Mónica Ojeda. Chamanes eléctricos en la fiesta del sol.

julio 24, 2024

Mónica Ojeda, Chamanes eléctricos en la fiesta del sol
Penguin Random House, 2024. 288 páginas.

Dos amigas se escapan de su casa para asistir al festival Ruido Solar. Una de ellas quiere ir a ver a su padre, que la abandonó de pequeña. Allí se encuentran con un grupo de amigos, con la experiencia mística del baile, con el Poeta, y Noa, en especial, se encontrará con sus raíces chamánicas.

Sigo a Mónica Ojeda desde que leí Nefando y el otro día pude asistir a un club de lectura con la presencia de la autora, en el que pude hablar de todos los temas que me dejó la lectura del libro. El libro gira en torno al miedo del abandono, pero si el eje principal es el padre que se desentiende de su hija -y las partes del padre están excelentemente escritas- a mí me gustó más la trama secundaria en la que una de las voces narradoras, Nicole, la que no entra en el juego de éxtasis en el que entran los demás, también siente el miedo al abandono por parte de su amiga.

Hay muchos otros ejes. La coralidad de la narración, donde todo el grupo narra las cosas desde su punto de vista, menos el de Noa, que es el núcleo. El tiempo desarticulado, concreto pero en un calendario extraño y con dos momentos temporales diferentes que son a la vez simultáneos. La presencia de la música, el baile y las drogas. Los desaparecidos. El chamanismo. La violencia en las ciudades.

Todo eso, aunque parezca mentira, se combina en un cóctel que tiene los ingredientes justos y que sabe a gloria. También tiene efectos psicoactivos, tengan cuidado.

Muy bueno.

Un sonido contranatura da razones escondidas, eso se sabe.
Caminando de vuelta al festival la Noa me agarró de la mano, solo que yo se la quité. No teníamos confianza y se sintió incómodo. Inhumano se sintió, como la pata de aquella yegua condenada. Los dos íbamos abrazados a nuestros propios diablos y el mío pensaba en lo que había visto y oído. En si era un invento o una realidad. En la voz estrangulada de la Noa. En lo oscuro de antes y después del relámpago.
Anduvimos en silencio hasta que ella me preguntó si me creía capaz de amar con fuerza. De la nada me soltó esa pregunta extraña y yo me obligué a contestarle que sí. Ni tiempo de pensar tuve, pero fue lo fácil de responder para una cabeza de diablo quemada por el sol.
Le dije: yo comprendo ese amor malvado que impulsa todas las cosas buenas. Y ella me sonrió chueco.
No me dijo más, solo que de pronto me vi meditando en el universo enterito que se toca y se fusiona. La danza solar ama fuerte, pensé: pinta las plantas, pinta los zorros. Nomás que los zorros se comen a las plantas y la tierra se come a los zorros. Nomás que el sol incendia la tierra y la tierra se traga a los hombres. No hay amor fuerte sin su lado torcido, es así. Uno quiere lo eterno y lo que tenemos es el baile: un momentito contaminado de lo bueno y lo malicioso, un segundito de arrejuntarse a los que se mueven como uno.
Le dije: uno ama fuerte lo que va a morirse, es algo que se sabe. Uno baila para que su amor no sea débil frente a la muerte.
Al llegar al Ruido me bebí tres puntas y me entregué al tayta. De rodillas caí y borracho le rogué que me arrancara la soledad. El resto bailaba música levantamuertos, pero en la montaña yo andaba solo, sin poder amar fuerte. Me dio miedo eso: jamás amar con la fuerza de la ira en mí. Entonces una mano me sostuvo la cara y vi al yachak mirándome de cerquita en medio de la fiesta. Sentí mi lengua volverse hielo seco. Así fue hasta que él me puso la máscara del Diabluma y la lengua me ardió.

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