Mal, muy mal. Nos empeñamos en exagerar las virtudes de los libros para venderlos y luego, cuando no están a la altura, nos parecen peor de lo que son. En la contraportada se afirma sin rubor que es el heredero de la chupa de Bolaño. Pues va a ser que no.
El protagonista del libro se llama como el autor, vive en Zaragoza como el autor y ha escrito los mismos libros que el autor, pero según afirma en una entrevista no es el autor. Narra vivencias de su niñez y juventud, que giran principalmente alrededor de unos pocos ejes. Una paliza que le dieron unos skins y a partir de la cual escribió un poema por el que le premiaron. La culpabilidad por lo que le hizo a una niña en el colegio. La figura de Hans Cartop, un dj famoso que salía en crónicas marcianas y que lo admite en su círculo de amigos.
Poco más. El resto, hasta completar las 400 páginas del libro, es barroquismo verbal y no del mejor (tampoco del malo insoportable, pero sí algo cansino). Me he reconocido en algunas anécdotas cotidianas pero ¿para qué contarlas si no tienen ningún interés, ni siquiera en mi vida? El personaje de Hans me ha resultado estomagante. A partir de la mitad del libro el estilo empieza a depurarse y el libro gana en ritmo, lo que ya es algo.
Vamos, que el libro no es malo de solemnidad pero no entiendo los elogios superlativos que leo por todas partes. Mucho humo y poca chica. Aquí: Autopsia de Miguel Serrano Larraz entre otras cosas la califican de brillante, aquí: “Autopsia” de Miguel Serrano Larraz le dan los palos que merece y este Crónica de una lectura. Autopsia, de Miguel Serrano que habla de la lectura pero no del libro.
Calificación: Aprobado justito.
Extracto:
En mi imaginación siempre era una niña la que venía a buscarme, la niña de la película, aunque con el tiempo sus rasgos se fueron borrando y solo quedó una máscara blanca o violeta, apenas unos ojos, unos labios, el pelo revuelto, como un esbozo de lo que la niña había sido cuando estaba viva o cuando yo la había visto, viva o ya muerta, en aquella película. Cuando veía aquella figura (puedo jurar que la veía, a pesar de que dormía siempre con la persiana bajada), el sueño tardaba en llegar o se confundía con mi presencia allí, en la cama, inmóvil, ofrecida a esos colmillos y esa lengua áspera y seca como la de un gato. A los trece o los catorce años dejé de pensar en la niña de la ventana, poco a poco, casi sin darme cuenta. Coincidió, creo, con la época en que empecé a masturbarme. Me hice mis primeras pajas en la cama, antes de dormir, tal vez como una forma de expulsar a aquel espectro, aunque esa explicación me parece ahora estúpida, una explicación psicoanalítica, mítica o simbólica (al fin y al cabo da lo mismo), evidente y falsa. Recuerdo mis primeras pajas, que no llegaron a serlo, noches en las que me detenía, asustado por la sacudida, antes de eyacular, sin saber que lo que venía o habría venido a continuación, lo que estaba a punto de ocurrir, lo que habría sucedido si yo hubiese insistido solo unos segundos más, era el orgasmo, la eyaculación. Empezaba a rozar o mover la piel del pene bajo la sábana, o bajo la sábana y la colcha, o bajo la sábana, la colcha y una
manta, poco a poco mi pene (pequeño, imagino) se endurecía con la sangre concentrada y llegaba un momento en que me faltaba la respiración y mi cuerpo se incorporaba como si tuviera voluntad propia y dejaba de ser yo, sentado en la cama, atónito. Creo que he pasado toda mi vida buscando esa sensación, tratando de recuperarla. Se dice que quienes consumimos o hemos consumido cocaína de forma habitual no hacemos sino tratar de recuperar la primera vez que esnifa-mos esa droga, la revelación absoluta, comprenderlo todo en ausencia, por reducción al absurdo. Algo parecido podría decirse del sexo, tal vez, aunque no lo creo, la búsqueda del primer orgasmo que a su vez remite a una sensación primordial, anterior a todo, el orgasmo de la especie. Alguien me dijo entonces, un compañero del colegio al que expliqué mis avances, que había que seguir, a pesar de todo, que no había que tener miedo, que no había que detenerse hasta que saliera «la leche» o «la lefa», así decían, tienes que seguir hasta el final, Miguel, ya verás qué pasada, decían, tardé semanas en conseguirlo, la sensación previa al orgasmo tocaba todos los centro nerviosos, el cuerpo y lo que no era mi cuerpo sino una especie de aura que me rodeaba y me insertaba en el mundo de una forma violenta y, hasta donde puedo recordar, desesperada.
2 comentarios
Parece que los de Estado Crítico no opinan lo mismo que tú. Autopsia, mejor novela del 2014. Has leído el libro mal, muy mal.
http://www.criticoestado.es/premios-estado-critico-2014/
O he leído el libro muy mal o el autor lo ha escrito mal. Yo voto por lo segundo. Los de Estado Crítico tienen todo el derecho a estar equivocados, faltaría más.
Cuando le comenté a quien me dejó el libro que no me había gustado su comentario fue ‘Claro, es un libro complicado…’. Pues no, no todos los libros complicados tienen que ser buenos.