Mira que había oído hablar de este libro y nunca me animaba a leerlo. Me costó encontrarlo en la biblioteca y en el ejemplar que conseguí se iban soltando algunos pliegos. Pero ha merecido la pena ¡Menudo libro!
Se trata de las memorias del autor en los primeros años del siglo XX. Ignoro si son escritas a posteriori, rememorando, o en el momento. Como mínimo unos buenos apuntes tendría porque las anécdotas y el fresco de la época parece pintado al momento. Estamos hablando de la época de Valle-Inclán, del influjo de Rubén Darío, de los comienzos de Juan Ramón Jiménez o Gómez de la Serna. Todos estos personajes aparecen en estas páginas, en zapatillas, ya que muchos ni siquiera eran famosos.
Y aunque comencé a leerlo por esos nombres el libro me ha ganado por lo contrario, por aquellos que no alcanzaron la fama pero que el autor retrata con tanto cariño y tan buen ojo que sigues sus aventuras como si de una novela se tratara. Todos existen, gracias a internet he podido saber un poquito más de todos ellos.
Hay otras dos partes iguales de difíciles de conseguir, pero me ha gustado tanto que aunque hace cuatro años que no compro libros, los voy a pedir para mi cumpleaños.
Muy recomendable.
Encuentros
Yo vivía enteramente para la Literatura. Mi tío me había dejado ya por imposible y no me buscaba nuevas colocaciones para toda la vida.
-Él es un literato, ¿sabe usted? -decía zumbón-, ¡No se trata más que con literatos!… A los demás nos desprecia…
Y tenía razón. Todas mis amistades eran literarias. Y miraba con desdén a todo el que no era literato, y, por tanto, capaz de comprenderme. Eran el vulgo, enemigo por instinto del poeta, eran los señores gordos y prosaicos, por el estilo de mi tío y del viejo Nakens, que sólo hablaban de política y del precio de las subsistencias. ¡Horror!
Yo era un joven raro y soñador, que apenas hablaba en casa y reservaba su efusión para las reuniones literarias en casa de Villaespesa, en el sanatorio de Juan Ramón o en los cafés. Salía de casa en la tarde, ya oscurecido -como los murciélagos, comentaba mi tío-, y vagaba sin rumbo, entre la muchedumbre de individuos vulgares, con el íntimo orgullo de ser un literato, un elegido, captando sensaciones o tipos para argumentos de futuras novelas. El mundo era mío y la humanidad se había creado para que yo escribiese sus vidas oscuras y las iluminase con mi genio. Caminaba altivo, desdeñoso, sin fijarme en las mujeres que me miraban, atraídas por mi juventud, y con una sonrisa de desprecio para los hombres elegantes y ricos, que no eran literatos y bajo cuyos sombreros no se albergaban sueños magníficos como los míos. A veces, sin embargo, una gran tristeza descendía sobre mi alma; una tristeza juvenil, sin causa ni objeto, una tristeza exquisita y torturante, como la de Juan Ramón.
Pero no tardaba en venir algún encuentro grato a cortar esos estados de melancolía juvenil. Alguna figura conocida surgía ante mí de entre la muchedumbre vulgar y me saludaba y me cogía del brazo, y seguía andando conmigo, rimando con el mío su paso indolente y lento como un verso largo.
En la calle Fuencarral eran Bargiela o Isaac Muñoz los que de pronto se incorporaban a mí. Bargiela, con su chambergo, su chalina, su chaqueta de pana y sus grandes bigotes retorcidos, como un pintor de Montmartre -según la frase de Manuel Machado-, me hablaba con su voz galaica, cantarína y monótona, como la prosa de Valle-Inclán, de sus planes literarios, y me exponía argumentos de novelas que nunca escribiría.
-Es igual -decía-, ¿para qué escribir?… La mejor página es la que no se ha escrito… Y además…, ¿a qué escribir para estos señores vulgares y estas señoritas cursis que ni nos comprenden ni nos leen? Eso es perder el tiempo…, sencillamente, como dice Villaespesa… Villaespesa es un iluso… ¿Para qué escribe?… Para que le tomen el pelo… Yo prefiero pasear, charlar con un amigo, escribir mis libros en el aire…, lanzarlos como pompas de jabón o bocanadas de humo… Estamos rodeados de cretinos… Ya lo ve usted…, una gente monótona, que camina maquinalmente como las hormigas procesionarias… Es el rebaño de Panurgo…, siempre adelante y siempre en el mismo sitio… La vida es tediosa, aburrida como esta interminable calle de Fuencarral… La costumbre, la rutina es lo que mueve a toda esta manada de imbéciles que se reproducen también por rutina… ¿Para qué procrea esta gente?… Yo cuando veo una mujer preñada siento ganas de rajarle el vientre…, comprendo al destripador… ¡Señora!, ¿no se ha enterado usted todavía de que la vida es una cosa absurda?… ¿No ha leído usted a Malthus ni a Schopenhauer?… Pero más vale que no los hayan leído… porque, después de todo, esta humanidad es pintoresca y divertida… ¿De qué iban a vivir si no los caricaturistas y los autores festivos?…
Y de pronto: -¿No le parece a usted que vamos formando un largo e interminable cortejo fúnebre…, el de las ilusiones de cada día?… ¡Vaya!, por fin, llegamos a la Puerta del Sol… ¡Al cementerio!…
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