Alfaguara, 1990. 242 páginas.
Tit. or. The mezzanine. Trad. Miguel Martínez-Lage.
Un hecho tan banal como la rotura de los cordones de los zapatos impulsan al protagonista a comprar unos nuevos en el descanso del almuerzo y, mientras sube por las escaleras mecánicas, irá reflexionando acerca de diferentes comportamientos cotidianos.
Las elucubraciones sobre asuntos tan inanes como la apertura de los cartones de leche, los que limpian el pomo de las escaleras mecánicas o las diferentes clases de champú me han interesado cero. Se me ha hecho eterno porque he sido incapaz de encontrar nada no ya interesante, sino mínimamente legible.
Usa y abusa del recurso de los pies de página interminables. Las 10 primeras veces que vi este recurso me hizo gracia, la número 40 me da urticaria. Sobre todo cuando el pie es sólo una digresión acerca de otro tema tan aburrido como aquel del que parte.
La consideran un prodigio de humor e inteligencia y no sólo no he sonreído ni una sola vez sino que tampoco he encontrado nada mínimamente inteligente. Pero no me hagan caso, dos personas de solvencia contrastada me la recomendaron, así que puedo ser yo el que tiene las gafas empañadas y no le ve la gracia.
No me ha gustado nada.
Las propias toallas de papel eran de la mejor clase que se pueda imaginar: tendrían unos treinta centímetros de ancho, estaban plegadas formando ondulaciones, eran blancas y contaban con dos pliegues que facilitaban sobremanera su extracción de la oquedad —hasta el punto de que era un honor utilizarlas. Dado que el coste del papel se ha incrementado una barbaridad a lo largo de esta última década, algunas empresas que en tiempos utilizaban estas amplias toallas han optado por instalar un adaptador en el interior de la máquina dispensadora que permite expender toallas más pequeñas y, por tanto, más baratas. Otros encargados de las instalaciones se ha manifestado más radicales aún, instalando exactamente al lado de la ciudad fantasma en que ha terminado por convertirse la máquina dispensadora de acero pulido, otro mecanismo que va equipado con una pequeña palanca, como una máquina tragaperras, de la cual hay que tirar incluso cuatro veces hasta que avance el rollo de papel, total para obtener un trozo aceptable de áspero papel marrón que se desgarra sobre una hilera de dientes metálicos con un satisfactorio sonido. Otra versión de esta máquina sustitutoria es la que va equipada con una manivela rotatoria que gira calculadamente a muy escasa velocidad y con una amplitud de giro mínima: confían que uno se harte bien pronto de darle a la manivela y utilice así menos papel. En la zona más baja de la tabla clasificatoria, sin embargo, aunque en tiempos (de pequeño) me pareciera un símbolo emocionante del futurismo y del progreso, está la máquina en la cual la enfermedad es un riesgo, el secador que funciona con un chorro de aire caliente. Ahora ya no se encuentra solamente en los restaurantes de las autopistas, sino también en los servicios de los Wendy’s, los MacDonalds, los Howard Johnson y otras grandes cadenas. Lo que se diría que han hecho, al menos durante un breve período —me refiero a los sin duda bienintencionados pero en el fondo engañados directores y responsables de haber calculado defectuosamente el coste de los cuartos de baño dentro de estas cadenas, es decir, hipnotizados por la cháchara de los vendedores de aparatos de aire caliente— ha sido sencillamente arrancar de cuajo los dispensadores de toallas de papel, instalar infinidad de aparatos de aire caliente y después desmantelar todas las papeleras. Lo que llenaban las papeleras eran las toallas de papel; en los restaurantes ya no se ofrecen toallas de papel al usuario, ergo ya no existe la necesidad de pagar a buena parte del personal por vaciar las papeleras. Ahora bien, al desmantelar las papeleras han retirado la única excusa, la excusa inaplazable que invitaba a los miembros del personal a cerciorarse de que el cuarto de baño estaba en condiciones al menos una vez durante cada turno, a raíz de lo cual los cuartos de baño han terminado por convertirse en basureros. Entretanto, habrá que hacerse una pregunta: ¿están los clientes de veras contentos con los aparatos de aire caliente?
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