Diario Público, 2010. 430 páginas.
Max Aub, del que hemos reseñado aquí casi todos sus libros de la serie Campos sobre la guerra civil, tuvo que exiliarse en México. Pero volvió unos meses para buscar información sobre un libro de Buñuel (quedó inédito por la muerte del autor, no hace mucho ha salido una edición: Buñuel de carne y hueso). Mientras tanto fue llevando un diario en el que anotó conversaciones, entrevistas y todo lo que consideró de interés. Con ese material dejó este fresco sobre una sociedad que creció sin referentes intelectuales dentro de una ferrea dictadura.
Aparecen algunos nombres que entonces eran jóvenes como Félix de Azúa o Benet, pero ni de estos ni de otros habla mucho el autor, así que cotilleos pocos. Más son las voces anónimas que dan su opinión sobre la situación en España, amparados en un anonimato y sabiendo que ese libro se publicaría fuera.
El libro se aguanta porque Aub escribe bien, pero en ocasiones se hace repetitivo y los temas de los que habla no han envejecido bien. Para historiadores o admiradores del autor como yo está bien, para el resto su interés es relativo. Aquí: Mi lectura de «La gallina ciega», la experiencia del retorno a España de Max Aub dicen que se trata de un libro absolutamente fresco, al que el tiempo no ha desgastado y yo opino todo lo contrario y aqui La gallina ciega, de Max Aub Malherido comenta que los teatros no ponen las obras que le gustan, que son las que escribió él. y tampoco es eso, más bien un lamento por la generación huérfana no de él, sino de toda una generación.
Ojo a los extractos.
Calificación: Bueno.
Extractos:
Sobre el catalán, en la dictadura:
—Sí. Se dejó de hablar catalán durante años y años. Así, en general. Claro está que había mucha gente aquí que no eran catalanes pero acababan hablándolo. Ahora enraonan español. Pero, maco, ¡quin español! No tienes idea. No tienes más que escuchar. Sí, hablan castella pero ¡óyelos!: Oye cómo piensan. Es decir, si antes despreciaban a los madrileños, ahora los odian, sin dejar de despreciarlos. Se sienten cada vez más superiores. Añade el turismo. Van muchos turistas a Madrid, por aquello de Toledo y el Escorial, pero son turistas de como siempre: turistas de autobús, no como los de aquí que son turistas de playa: de Fiat, de Renault, de Citroen y compañía y compradores de terrenos, en playas y rocas. ¿Qué tal el resto de España? ¿Qué son al lado de nosotros? Nada. Aquí se come mejor, se viste mejor, se edita mejor. Lo del catalán no era una manifestación de separatismo, sino de superioridad. Mira que el régimen ha hecho todo lo posible por favorecer a Madrid y a Andalucía. ¿Y qué? Nada. No pueden con nosotros, dicen. Con razón.
—¿Tú también…?
—Sabes perfectamente que no. Pero para aquí, para demostrarles que somos más, hasta un museo Picasso tenemos y Miró viene a pincar y Picasso acabará haciéndolo. Seguimos a la cabeza y dándole en la cabeza a Madrid. Somos más señoritos, más anarquistas —y el anarquismo vuelve a estar de moda en Europa y si hay que reírse del casticismo y de la inferioridad española, puedes tener la seguridad que será un catalán el que lo haga. Somos muchos para que nos traguen. En eso no hallarás diferencia con el tiempo pasado. Aquí seguimos tan al tanto de lo europeo como antes, mucho más que en Madrid. No pueden con nosotros. Y, con el tiempo, habrá un renuevo del idioma. Ahora han abierto un poco la mano, pero ya verás cómo dentro de unos años aquí todo Cristo vuelve a hablar catalán. Ya escriben, ya publican casi todo como en español. No en número de ejemplares. Ya lo verás.
La muerte de las ideologías:
—La gran tristeza para los que todavía conocimos una España esperanzada fue precisamente la pérdida de la esperanza. Pero no queréis comprender que se ha perdido porque, en parte, se ha realizado lo que queríais: la gente vive mejor pero, sobre todo, ve el camino para llegar a ello sin pasar por el sueño de la revolución. España ha dejado de ser romántica: ya no es la de: ¡Victoria o muerte!, o, si quieres, la de: ¡No pasarán!, sino la de la mediocridad o mediocricidad mejor o peor; es la España del refrigerador y de la lavadora; la vieja de pan y toros, del fútbol y la cerveza. Ya no hay bandidos debido a la multiplicación de los bancos. Bandidos de los que se jugaban la vida, como es natural: ahora las carreteras son seguras y las carreras aseguradas. Ya no hay atentados. La muerte ha pasado a ser exclusiva del Estado. Todos los anarquistas de los años veinte han perecido. Ya no hay atentados, ya no se queman iglesias, ya meten a los curas en la cárcel. España se ha vuelto colonia. En parte colonia norteamericanay en otra una enorme colonia de vacaciones. Pero, de hecho, una colonia hispanoamericana. Se ha transformado en lo que llevó a cabo durante siglos en tierras de América, con la ventaja de haber conquistado un país con cierta cultura, de algún nombre. No que hayan llegado los sur o centroamericanos, estandarte desplegado y cruz alzada, pero nos hemos vuelto adictos a la mordida, como decís en México, a la desvergüenza, a la ignorancia, al enriquecimiento simoniaco. Antes éste era un país decente. Ahora los europeos han alquilado la costa del Mediterráneo, la han desfigurado a fuerza de rascacielos y la gente, ellos y nosotros, felices, rascándose el ombligo o la espalda con una miniatura. Santander y San Sebastián, las playas de Asturias, se han quedado para los multiplicados castellanos, mientras los catalanes se confunden felices con los franceses y los alemanes en la Costa Brava y en la otra que no lo es tanto. Galicia se mantiene todavía en la cuerda floja. Pero ya caerá. Las rías serán los ríos que irán a dar a la mar de las vacaciones pagadas.
Sobre la biografía ficticia de Campalans:
—Aquí se es católico como de Vallecas o de San Rafael. Ya nadie te pide los papeles; las abstinencias, soportables. ¿Que no pintas nada en política? Cierto. ¿Y qué? ¿Qué pintas tú?
—Cuadros.
—Es verdad, no me acordaba: ¿Son tuyos los cuadros del Campalans ése? No es para felicitarte. Me divirtió la novela cuando me la mandaste. Los cuadros son una birria.
—Lo son. Pero se empeñaron y van a salir en otras ediciones.
—No sé como lo permites.
—Yo tampoco.
Los dos bandos no fueron iguales:
Recuerdo que me decía un baturro de los que no están aquí: —Hubo una gran diferencia entre las barbaridades que se cometieron de nuestro lado y las que hicieron ellos. Nosotros —dejando aparte a los que las cometieron— las reprobamos y, en los casos que pudimos, las castigamos. En cambio, ellos las hicieron conscientemente y, a lo que es peor, creyendo que hacían justicia. ¡Qué justicia ni qué narices! En esa diferencia fundamental está la base de la verdad y, precisamente porque ganaron ellos, la vida española de hoy está construida en la mentira. (Hizo una pausa.) En la mierda de la mentira. En la mentira y en el crimen. Es decir —para los que todavía saben, que cada día son menos— en la hipocresía. Eso fue.
La inteligencia saldrá en cualquier condición y lugar:
No puedo ser pesimista porque de esta general ignorancia petulante saldrá siempre una minoría que se dé cuenta de lo que sucede en el mundo y escriba, aun en español, poemas como los mejores nacidos en otros idiomas. La inteligencia no tiene remedio.
España está mal. Ya se le pasará. No hay razón en contra, ni en pro; pero si basta para la Historia, para mí, no.
¿Quién dijo que ya no había Pirineos? ¡Que vuele de día, de Francia a España, o al revés, y conteste! De noche, claro, es otra cosa.
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