Tenía muchas ganas de leer el poemario de Rosa, de quien ya reseñamos su novela Qué hacemos con el tiempo que nos queda, que, pese a ser novela negra, tenía a la poesía con un papel protagonista.
Yo había tenido la ocasión de escuchar algunos de los poemas que se incluyen en este libro, y siempre me había maravillado la capacidad de síntesis de sus versos y cómo provoca, a partir de situaciones cotidianas, imágenes muy potentes. La soledad, el dolor, atraviesan estos poemas que -personalmente- he leído con un ay en el alma y los ojos enrojecidos.
Me gustan especialmente los párrafos poéticos, que encabalgan frases que parecen un recitado directo, muy rítmicas, y de una calidad extraordinaria. Como muchos de los poemas, por otro lado.
Muy bueno.
Digo no. Digo no. Qué infantil paladar, qué huesos asomaban bajo la camisa de dormir, qué demonio salió de aquel hombre y aquella mujer. Qué necesidad de estirar tanto la piel bajo la tela que cubría la rabia, el miedo y la fatiga como un dios de las pequeñas cosas desterrado del pasillo. Qué trayecto embarrado, qué bruscas tempestades en la mirada de los dos, qué lodo desacorde entre sus dedos. Estallaron las entrañas entre las baldosas rojas y verdes, entre un sinfín de cubos geométricos enfangados, cocidos a fuego lento como la rabia. Se cruzaron las palabras más terribles, se quedaron sin nada, ¿a quién acudir? Dame una palabra para añadir a mi mano mientras escribo un poema. Dame todo lo que puedas. Que no sea aquello y digo no. Digo no.
Todo está dispuesto en el cuarto.
Decisión final
Y luego iré
y luego no irás
no volveremos a encontrarnos
ni me seguirán tus pasos
no anidarás mi vientre
ni posaremos nuestra mirada en la misma cumbre
no habrá más cumbres
ni siquiera un valle
de diminutas flores
y luego no iré
permaneceré al sur
al sur de tu memoria
toda seca.
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