Eterna cadencia, 2015. 96 páginas.
Incluye los siguientes relatos:
El amor
El matadero
Inspiración
El error
Este sol es pura agua
La verdad
El tiro de gracia
Cuerpo a tierra
Feldman
El final del amor
Que oscilan entre lo divertido de El amor donde la homosexualidad desmonta viriles mitos gauchescos, lo metafísico de El matadero y su particular silencio de los corderos o la extraña mezcla entre absurda y terrible de Fieldman.
Pero de entre tanto y bueno me quedo Este sol es pura agua escrito en estado de gracia, divertido, tierno, ocurrente y de los que quedan para siempre en la memoria.
Muy bueno.
Existen las ciudades que se ubican a prudente distancia de sus montañas (un caso: Santiago de Chile). Lo hacen para obtener el beneficio de la visión panorámica que es tan propia de las tarjetas postales. Y existen las ciudades que se ubican al pie pero para convertirse en una especie de mirador de sus propias montañas (un caso: Río de Janeiro), en una perpetua vanidad de adorar y de adorarse.
En cambio, Bogotá se deja simplemente estar al pie de las montañas, con la deliciosa naturalidad de quien se echa o se recuesta, sin modestias pero sin alardes, sabiendo que encontró su lugar. Se lo digo de repente a Ana, pero ella se limita a sonreír, mirando por la ventanilla del auto. Ahora temo, arrepentido, que piense de mí que soy uno de esos típicos turistas que apenas llegan a un lugar se creen con derecho a sacar conclusiones.
Llamo a Buenos Aires: nadie me atiende.
-Regáleme su firma -me pide Ana, señalando, delicada, el final de una planilla. Lo hago, le regalo mi firma. Se me ocurre que ahora, si ella quisiera, podría indistintamente firmar con su nombre o con el mío, como si el mío, desde ahora, pudiese ser suyo también.
Decido dormirme pensando en eso. Pero es por pensar en eso, precisamente, que me acuesto y no me puedo dormir.
Amanece a pleno sol. Lo comento en la mañana.
-Este sol es pura agua -me disuade, aunque sin énfasis, el taxista que me lleva hacia la charla.
¿Un sol de agua?, me digo. ¿Un sol que es pura agua? Se explica el hombre del taxi: tanto sol y tan caliente, desde hora tan primera, no anuncia otra cosa que lluvia. Como meteorólogo resulta impecable, porque lo concreto es que acierta; la tormenta, pasado un rato, le da por entero la razón. No obstante, a mí que, previsible, el sol me lleva siempre a pensar tan solo en llamas y en fuego, tanto más me impactó como poeta. Poeta sin intención, por pura fatalidad de la lengua, sin gasto de premeditación y esmero.
Almuerzo con Ana en La Romana de Avenida Jiménez. Del otro lado de las cortinitas parejas, quedan la plaza y su sociabilidad, la calle que hace sus curvas, las montañas, el cielo en ruinas. Tentación de espiar por las rendijas, tentación de resquicio y de asomarse. Para mirar la calle hay miles de sitios. En La Romana hay que espiar.
Ana llega y se disculpa porque no pudo estar en la charla.
-Y menos mal que no estuviste en la fiesta que hubo anoche -agrega como en compensación.
Le digo que no estaba enterado de que anoche había una fiesta.
-Mejor así-concluye-. Menos mal que no estuviste. Pasan esa clase de cosas que, en fin, prefiero saber que no viste. Prefiero saber que no me viste.
No me atrevo a preguntar, se hace un silencio.
-Esas fiestas son un poco así. Y una cosa conduce a la otra. Yo misma no consigo entender hasta dónde me dejo llevar a veces.
2 comentarios
Otro a autor que va a la lista de lecturas futuribles. Juan Pablo, gracias por la recomendación.
Saludos, Francisco.
Espero que te guste