DeBolsillo, 2010. 428 páginas.
Tit. or. The yiddish policemen’s union. Trad. Javier Calvo.
Sigo con mi pereza reseñadora y les emplazo a que lean la que sobre este libro hizo Cities:Moving: El sindicato de policía yiddish. Copio parte del resumen (espero que me de permiso):
Estados Unidos cedió el distrito de Sitka, Alaska, durante 60 años a los judíos refugiados de la II Guerra Mundial para que se asentasen y pudieran huir de la contienda. Esta posibilidad se planteó en realidad en el llamado Informe Slattery pero fue descartado por la administración Roosevelt. A esto se une el fracaso de Israel como estado al perder la guerra árabe-israelí de 1948, siendo sus habitantes expulsados por los palestinos de los territorios que ocupaban, trasladandose a continuación también a Alaska. Así que a un par de meses de la Revocación (la devolución de la soberanía de los territorios a Alaska), Sitka se ha convertido en una metrópoli donde habitan más de 3 millones de judíos de muy diferente pelaje y donde el ambiente está muy, muy revuelto. Es justo entonces cuando transcurre la magnífica trama que Michael Chabon ha urdido a modo de novela negra.
Una realidad alternativa muy bien descrita, llena de detalles verosímiles, envuelta en una trama de novela negra perfecta con revelaciones inesperadas. Es frecuente en este tipo de libros que el autor se pare a explicar detalles para ponernos en situación, pero afortunadamente no es el caso. La diferencia entre nuestras dos realidades va apareciendo de manera fluida.
Coincido con el entusiasmo de Cities:Moving: novelón, y en un género en el que todo parece estar ya escrito sean bienvenidas historias originales, aunque casi bordeen con el mainstream
Calificación: Muy bueno.
Un día, un libro (217/365)
Extracto:
Dicho momento se hace esperar lo suyo. Landsman se arriesga a echar un segundo vistazo. Bina ya tiene su cena en la bandeja y está esperando el cambio de espaldas a Landsman. Ella lo ha visto; tiene que haberlo visto. Es entonces cuando la gran fisura se abre supurando, la ladera de la colina se hunde y la pared de lodo negro se desploma a toda velocidad. Landsman y Bina estuvieron casados doce años, y otros cinco juntos antes de casarse. Los dos fueron el primer amante del otro, el primer traidor, el primer refugio, el primer compañero de habitación, el primer público y la primera persona a quien acudir cuando algo —aunque fuera el matrimonio- iba mal. Durante la mitad de sus vidas entretejieron sus historias, sus cuerpos, sus fobias, sus teorías, sus recetas, sus bibliotecas y sus colecciones de discos. Armaron peleas espectaculares, con las narices pegadas, las manos volando, gotitas de saliva volando, tirando cosas, dando patadas a cosas, rompiendo cosas, revolcándose por el suelo y tirándose mutuamente del pelo. Al día siguiente él tenía marcadas las medias lunas de las uñas de Bina en las mejillas y en la carne del pecho, y ella llevaba las huellas dactilares de color púrpura de él a modo de brazalete. Durante aproximadamente siete años de su vida en común follaron casi todos los días. Enfadados, amándose, enfermos, sanos, con frío, con calor, medio dormidos. Lo hicieron sobre todos los estilos de camas, sofás y cojines. Sobre futones, toallas y viejas cortinas de ducha, en la parte de atrás de una camioneta, detrás de un contenedor de basura, encima de un depósito de agua y dentro de un armario para los abrigos durante una cena organizada por las Manos de Esaú. Incluso follaron, una vez, sobre el hongo gigante de la sala de descanso.
Landsman le dedica a Berko una mirada que no está destinada a recordarle su edad y el momento de la vida en que se encuentra, sino la falta manifiesta de elegancia que entraña pelearse con los parientes de uno. Se trata de una expresión facial antigua y ya muy gastada, procedente de la época de los primeros años llenos de conflictos que pasó Berko con los Landsman. No hacen falta más que unos minutos, cada vez que se juntan los dos, para que todo el mundo involucione a un estado salvaje, como un grupo de gente arrojada a una isla desierta por un naufragio. Eso es una familia. Eso y la tempestad marina, el barco y la orilla desconocida. Y los gorros y destiladeras de whisky que te fabricas a base de bambú y cocos. Y el fuego que enciendes para que no se acerquen las bestias.
2 comentarios
Gracias por la cita. Y por supuesto, estás autorizado a copiar resúmenes o lo que te apetezca de mi blog, ¡faltaría más!
Se agradece 🙂