Rafael Llopis. Antología de cuentos de terror.

marzo 7, 2024

Rafael Llopis, Antología de cuentos de terror
Alianza Editorial, 1982. 252 páginas.

Incluye los siguientes cuentos:

Lope de Vega, La posada de mal hospedaje
Daniel Defoe, La aparición de Mrs. Veal
Donatien Alphonse François de Sade, Rodrigo o La torre encantada
Walter Scott, Relato de Willie el Vagabundo
Matthew Gregory Lewis, Historia de don Ramón, Marqués de Las Cisternas, o la monja ensangrentada
Charles Nodier, El valle del hombre muerto
Frederick Marryat, Una narración de los Montes Hartz
John William Polidori, El vampiro
Agustín Pérez-Zaragoza, La princesa de Lipno o el retrete del placer criminal
Edgard Allan Poe, Sombra – Silencio – Morella

Es el primero de tres tomos que probablemente no siga leyendo porque son complicados de encontrar. En este volumen nos encontramos el terror clásico de aparecidos y fantasmas, almas en pena al estilo gótico y sucesos truculentos. Algunos no están mal, con un aire a cuento tradicional como Una narración de los Montes Hartz que se ve venir desde el minuto uno pero se disfruta igual, o el Relato de Willie el Vagabundo que entronca más con el estilo de Scott que con los sucesos. Otros son infumables, como La princesa de Lipno, todos los tópicos juntos sin pies ni cabeza.

El mejor, sin duda, El vampiro de Polidori, donde no hay ninguno de los detalles que después han sido canon en el tema (la luz solar, por ejemplo) pero sí una interpretación más de vampiro psíquico, esas personas que atraen por su carisma y dejan una estela de desgracias a su paso porque los demás no les importan. Si se inspiró o no en Byron lo dejamos para los estudiosos.

Muy bueno.

Sin pérdida de tiempo, se presentó en el apartamento de su amigo, y bruscamente le preguntó cuáles eran sus intenciones con respecto a la joven, manifestándole al propio tiempo que estaba enterado de su cita para aquella misma noche. Lord Ruthven contestó que sus intenciones eran las que podían suponerse en semejante menester. Y al ser interrogado respecto a si pensaba casarse con la muchacha, se echó a reír. Aubrey se marchó, e inmediatamente redactó una nota alegando que desde aquel momento renunciaba a acompañar a Lord Ruthven durante el resto del viaje. Luego le pidió a su sirviente que buscase otro apartamento, y fue a visitar a la madre de la joven, a la que informó de cuanto sabía, no sólo respecto a su hija, sino también al carácter de Lord Ruthven.
La cita quedó cancelada. Al día siguiente, Lord Ruthven se limitó a enviar a su criado con una comunicación en la que se avenía a una completa separación, mas sin insinuar que sus planes hubieran quedado arruinados por la intromisión de Aubrey. Tras salir de Roma, el joven dirigió sus pasos a Grecia, y tras cruzar la península, llegó a Atenas. Allí fijó su residencia en casa de un griego, no tardando en hallarse sumamente ocupado en buscar las pruebas de la antigua gloria en unos monumentos que, avergonzados al parecer de ser testigos mudos de las hazañas de los hombres que antes fueron libres para convertirse después en esclavos, se hallaban escondidos debajo del polvo o de intrincados líquenes. Bajo su mismo techo habitaba un ser tan delicado y bello que podía haber sido la modelo de un pintor que deseara llevar a la tela la esperanza prometida a los seguidores de Mahoma en el Paraíso, salvo que sus ojos eran demasiado pícaros y vivaces para pretender a un alma y no a un ser vivo.
Cuando bailaba en el prado, o correteaba por el monte, parecía mucho más ágil y veloz que las gacelas, y también mucho más grácil. Era, en resumen, el verdadero sueño de un epicuro. El leve paso de Ianthe acompañaba a menudo a Aubrey en su búsqueda de antigüedad. Y a veces la incosciente joven se empeñaba en la persecución de una mariposa de Cachemira, mostrando la hermosura de sus formas al dejar flotar su túnica al viento, bajo la ávida mirada de Aubrey que así olvidaba las letras que acababa de descifrar en una tablilla medio borrada. A veces, sus trenzas relucían a los rayos del sol con un brillo sumamente delicado, cambiando rápidamente de matices, pudiendo ello haber sido la excusa del olvido del joven anticuario que dejaba huir de su mente el objeto que antes había creído de capital importancia para la debida interpretación de un pasaje de Pausanias. Pero, ¿por qué intentar describir unos encantos que todo el mundo veía, mas nadie podía apreciar?

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