Mondadori, 2005. 234 páginas.
Tit. Or. Werewolves in their youth. Trad. Javier Calvo.
Incluye los siguientes relatos:
Jóvenes hombres lobo
Cacería de casas
Hijo del hombre lobo
El libro de Green
La señora Box
Zapatillas de clavos
La historia de Harris Fetko
Esa era yo
En la negra fundición
En la línea de Scott Fitzgerald, en estas historias aparecen personajes vagamente grotescos, jóvenes matrimonios que bailan y coquetean con extraños en fiestas glamurosas en las que siempre está a punto de suceder algún desastre. Los jóvenes hombres lobo que dan nombre a este libro son dos adolescentes cuyos mundos fantasiosos y marginales conectan cuando uno de ellos es expulsado del colegio y el otro se enfrenta al divorcio de sus padres.
La única reseña que he encontrado: Jóvenes hombres lobos
Bailaba bien y era consciente de ello, con languidez v juego de piernas, con unos movimientos que no es que fueran al compás de la música sino que más bien la ilustraban.
-Tiene el culo grande -dijo Jake-. Me he dado cuenta de que eso te gusta.
—Jake —dijo Grace sin contestar.
Señaló al otro lado de Jake. Él se volvió. La mujer del pelo rojo y rizado, que era realmente una cajera del Thriftway de Probity Harbor, estaba de pie a su lado. Resultaba que sí que la conocía: era Brenda Peterson. Ella y unas amigas suyas le habían lavado el coche un sábado por la mañana —en su primer verano en la isla— para sacar dinero para su viaje de fin de curso. Desde entonces sus caminos se habían cruzado por lo menos un par de docenas de veces sin que pasara nada ni ninguno de ellos hiciera ningún comentario. Su cascada de rizos parecidos a fuegos artificiales era su rasgo más impactante, pero tanto su juventud como su cuerpo carnoso y su asombrosa falta de timidez trabajaban también a su favor. -Hola -dijo ella-. Soy Brenda.
Ella le ofreció la mano haciendo gala de un despliegue clásico de confianza en sí misma. —Jake —dijo él.
—Me preguntaba si querrías bailar conmigo… —Ella examinó la forma en que Jake se quedaba boquiabierto y en que Grace cambiaba de postura en su asiento—. Pero si estáis juntos me limitaré a volver a mi mesa y pegarme un tiro.
Jake se volvió hacia Grace con una expresión que pedía piedad y articulando palabras en silencio con los labios. Grace le ofreció la mano a la chica y se dieron un apretón. —Soy Grace. —Hola, soy Brenda. Hubo un momento de silencio.
—Somos amigos nada más —dijo Gsace con una sonrisa avergonzada—. Ve a bailar, Jake.
El contraste entre los estilos de baile de Olivier y de Jake, si hubiera habido en el bar alguien lo bastante sobrio o lo bastante interesado como para darse cuenta, era pronunciado. Por alguna razón parecía que a Jake no solamente le venía estrecha la ropa sino el cuerpo entero. Daba golpes en el aire con las manos. Él y Brenda no hablaban entre ellos: la multitud que había en la pista los había obligado a ponerse contra la máquina de discos, que emitía con estruendo la versión de Tom Petty de «Feel a Whole Lot Better». La mejor amiga de Brenda, Sharon Toóle, apareció bailando al lado de ella en un momento dado, mirando de reojo con expresión de burla pero sin hostilidad el baile rígido y obstinado de Jake, y las dos intercambiaron una sonrisa.
El abandono por parte de Jake de su lugar en la barra pareció incrementar el tráfico masculino alrededor de Grace. Ella permaneció cuidadosamente replegada en sí misma, con las piernas cruzadas a la altura de la rodilla y también del tobillo, los dedos rodeando meticulosamente el cuello de su botella de cerveza, pero hubo un ascenso perceptible de volumen y de jovialidad a lo largo de los taburetes adyacentes en ausencia
de Jake.
Entre aquellos con quienes Grace se encontró hablando estaba Lester Foley, que había ido directo hacia ella, a su estilo precipitado y patoso, con la cabeza inclinada hacia un lado y los hombros hacia el otro, escorado como Groucho Marx después de un duro golpe en la cabeza. Llevaba una hora bebiendo y estaba en la cúspide nocturna, por llamarla de algún modo, de su aplomo físico y sus poderes de concentración. En un momento dado había regresado al lavabo para echarse agua fría sobre el pelo y peinárselo pulcramente hacia atrás con su peine de bolsillo. Seguía teniendo varias plumas en la barba.
Lester le ofreció la mano derecha, con sus tres dedos mugrientos.
-Ya la has cagado -dijo, y soltó una risita perversa.
—¿Perdón?
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