Destino, 2003. 704 páginas.
Tit. or. Jurnal. Trad. Joaquín Garrigós.
Después de leer Desde hace dos mil años busqué otras obras del autor y encontré estos diarios, escritos en Rumanía de 1935 a 1944, unas fechas históricas. ¿Qué puede decirnos el diario de un escritor judío en una época en la que serlo era casi una sentencia de muerte? Muchas cosas interesantes.
Los primeros años son simplemente el diario de un escritor que se debate entre sus amores, la falta crónica de dinero, los problemas para representar sus obras, una vida con sus incomodidades que no pueden prever lo que vendrá después. Una vez comenzada la guerra las cosas cambian. Tiene que llevar la estrella amarilla, hacer trabajos de quitar nieve, pagar unos impuestos por ser judío, sobrevivir, en fin de cualquier manera. Por suerte no fue llevado a ningún campo de concentración y, pese a vivir unas circunstancias terribles, logró sobrevivir.
Acabada la guerra fue rehabilitado (antes tenía que escribir textos y traducciones firmadas con el nombre de amigos), pero su destino fue trágico. Le atropelló un camión ruso. El destino tiene estas ironías literarias. Sobrevivir a los nazis que te quieren matar y que te maten los rusos que te acaban de liberar.
Lo he leído como si fuera una novela, invadido de una extraña empatía porque sabes que el protagonista no es un personaje y además, desde que empieza el libro, sabes cual va a ser su fin.
Muy recomendable.
Domingo, 21 de mayo
Lo terrible de mi situación de soldado no es el cansancio físico ni la degradación moral. Tendría que perder mi dignidad de hombre para que una vida tal me pareciese soportable. Cualquiera, quienquiera que sea, mi portero, el último barrendero, el último aprendiz de una tienda, es más de lo que soy yo con este uniforme que, en el mejor de los casos, inspira compasión.
Hasta el viernes pasado no entré de modo efectivo en el ejército pero es como si desde entonces hubiesen pasado diez días. ¡Qué largo, qué terriblemente largo es un día que empieza a las cuatro de la mañana, con el sol! Y, sobre todo, qué interminable es ese día cuando uno se lo pasa en el campo de instrucción corriendo, arrastrándose por el suelo, saltando, tomando al asalto objetivos imaginarios para luego caer, en los minutos de descanso, en una especie de embrutecimiento del que no hay manera de despertarse.
El viernes por la noche volví a casa y, al ver mi habitación blanca, mi baño resplandeciendo de aseado, la cama limpia, la terraza, la biblioteca y la luz, me pareció que volvía de una existencia infernal, de topo, a una vida superior, digna, libre y fastuosa.
Me digo que millones de hombres, decenas, cientos de millones de hombres viven con toda normalidad en estas condiciones de existencia que a mí se me antojan infames, en medio de la suciedad, de la promiscuidad, de la miseria física y moral, extenuados, hambrientos y cubiertos de andrajos, y también me digo que no está mal conocer, siquiera en una concentración de reservistas, una suerte tal que, si bien a uno no lo vuelve mejor, por lo menos sí lo vuelve más escéptico, menos seguro de sí mismo y más modesto.
Estoy empezando a entender por qué los pobres no pueden hacer la revolución. La degradación física destruye los recursos de la dignidad. La revolución es un lujo.
Jueves, 25 de mayo
Siempre he sabido, hasta lo más hondo de mi corazón, que habría muerto gustoso por apresurar siquiera una fracción de milímetro el derrumbamiento de Alemania. Alemania se ha derrumbado y yo estoy vivo. ¿Puedo pedir más? ¡Han muerto tantos hombres sin ver con sus propios ojos la caída de la bestia! Nosotros, los que estamos vivos, hemos tenido esta inmensa suerte.
¿Y más adelante? No lo sé.
Más adelante empieza la vida. Una especie de vida que hay que vivir. Lo único por lo que he suspirado ha sido la libertad. No una nueva definición de libertad, sino la libertad. Después de tantos años de terror, ya no necesitamos que nos expliquen lo que significa ser libre. Eso lo sabemos y no se puede sustituir por ninguna fórmula.
Hay trapacerías, farsas e imposturas. Está Victor Eftimiu, con su desvergüenza, su mal gusto y su eterna vulgaridad. Está el joven Macovescu, jacobino feroz, después de haberse dado la gran vida con los alemanes. Está Graur, obtuso, fúnebre y triunfador. Hay miles de episodios y acontecimientos que ofenden. Hay un pavoroso espíritu de conformismo, nuevo como orientación pero viejo como estructura psicológica.
Pero, por encima de todo esto, queda lo único verdadero, lo único que vale y que oculta lo demás: los alemanes han reventado.
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