Ella es una adolescente que se escapa todos los días del instituto y se refugia en un rincón del parque donde nadie puede verla. Él es un cincuentón con la cabeza no muy bien amueblada obsesionado con los pájaros y la cantante Nina Simone. Establecerán una curiosa relación de amistad teñida de oscuro.
Aunque Sara Mesa siempre me ha parecido una escritora con talento, a todos los libros suyos que había leído hasta ahora les encontraba algún pero. Compensado por las virtudes evidentes de su prosa. En este caso el libro está perfectamente equilibrado, a la relación entre los dos protagonistas ni le sobra ni le falta nada, y por fin no tengo ni la menor objeción a la novela. Está genial.
Retrata muy bien el caos mental que tenemos en la cabeza con 13 años (y he reconocido cosas de mi propia hija) y dibuja muy bien a alguien que le cuesta encajar en el mundo porque aunque algo falla en su cerebro no es mala persona y tiene derecho a que alguien lo aprecie por su propia manera de ser.
El cierre de la trama, redondo. Como he dicho antes, me ha gustado todo.
Muy bueno.
El curso anterior consiguió ver el cuaderno de notas de la orientadora. Le había dado cita en el despacho para hablar de sus problemas de integración —Casi nunca los hubiese diagnosticado así, como problemas de integración—, pero tuvo que salir un momento para hacer una llamada telefónica privada —llamada telefónica privada, dijo: la orientadora hablaba así todo el tiempo—. Se quedó esperando en su silla, con el cuaderno de notas enfrente, colocado en sentido contrario, abierto por su ficha. Bajo el temor de que la descubriese, se esforzó para leerlo sin moverse, descifrando las letras al revés, lo cual le costó su buen trabajo. ¿Y qué ponía?, pregunta el Viejo, también él intrigado. Problemas de integración, responde Casi, esas tres palabras estaban subrayadas en rojo. Y también: acomplejada pero inteligente, es posible que se crea superior al resto. Esto le sorprendió mucho, porque de algún modo lo que Casi se siente es inferior, no superior al resto, y le ofendía que la orientadora, que jamás había hablado ni un minuto con ella, hubiese anotado justo lo contrario. También había algunas notas sobre su familia. Estructurada, ponía. Padres mayores. Profesiones liberales. Segunda hija. Buen barrio. No pudo resistirse a alargar la mano y mirar otras fichas del cuaderno, las de otros alumnos de su clase. Leyó cosas como: Padres separados. Come a diario en casa de la abuela. Acumula carencias desde la educación primaria. Problemas cognitivos. ¿Déficit de atención? Hiperactividad. Buen carácter, pero dificultades de conceptualización. Necesidad de intervención social. Bulímica. Busca llamar la atención, es posible que no obtenga cariño suficiente en casa. Buena integración. Competitivo y responsable. Cerró el cuaderno bruscamente al oír los pasos de la orientadora, que entró con su sonrisa de siempre —los dientes ordenaditos, sujetos por un finísimo bracket—, y regresó a su asiento. Ya no recuerda de qué hablaron. Le daba vueltas a lo que había leído. Le aterraba pensar que los profesores compartieran este tipo de anotaciones, que hablaran sobre ellos, los alumnos, intercambiando fichas como quien intercambia cromos. El Viejo asiente. Esos cuadernos, dice, ¡son como los que usaban en la clínica! Los vigilantes de la moral hacen sus diagnósticos mentales diseccionando familias, ¡nunca salen de eso! De las madres siempre se habla, de un modo o de otro, estén o no, se las quiera o no, sean jóvenes o viejas, maltratadoras o controladoras: ¡hasta si han muerto se habla de ellas! A él le molestaba que hablaran de su madre. Se ponía violento cada vez que sucedía, e incluso cuando le parecía que sucedía —pues hablaban de ella a sus espaldas, murmurando—. Había muchas fichas en la clínica, muchos expedientes, dos o tres salas completas llenas de expedientes en carpetas azules, cientos, miles de carpetas azules a tope de expedientes. Él hubiese resumido su expediente en una sola frase: Este hombre necesita pasear. ¡Pasear solo, sin ser molestado!, con eso hubiese bastado, ¡qué sencillo! Si uno lo piensa bien, cada una de las fichas de los internos, o de los alumnos, podría resumirse en una sola frase. ¡Cuánta palabrería!
2 comentarios
Pues me lo apunto para leerlo este verano. Saludos.
Se lee en un plis plas.