Un libro con este título, que hace referencia a uno de los mayores engaños publicitarios para niños, ya resulta atrayente. Si te lo recomiendan en una página amiga, todavía más. Aunque el texto de la contraportada no inspire mucha confianza.
En la ciudad de Sierpe, nacida de las ruinas del motín de un presidio, se entrecruzan las vidas de personajes curiosos, que interactúan con la realidad -con la nuestra- y con esa otra realidad que son los iconos pop. Relatos que nos hablan de concursantes de Identity, presos amotinados, extrañas drogas, gitanos que hablan en roman palatino, antropólogos extraviados, asesinos en serie, psiquiatras que se masajean los huevos, dramaturgos omniscientes, el World of warcraft y el nihilismo como guía.
En alguna ocasión me he quejado de algunos libros patrios de ánimo provocador pero con poca sustancia narrativa. Con pocas ideas. Óscar Gual tiene muchas, e iguales ganas de experimentar. El resultado es desigual, a veces fallido, pero en conjunto tiene una potencia admirable, y la ambición de crear todo un universo narrativo en las pocas páginas de la novela.
Lo he disfrutado de principio a fin. Ese fin.
Porque allí dentro, en su cavidad craneal, Mickey es el camello exclusivo de sopa-S, una nueva droga aparecida en la ciudad cuyos efectos son incontrolables. A algunas jugosas adolescentes que se atreven a probarla les da por abalanzarse lascivamente sobre el primero que encuentran. Mickey está testando la mercancía con la Lore, hija de un madero que se la tiene jurada. Un caudaloso río de saliva mana y se reseca nada más salir de la boca de Mickey, y continúa inflando un grueso anillo blanquecino alrededor de sus labios, sobre todo en las comisuras. Por su parte Vincent está siendo testigo de cómo funciona por dentro la televisión, de todos sus mecanismos y entresijos, pues ha sido seleccionado para participar en un concurso televisivo como ha soñado desde niño. Se cubre los ojos para no cegarse con los cuatro enormes focos azulados que barren el plato y sonríe al pensar que está frente a su gran oportunidad de hacerse rico. No se puede decir que la sintonía del programa sea una excelsa composición pero al menos es pegadiza. Su papel en el concurso consiste en asesorar a su hermano, el concursante principal. «¡Juguemos!», dice un auténtico espectáculo de presentador.
Ante tal desolador panorama, Cuzco murmura varios insultos y decide abreviar el final de la historia. La vieja asegura que quien nace un veintidós de mayo bajo la luna llena de Sierpe está condenado. El venido al mundo bajo la misma conjunción astral que se dio en aquella lejana noche del motín queda expuesto a distorsiones espirituales, a perturbaciones en los rasgos que lo identifican como individuo. Es lo que dice la vieja, más o menos. Conflictos entre varías conciencias morando un mismo organismo. Y todo ello a causa de la aberración perpetrada entonces, en el vórtice de una historia que se expande hasta nuestros días, cuando alguien cayó lo más bajo que puede caer un ser humano: traicionó a sus propios compañeros de trinchera. Esa mezquindad es lo realmente importante de todo lo que sucedió. Una traición que los confundió a todos, convertidos en espantajos a merced de un ejército sediento de sangre, y corrompió sus almas, su única posesión allí dentro. Una traición que borró su personalidad, forjada tras miles de horas de encierro, pues dejaron de ser hombres para convertirse en ganado. Su desesperación fue su propia tumba. Y la vieja dice que los nacidos bajo ese signo acarrearán su misma confusión psíquica, y se estremecerán al contemplar sin velo los límites de la identidad.
Mudar la piel.
En el candente interior del Escort confluyen tres niveles exis-tenciales distintos que intercambian información entre ellos a través de un humeante papel de aluminio con estructura reforzada. Ese constante fluir bidireccional de datos entre dichos planos de existencia se ve interrumpido por un millón de golpes, gritos y repiqueteos en la parte inferior de la carrocería del coche. Cuzco gira esforzadamente la manivela que desciende su ventanilla y ríe al ver a sus dos retoños llamándole porque el Enterrador se juega el cinturón de campeón contra Rick Flair. Dos réplicas exactas de su padre que muestran sendos profundos, negros y empapados ombligos a través de sendos batines desabrochados. Cuzco los contempla orgulloso: uno arrastra un cordel atado al cuello de un maltrecho y veterano gallo mientras otro tira de una cadena para perros que maniata a un pequeño y desorientado chimpancé con sombrero negro. Antes de regresar con su familia, Cuzco se gira para preguntar: «¿Sus deleitó?». Mickey deja por un momento de explicarle paternalmente a la Lore cómo ingerir tan delicado material, orienta la salida de su canal de transmisión hacia la realidad que sucede dentro del coche de su colega y envía a través de ese canal el siguiente mensaje: «Cojonuda», para volver inmediatamente a sus excitantes asuntos.
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