Seix Barral, 2012. 234 páginas.
Tras la caída de Lehman Brothers el mundo entró en crisis. Marco es despedido de su trabajo y comenzará una espiral descendente que lo llevará al arte callejero y a manifestarse con vehemencia en la calle mientras su vida personal desaparece.
Las 180 primeras páginas, donde se presenta al protagonista, su madre que está obsesionada con que sea artista y su novia con la que se lleva de aquella manera, me resultaron tremendamente aburridas. Lo que le pasara a esos personajes no me importaba lo más mínimo. Y no veía el tema de la crisis por ningún lado.
De repente se anima la cosa, Marco se lanza a la calle a hacer grafitis, contacta con tres almas perdidas que lo arrastran a enfrentamientos con la policía, convierten su piso en una extraña comuna y por fin la novela no sólo se anima un poco sino que su contexto de crisis económica tiene por fin sentido.
Pero en las apenas 50 páginas que quedan solo da tiempo a encadenar unas cuantas escenas que se van haciendo más truculentas y cerrar historias deprisa y corriendo. Personalmente me ha parecido muy descompensada, con fragmentos que están muy bien en medio de una sopa insulsa.
Se deja leer.
Yo soy un humanista, dijo Lerdo-barbas-electricista-estudiante-de-letras, creo en la capacidad del ser humano para dirigir su propia vida en armonía con los demás y con el entorno, creo en la energía inmensa de la asociación frente al individuo, y a diferencia de mi colega —dijo codeando al desgarbado— sé que el monstruo es demasiado poderoso, demasiado voraz y demasiado astuto, y también sé que nadie ni nada podrá detenerlo jamás. Pero aunque no haya ninguna esperanza no voy a quedarme en casa esperando a que vengan a buscarme, al menos déjame que me entretenga quemando alguna cosa, yo no tengo tu talento, yo no sé dibujar muñequitos que ablanden los corazones.
Después presumieron de persecución y antecedentes policiales. Utilizando jerga batasuna, hablaron de liberados y comandos, no les alcanzaban los medios para convertirse en GRAPO, así que se conformaban con sofocar su vocación terrorista sirviendo de ariete en algunas algaradas, reventando asambleas sindicales, etcétera.
La propuesta que te traía, dijo el desgarbado, es que te unas a nosotros, tu historia es la misma que la nuestra, tu guerra es nuestra guerra pero ninguno tiene tu talento, esos dibujos tuyos harán que mucha gente abra los ojos, ¿eh?, qué me dices. El desgarbado y el de barbas miraron a Marco, mudo, que al rato preguntó:
—¿Y Alicia?
Sonrieron, lo despeinaron como a un chiquillo, el de barbas bajó a comprar cerveza.
A partir de ese día las visitas fueron frecuentes. La casa de Marco se convirtió en el piso franco del Comité, como el escenario de una de esas obras insoportables de Jean-Paul Sartre.
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