Edicions de Ponent, 2001. 80 páginas.
Basándose en el geoglifo del Gigante de Cerne Abbas Max nos ofrece una obra dividida en dos partes. Un monólogo del propio geoglifo recordando otros tiempos y otros amores, solo texto, y una segunda parte que es una alucinación del mismo acompañada con ilustraciones que tocan algunos de los temas recurrentes del autor y que son una verdadera delicia.
Muy bueno.
Sus uñas arañan mi piel, su boca intenta alcanzar mi cuello. Nuestras fuerzas son idénticas, rodamos sudorosos, exhaustos, envueltos en barro. Y, de repente, ella agarra mi arma por sorpresa y la empuja hacia el interior de sus muslos. Mi verga desaparece, aspirada por aquella tiniebla cálida y húmeda, resbala y resbala hacia adentro y luego regresa y vuelve a resbalar… ¡Oh, qué extraño es esto…! Siento una debilidad… no estoy muy seguro de nada… ¿Creí por un momento que podía derrotarla al hincar mi arma en lo que yo tomé por su punto más vulnerable…? ¿O más bien era ella quien parecía estar anulando todo mi poder, devorando mi falo, haciéndolo desaparecer en su interior? ¿Era aquello o no una batalla? Qué importaba ahora… me sentía confundido, mareado, presa de un vértigo desconocido. De repente otras cosas reclamaban mi atención en la refriega: esos aros tintineando en sus pezones, esa lengua enorme, roja, poderosa, introduciéndose en mi oreja… y , sobre todo, aquel olor que brotaba embriagante desde allá abajo, y los gemidos ásperos, los jadeos, los gritos ahogados… Estaba flaqueando, me sentía desfallecer, me estaba abandonando a ella, fuera lo que fuese lo que estaba haciendo conmigo. Tenía que sobreponerme, retomar la iniciativa… La sujeto por las nalgas y la atraigo ferozmente contra mí. Ahora la siento temblar y embisto con más fuerza, una y otra vez, sin darle tregua. Está flaqueando, siento ahora la victoria a mi alcance, siento mi verga crecida, poderosa y triunfante, y entonces sucede… aquel cosquilleo, un picor, un condenado calambre, aquel sea-lo-que-sea que aumenta y aumenta y se prolonga hasta hacerse intolerable, hasta estallar; un terremoto torrencial, un delirio de gloria, un aullido de victoria y… y el mundo que se esfuma por unos instantes, los contornos de las cosas que se borran, los ojos que se cierran… Ella está inmóvil. Exhausto, me retiro a un lado, creyéndome vencedor, sólo para descubrir su mirada de asombro hacia mi miembro arrugado, encogido entre mis muslos. Y entonces, incapaz de reaccionar, la veo levantarse lentamente, irguiéndose sobre mí, sus ojos entornados despidiendo fuego y avidez, y siento miedo. Acuclillándose sobre mi rostro, empieza a moverse rítmicamente, restregándose contra mí, contra mi nariz y mi boca, oh, imbécil de mí, incapaz e inválido, desarmado, estúpido, oh, estúpido, y ella no cesa en su vaivén y su furia aumenta hasta alcanzar un éxtasis doble, triple, quíntuple, interminable… mientras yo, imbécil de mí, cautivo entre sus muslos, abandonado por mis fuerzas, desarbolado, no puedo hacer otra cosa que lamer y lamer, como un perrito dócil, y sentirme humillado y derrotado, incapaz de comprender que aquello no había sido ninguna batalla, estúpido de mí, que allí no se estaba luchando por la posesión de nada, que no había ningún poder en juego, que yo había vivido como un acto de guerra lo que para ella no era sino un acto de amor. Sólo ahora acierto a comprender todo esto. Sólo ahora soy capaz de recordar mi rabia y mi humillación al verla alejarse de allí, mientras yo seguía tendido en el barro, incapaz de levantarme… y ya no recuerdo más, salvo que ella desapareció para siempre y yo, lleno de ira, inicié una larga y descabellada carrera de guerra…
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