Raul Núñez. La rubia del bar.

febrero 9, 2021

Raul Núñez, La rubia del bar
Anagrama, 1986. 110 páginas.

Un escritor que no escribe peleado con su mujer sale a la noche de Barcelona y un golpe de suerte le pone dinero en el bolsillo para poder correrse una buena juerga. A través de un chulo conocerá a una mujer rubia que trastocará su pequeño mundo.

El autor colaboró en el guión de la película del mismo nombre y lo pasó a novela. Certero dibujo del Raval en los años 80, un mundo al margen que todavía puede verse a pesar del desarrollismo metido con calzador.

Es uno de estos casos en los que la vida del autor es casi más interesante que la de sus personajes, que se movían en el mismo ambiente.

Recomendable.

Pero la cogí.
—Ven aquí, muñeca —le dije—. Quiero que conozcas mi nuevo ataúd importado de Transilvania.
Estaba a punto de besarla, cuando pude ver que el rostro de Marta había vuelto a cambiar. Pasaba de la risa al llanto como quien cambia de acera.
—¡Quítame las manos de encima! —aulló, separándose con violencia—. ¡Estoy harta de que me toquen!
—Pero, Marta, si estábamos jugando…
Marta se apartó de un manotazo el pelo rubio que se le caía sobre la frente.
—¡Hoy me he tragado el semen de cinco tíos, ¿comprendes?! ¡Aún lo debo tener en el estómago!
No hice el menor movimiento. Me quedé mirando la etiqueta de la botella de whisky durante un minuto y luego conseguí decir:
—Lo siento, no sabía que…
—¿Que hacía de puta? Pues ya lo sabes. Si quieres meterte en la cama conmigo puedes ir al sitio donde trabajo.
Marta abrió su bolso, buscó algo en él, cogió una tarjeta rosada y me la entregó.
—Allí podrás encontrarme cada día. Te costará unas diez mil pesetas. ¿Te parece bien?
Miré la tarjeta. Era dorada con las letras en negro. Apestaba a dinero.
—Debe ser un sitio elegante.
Marta sonrió. Parecía satisfecha.
—Lo es —respondió.
La miré largamente. Me gustó demasiado.
—Está bien —dije, sabiendo que iba acabar en la ruina— Trataré de ir a verte…
—Pregunta por Sonia. Es mi nombre de trabajo, ¿sabes?
Sentí ganas de estar en un bar. Solo. Con la mirada clavada en las botellas de detrás de la barra. Y pensar si valía la pena seguir moviéndome en el mundo.
—Vale, Marta… Ahora supongo que debo marcharme…
—Como quieras.
Me acerqué a la puerta, apoyé la mano en el picaporte y me volví a mirarla.
—Oye, vampiro…
—¿Sí? —pregunté con ansiedad.
—Cuando vengas a verme ponte desodorante —dijo ella con una ligera sonrisa—. Te huelen un poco los sobacos, ¿sabes?
—Me compraré el más caro —respondí, y salí a la calle.

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