Ediciones la Uña Rota, 2015. 174 páginas.
Llegué a este libro a partir de un texto publicado en la revista Primer acto, que hablaba acerca de una profesora de literatura que animaba a leer porque si no, al crecer, no tienes conversación después de follar.
Empecé el libro con prevención, porque en el prólogo se comentaba una acción-performance que consistía en que los espectadores entraban en una sala, se les daba un fancine para leer y a correr. No es que me quedara muy impresionado.
Sin embargo los textos del libro son oro puro. Pequeñas historias reflexivas donde prima el amor, la soledad y el sexo. Caldo concentrado de emociones. Tan bien escrito que me hubiera gustado subrayar cada página. Tanto me ha gustado que me da pena devolverlo a la biblioteca.
Un libro más que pasará desapercibido entre la maraña habitual de novedades pero que contiene literatura de la buena, de la que perdura en la cabeza y perdurará. Muy bueno.
Me ha costado seleccionar un fragmento, este no es representativo del tono general de la obra pero me ha gustado mucho.
He estado leyendo el último verso que escribió Raymond Carver y me ha hecho pensar bastante. Nos pasamos la vida pensando en lo mismo. Uno pasa la vida entera necesitando ser amado. La mayoría de las personas que hemos pasado una infancia maravillosa, queremos volver a ella imperiosamente. Los que hemos pasado una infancia maravillosa nos pasamos el resto de nuestra vida deseando volver a ser amados. Se nos nota en la cara, es algo sutil. Está un poco en la forma de mirar, y otro poco en la forma de explicar las cosas. El problema, el verdadero problema, es que los que durante su infancia lo han pasado mal, los que no han sido amados antes, en definitiva, lo que se conoce como pasarlo mal, estos, sólo tienen un deseo imperioso que va por delante de todos los deseos: el deseo de crecer cuanto antes y empezar a dominar todo lo que no han dominado hasta el momento. Todos estos necesitan dominar. Han sufrido tanto y de tal forma que les aterra la posibilidad de volver a la infancia, volver a la posibilidad de no dominar. Mientras tanto, nosotros, los que tan sólo queremos que nos amen, estamos viéndolas venir: disfrutando de nuestra propia mentira. Y por eso las cosas funcionan como funcionan, de la forma más perversa posible. Los que han vivido una infancia terrorífica nos dominan. Nos tienen, lo que se dice, absolutamente controlados. Hacen de nosotros lo que quieren. Porque nosotros, los que hemos pasado una infancia maravillosa, estamos, en definitiva, completamente abandonados a la idea del amor. Y más concretamente, y según pasan los años, nos abandonamos de forma completa a la idea del desamor. Cuando estamos dentro de la idea del amor, cuando ya hemos conseguido que una persona nos ame, que es en definitiva lo único que queremos, sólo entonces empezamos a ver lo terrorífico que puede ser el desamor, y nos convertimos en personas absolutamente obsesionadas y, en definitiva, absolutamente enloquecidas con la idea de perder lo conseguido. Y se nos van los días, se nos va la vida entera temiendo la desaparición del amor. Y mientras esto pasa, mientras nosotros hablamos, masticamos, veneramos, dormimos, decoramos, follamos, enfermamos y exigimos, y mientras esto pasa, estos otros nos odian absolutamente y se pasan la vida dominándonos. No te fíes nunca del presidente de tu país. No te fíes nunca de tu jefe. No te fíes nunca de un policía. No te fíes nunca del presidente de tu escalera. No te fíes nunca de un director de algo. No te fíes nunca de una persona que pretende autoridad. No te fíes nunca de ellos porque nos odian; odian a la gente como nosotros que caminamos como ciegos necesitando ser amados.
Pero lo más importante de todo es que, a nosotros, los que hemos pasado una infancia maravillosa, todo esto nos da completamente igual. Nos pasamos la vida buscando a alguien que nos descoloque con su personalidad sorprendente. La vida buscando algo que nos conmueva. Nos pasamos la vida intentando leer algo que nos abrume. La vida entera intentando estar tranquilos. La vida entera intentando buscar la belleza o lo que quede de ella o lo que nos imaginemos que sea la
belleza. Y te digo, definitivamente, que yo sólo quiero que alguien me ame y que, cuando esté a punto de morir, saber que alguien, sólo una persona de las siete mil millones de personas que hay en el mundo, sólo quiero, digo, que alguien me haya amado de verdad.
Esta misma idea, la necesidad de ser amado, supera nuestra propia muerte. Esta idea supera el infierno y el paraíso. Esta idea supera la misma idea de Dios. Esta necesidad de salir a la calle, de ser recordado, de construir una historia propia, de ser amado es, en definitiva, la voluntad de no morir nunca.
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https://www.jotdown.es/2020/05/el-sol-de-la-infancia/