historia con unas pocas impresiones, percepciones y memorias propias, para entrelazar a lo largo de un vago camino en el tiempo mi descubrimiento gradual del hombre que fue y de la vida a la que me llevó.
2 comentarios
Hombre, veo que ya estamos 200 a 1 en cuanto a recomendaciones mutuas ( ganas tú con ventaja)
En la misma línea, algo más introspectivo, pero también lleno de peripecias vitales y de amor y exploración de las matemáticas (y del lenguaje), está ‘memorias de aprendizaje’ de A. weil.
Saludos
Para mí que estamos bastante igualados… me apunto esta nueva recomendación.