Dos historias que se cruzan, una más o menos real, otra narrada y menos o más cierta. El mundo de la prostitución, tesoros fantásticos, trapicheo, perseguidos y perseguidores y crímenes en calles oscuras.
Montero escribe con frases que son pepitas de oro. Y narrativamente la mezcla de una historia que se cuenta mientras otra se narra es interesante. A mitad del libro opinaba que no se puede construir una novela con pepitas de oro, que hace falta algo más. Pero finalmente, y aún con algún reparo, me convenció de que sí, de que se pueden tejer historias con hilo de oro.
Recomendable.
Por las películas sabemos que les arrancaron de sus hogares a golpe de látigo y también que sellaron sus negros culos con hierro candente. Aaaaaagh. Pero lo que quizá haya que recordar es que se trató de un ejercicio más de la historia, un movimiento continental que puso nerviosas a las bolsas de valores y que desató la especulación. El esclavismo tiene su fundamento en la máxima fenicia de la poca inversión y los altos rendimientos. Y así, los navíos zarpaban de la Gran Bretaña al continente africano con las bodegas cargadas de remiendos, vidrios de colores y armamento deteriorado, basuras de guerra que los caciques africanos recibían a cambio de carne negra. A espaldas de Hércules, el valor de cambio dejaba de existir en las costas africanas y lo que se llevaba era el trueque.
No podemos echar serrín sobre la sangre del recuerdo, como tampoco podemos olvidar que los caciques, negros también, entregaban los cargamentos de esclavos al hombre blanco a cambio de telas zurcidas, canicas de colores y fusiles para seguir cazando hermanos. Pero eso fue hace muchos años, tantos que ninguno de nosotros había nacido. Al día de hoy, la tierra con sus giros de progreso ha conseguido que los esclavos paguen por ser esclavos. Y huyen de sus países o les echan las guerras y las hambres. Y sienten la noche metida en la patera cuando atraviesan el Estrecho. Los hemos visto llegar. Llevan los labios prietos y llenos de juramentos. No los despegan, pues guardan su beso más negro para esta vieja puta que llaman Europa y que les recibe con las piernas abiertas y el coño plagado de ladillas. Mírenlos. Cuando se quieran dar cuenta, ya será tarde para cagarse en Hércules y en la sagrada forma, en Adam Smith y en la zorra que parió al barquero, pues se sabe los repentes de la mar y no se arrima a la costa y por gestos les explica que hay roces y que la planeadora encalla y que el motor se le hace cisco, el hijo de puta. Aunque los tripulantes hablen otra lengua, comprenden el lenguaje del miedo. Que no teman, que hacen pie, les dice el barquero con una seguridad impostada. Si esto es posible, premio: una lata de galletas y una manta. Mírenlos, pasando por encima de los cadáveres que les sirven de puente, y todo para conseguir un puesto en la cola del cometa del Instituto Nacional de Empleo. Ahora miren al otro lado, asociaciones en pro del mestizaje, oenegés y torcidas entidades de derechos humanos que se aproximan para salir en la foto. Pónganse cómodos, parecen decir a los recién llegados, bienvenidos al coño de esta vieja puta que se deja tascar los bajos fétidos y que no pone reparos a nadie que quiera emplearse a fondo en limpiar el semen rancio de la historia. Ustedes no vienen a trabajar, no se confundan, ustedes vienen a dar trabajo, a pagar todas las deudas de este país que les recibe. Al igual que un cáncer es bendecido por un médico, pues significa encargo y pan, esta carne amontonada en las pateras significa trabajo para toda una red de profesionales como son los abogados, los médicos, los forenses, los fiscales, los ministros, la oposición política y los camioneros, pues a ver si no quién cojones los traslada. Por todo lo dicho, el inmigrante no quita trabajo, no se confundan, lo trae. Trabajo del que se benefician aquellos que, debido a nuevas extensiones del lenguaje, al moro con dinero lo denominan árabe.
Toda época produce lo que requiere. Y esta época requiere más esclavos que ninguna otra. Y llegan pidiendo una protección de papel que los ministerios gestionan. Por otro lado, y para justificar la justicia, España, que es lugar estratégico en la cosa del negocio, blinda sus fronteras. Esto ocurrió el otro día con no sé cuántos millones para poner alambradas y radares y números de la policía. Por un lado España se cierra, mientras que por el otro sigue dejando abiertos los agujeros por donde se escurre la riqueza que el país genera. Por culpa de esta doble contabilidad cada vez sale más caro cruzar el Estrecho. Y cientos de subsaharianos, ahora llaman así a los negros por las ya citadas acepciones lingüísticas, y cientos de subsaharianos abrasan las calles más retorcidas de Tánger; andan a la espera de que salga su número, como en la carnicería. Mientras, para hacer tiempo y dinero, se alquilan por horas en pensiones de la Medina, donde un recepcionista escucha con las orejas bien abiertas los gemidos del amor encubierto. En las habitaciones de arriba, extranjeros varicosos lloran, tiritan y se regodean cuando son embestidos por la rabia de otra piel. Es aquí donde encuentra su revancha la maldición bíblica de Noé contra los hijos de Caín, que quedaron negros por los siglos de los siglos, amén. Cada vez están más cerca de que salga su número, de pisar la costa que divisan. El contorno de una Europa libre, donde lo único libre son los precios. Y ahora quedémonos aquí, mirando la costa que nos mira. Es la tarde en que comienza la feria y la botella de chiclanero va más que mediada. Estamos en la terraza del Nata y la jefa de Los Gurriatos tiene las mejillas igual a dos pasteles de sebo. Acaricia su pequinés y piensa que sería maravilloso inventar un espejo con el que una se pudiera trasladar allí donde quisiera con sólo traspasarlo. De tal forma que, si refleja una postal de La Habana con su papaya y mango fresco y sus mulatonas, piensa la Patro, de tal forma que atravesando el espejo una se pueda plantar allí mismo. Sería genial, rumia la Patro. Y todavía va más allá, o mejor, más acá. Piensa que si el espejo se pone en la costa extranjera, su reflejo dibujará nuestra costa y que, con sólo traspasarlo, los inmigrantes se ahorrarían la mar oscura, esa puta que primero los devora y luego los vomita. La Patro sabía que eso era imposible, pero que una cosa fuera imposible no le parecía suficiente para dejar de comprarla. La Patro pensaba en estas cosas, pues su cerebro creaba pensamientos al igual que el estómago crea negras digestiones. Y de esta forma, los vapores etílicos del chiclanero elevaban sus pensamientos igual que las escobas elevan a las brujas. El aire olía a odio fermentado y el perrito enseñó sus dientes de rata y ladró a la Duquesa, que venía con los ojos de verbena.
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