Nona Fernández. Mapocho.

octubre 8, 2021

Nona Fernández, Mapocho
Minúscula, 2020. 244 páginas.

La protagonista de este libro recoge la suciedad que arrastra el río Mapocho, los cadáveres olvidados, su propia miseria y la nostalgia de lo que no existió y escribe una historia en la que se mezcla la huída, la muerte, el incesto y el lado oscuro de Chile.

La autora, cuando quiere, se descuelga con páginas brillantes a la vez que poderosas. Pero como novela no me acaba de funcionar, demasiadas vueltas sobre lo mismo y -aunque esto ya es personal- desde el principio adivinaba el juego que se proponía, la situación de la protagonista y la identidad de Fausto.

Pero los -para mí- defectos no quitan para que sea un buen libro, que lo es, y que lo he disfrutado mucho. La mezcla de episodios históricos con la de la familia de la protagonista, ese Mapocho omnipresente que lleva la suciedad de un Chile castigado por la historia y la violencia.

Recomendable.


Pero el diablo es el diablo, no puede ir contra su sombra. Dicen que un día, al cabo de unos años, las niñas se estaban bañando desnudas en un arroyo cuando su padre las divisó en las claras aguas. Dicen que nunca las había visto así, salvo cuando eran muy chicas y su madre les limpiaba el poto cagado o les cambiaba la ropa. Dicen que sus cachos de diablo se le pararon en el acto, su cola se le erizó ante la visión de las nínfulas. Sus pechos rosados y puros ya reventarían, sus pubis comenzaban a teñirse de vellos oscuros. Los cabellos largos, humedecidos por el agua, cubriendo sus hombros, mezclándose con sus pezones, con sus ombligos. Ángeles. Un pedazo de cielo en el arroyo de la Chimba.
Dicen que el diablo no pudo evitarlo y se lanzó al agua con ellas. Las niñas se asustaron al verlo desnudo y lloraron, pero él las tranquilizó a punta de besos y caricias. El papi se va a bañar con ustedes, no hay nada de malo en eso, no hay nada cochino en que las toque, en que les bese sus pechitos, sus guatitas, sus potitos. No hay nada sucio en que yo les chupe estos pelitos nuevos que les están saliendo. Ven que es rico. Ven cómo les da risa. Y las niñas reían divertidas y se abrían de piernas mientras él palpaba con sus dedos de diablo el par de clítoris recién estrenados. Las envolvía con su cola y las lamía con su lengua de serpiente. Probó el gusto de sus pieles celestiales, reconoció el olor del paraíso en sus cabellos rizados. Dicen que lloró de puro gusto y nostalgia. A través de esos cuerpitos volvió al Edén, al real, no a esa copia que era la Chimba. Se sintió restituido, otra vez ángel, como sus hijas, ese par de querubines que no eran más que una escalera hacia arriba, un
trampolín con destino definitivo. Y tomó el diablo a cada una de la cintura y se las montó encima. Al comienzo con i nielado, y luego con desenfreno. Una primero, otra después. V luego nuevamente la primera, y luego la segunda. Y así i.unas veces quiso, porque cada arremetida era un escalón más alto, un nuevo paso hacia adelante, una zancada certe-i .1 rumbo al cielo perdido.
Pero algunos dicen que esta escena no es cierta. Que todo no pasó de ser una fantasía de su cabeza diabólica. Dicen que en cuanto vio a sus hijas en el arroyo y sintió que los pelos y todo el cuerpo se le paraban, reconoció sus impulsos pecadores y se reprimió por completo. Dicen que supo reconocer de inmediato la prueba divina. Dicen que en el acto partió de la Chimba y se alejó de sus tentaciones. Se mantuvo ocupado en la ciudad. Volvió a ser el mismo diablo loco y colérico de siempre. Reuniones, ejecuciones, planificaciones. Mandó a construir un monasterio para aminorar sus culpas y darse un nuevo empujón al paraíso. El monasterio del Carmen de San Rafael de la Chimba. Cuando estuvo listo, sus hijas fueron ordenadas monjas por designio de su padre, e ingresaron de por vida al claustro. Con ellas encerradas en sus celdas estaría seguro. La prueba divina había sido superada y quizá la calma volviera a su corazón.

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